Princesa De La Muerte

Epílogo

Me levanté cansado de la cama, el peso de los años pasados aún pesaba sobre mis hombros. Otro año ha pasado desde la última vez que la tuve conmigo. Cuatro años... Cuatro largos años sin ella, y aún la extrañaba con una intensidad que no podía controlar. Cada día me levantaba con la esperanza, aunque pequeña, de que en algún momento aparecería de nuevo, como si nada hubiera pasado, y me diría que todo había sido un mal sueño. Pero la realidad me alcanzaba con fuerza y me recordaba que ya no quedaba nada de eso.

Me duché rápidamente, tratando de quitarme esa sensación de vacío que nunca se iba. Me arreglé con el mismo gesto automático de siempre, sin pensar mucho en lo que hacía, hasta que tomé las pulseras que ella me había dado. Las miré un instante antes de colocarlas en mi muñeca, y una ola de nostalgia me envolvió.

¿Cómo había pasado tanto tiempo sin ella? Me preguntaba si, al igual que yo, ella también me pensaba. El dolor de su ausencia se había vuelto casi un compañero constante. Hoy se cumplían exactamente cuatro años desde que ella se fue, y aunque trataba de ser fuerte, empezaba a perder la esperanza de que algún día regresara. Sin embargo, algo dentro de mí, algo muy profundo, se negaba a rendirse por completo. No podía dejar de pensar que si tan solo pudiera mantener la puerta abierta, tal vez ella regresaría a mi vida.

Terminé de arreglarme y, como siempre, me dirigí al garaje. Busqué mi moto con la esperanza de que, tal vez, el simple acto de montar y recorrer la ciudad me ayudara a despejar la mente, aunque fuera por un momento.

Mi hermano estaba en la isla que ella me había regalado, aquella isla que aún me traía recuerdos amargos y dulces al mismo tiempo. Estaba allí con su novia, a quien llevaba ocho meses saliendo. A pesar de todo lo que había pasado, veía lo feliz que se veía, y algo en mi interior me decía que si él había encontrado esa felicidad, tal vez yo también pudiera encontrar algo de paz. Por eso, le di acceso ilimitado a la tarjeta, pensando que, si todo salía bien, tal vez se declararía formalmente a su novia. Algo en su mirada me decía que lo estaba planeando, y de alguna forma me tranquilizaba ver que las cosas para él parecían ir bien.

Me subí a la moto, respirando hondo, con la esperanza de que algo tan simple como un paseo al centro comercial pudiera despejarme por un rato. Aunque sabía que la carga emocional de los años pasados no se iría de un solo golpe, necesitaba algo que me recordara que aún había algo de vida fuera de mi mente atormentada.

Llegué al centro comercial, el ruido de la ciudad estaba llenando el aire y haciendo que mis pensamientos se dispersaran un poco. Bajé de la moto, sintiendo el frío del suelo al pisar con firmeza. Cada paso que daba me alejaba un poco de esa sensación de vacío que siempre me acompañaba en casa. Necesitaba distraerme, aunque fuera un rato.

Me dirigí a la tienda que había planeado visitar, una de esas joyerías que, por alguna razón, siempre tenía algo que llamaba mi atención. Mi hermano estaba a punto de cumplir años, y aunque el tiempo me había dejado algo amargo, no podía dejar de mostrarle que me importaba. En una semana cumpliría otro año más, y quería darle algo especial, algo que no fuera solo una simple formalidad. Sentía que, de alguna manera, el tiempo pasaba rápido, y los recuerdos de los momentos con ella seguían pesando sobre mi pecho.

Entré en la tienda y comencé a mirar alrededor. Las vitrinas brillaban bajo las luces, las joyas relucían como si estuvieran esperando que alguien las eligiera. Mientras caminaba entre las estanterías, mi mente no podía evitar volar hacia ella. Cada objeto, cada pieza de joyería, parecía traer consigo un pequeño fragmento de lo que solía ser. Me detuve frente a una vitrina que mostraba relojes elegantes y pulseras con detalles intrincados. Podía imaginar a mi hermano usando algo así, aunque también sabía que no lo hacía por la apariencia. Para él, los regalos siempre habían tenido un significado más profundo.

Miré una pulsera de plata, con un diseño sencillo pero sofisticado. Pensé que le quedaría bien. Tal vez era la opción perfecta. Lo imaginé usando esa pulsera, y por un momento me olvidé del dolor, del vacío que a veces parecía consumirlo todo. Al elegir el regalo, sentí una ligera sensación de alivio, como si, aunque fuera por un breve instante, estuviera haciendo algo que realmente importaba.

Salí de la tienda con la pulsera en mano, un pequeño gesto que, de alguna manera, me hizo sentir que aún había algo por lo que seguir adelante.

Luego de encontrar lo que necesitaba, me dirigí a una cafetería cercana y pedí un cappuccino con leche, algo simple pero que me ayudaba a despejar la mente. Me senté junto a la ventana, absorto en mis pensamientos, mientras el aroma del café llenaba el aire y el bullicio del centro comercial seguía su curso. Sin embargo, a pesar del ambiente relajado, algo en mi interior estaba intranquilo, una sensación difícil de describir. Como si algo estuviera a punto de suceder, algo importante, pero aún no sabía qué.

Me levanté lentamente, pagué y caminé tranquilo por las calles del centro, dirigéndome hacia el estacionamiento. La caminata, aunque no era larga, parecía interminable, como si el tiempo estuviera jugando conmigo, alargando cada paso que daba. Mi mente vagaba entre los recuerdos y el presente, entre la esperanza y la desesperación, pues, aunque no lo admitiera del todo, llevaba tanto tiempo pensando en ella, en lo que había perdido, en lo que aún podría tener... pero ya no creía que fuera posible.

Entonces, de repente, escuché algo que me hizo detenerme en seco, casi como un latigazo en mi pecho.

—Puberto —, escuché esa voz familiar, esa que me heló la sangre, esa que había escuchado en sueños, en pesadillas, esa voz que hacía tanto que no escuchaba pero que nunca se fue de mi memoria. Me quedé inmóvil, mi corazón comenzó a latir más rápido, mi mente se nubló por completo y un temblor recorrió mi cuerpo.




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