Princesa en tiempos de hambre

Capítulo 2

Me encontraba en el potrero como de costumbre, tenía mis botas repletas de estiércol, caminar era incómodo porque sentía mis pies pesados, caminaba con dos baldes llenos de leche para depositar el contenido dentro de uno de los tanques, eran realmente pesados pero como esta era mi rutina de diario ya no me molestaba en absoluto.

Algunos de los chicos de la finca se burlaban de mí, los ignoraba, me decían que ya parecía uno de ellos y aunque para algunas mujeres podría resultar ofensivo a mí me llenaba de orgullo.

Sabía que lo decían en parte porque se sentían ofendidos de que una mujer pudiera igualarles en trabajo y por otro lado, porque algunos estaban enamorados de mí, aunque quisieran ocultarlo, porque sabían que al primer intento de propasarse conmigo los iba a dejar sin un testículo.

Trabajar en medios de tantos hombres tenía sus beneficios y era el hecho de que no me incomodaba ser libre y comportarme como me placiera, frente a mi padre debía fingir ser una delicada flor de la pradera, en casa somos seis hermanas y mi padre sólo tuvo seis hijas, ningún varón que pudiese reclutarse en el ejército o trabajar arduamente para ayudarla a sacar adelante a su familia como él quisiera.

Pero me sentía feliz de poder ayudarlo, mis hermanas odiaban lo que yo hacía, aunque mi trabajo pagaba su alimentación, se avergonzaban de que me comportará de manera “varonil" según ellas así ningún hombre iba a poder enamorarse de mí, sacarnos de esta miseria en la que vivía, todos tenían sus esperanzas sobre mi espalda porque ellas aún era muy jóvenes.

Aunque si pudieran fácilmente se escaparían con algún muchacho de la aldea a la primera oportunidad. Las pobres vivían de ilusiones y creían que la única manera de salir adelante en esta vida era enamorando a un joven millonario o en su defecto uno que trabajará para darles todo lo que ellas no eran capaces de conseguir por sus propios métodos.

Y no porque no pudieran, lo hacían principalmente porque no les daba la gana, aparentemente el problema no era la patética sociedad en la que vivíamos, carente de tantas oportunidades, si no su mentalidad mediocre de no querer siquiera intentar surgir.

Luego de haber lanzado toda la leche en los contenedores, camine rumbo a los potreros para ver en que podía ayudar en la preparación de los caballos que iban a asistir al desfile, yo trabajaba para una de las familias más adineradas, ellos siempre se pavoneaban en sus hermosos caballos vestidos en sus mejores trajes de galas, restregándole al resto que nadie era mejor que ellos... idiotas. 

En nuestro pueblo una gran parte estaba muriendo de hambre, pero a los gobernadores les resultaban más importante las festividades y apariencias, que solventar la verdadera problemática.

—Hola Aleuzenev— Saludo el capataz preparando la silla de montar sobre el lomo de Danna, una hermosa potra pura sangre de color negro.

—Hola Martin ¿Están todos listos?— pregunté nerviosa, quería ayudar.

—Ya es hora de ir a casa— me recordó—Si, todos están listos. Los señores vendrán por ellos en un par de minutos.

—¿Puedo llevar a Danna?— estaba ansiosa por ver a quien la montaría, la hermosa Perla, la hija de mi jefe... Mi mejor amiga, o la única que he considerado mi amiga.

El me observó no muy convencido, pero finalmente acepto—Esta bien...

Traía a Danna guiándola con su rienda, Perla estaba acompañada de sus hermanos y su padre, uno de ellos Jonathan, al verme se me acercó enseguida.

—Hola Aleuzenev— me saludó y le sonreí sólo por cortesía, aún estaba enojada con él— ¿No vas a disculparme?— preguntó y negué.

—Ibas a violarme— dije entre dientes y el me observó con sus ojos bien abiertos, exigiendo silencio.

A pesar de que no era más que una simple empleada, aparentemente a los hijos de mi jefe no le era indiferente ellos tenían una especie de competencia en ver quién se acostaba conmigo primero y Jonathan en una borrachera quiso ser el ganador a la fuerza, con lo que no contaba era el hecho de mi agilidad y de que se había defenderme muy bien, afortunadamente esa noche no pasó a mayores.

Mi jefe era un hombre muy justo, que detestaba todas las faltas de respeto en su hacienda. No era muy amigable pero sí bastante correcto, incluyendo a sus hijos quienes él quería se convirtieran en hombres de bien, en especial con el trato hacia sus empleados y el pueblo.

El señor Montalvez era de los pocos existentes, de esos que les había costado sudor todo lo que tenía, un hombre de carácter pero justo, así se le conocía en el pueblo él era respetable aunque su hijo no se le semejaba, definitivamente algunas cualidades no se heredaban 

Jonatán sabía que sí decía una sola palabra de lo que había pasado, su padre podría reprenderlo y enviarlo de nuevo a la ciudad de París, donde lo había enviado para aprender a ser “mejor persona" pues no era más que un chiquillo rebelde, allá estaban las mejores universidades y vivía toda la realeza.

—¿Vas a ir a la cabalgata?— el sólo quería tener una oportunidad para sobornarme.

—Jonathan, deja de molestar a Aleuzenev— Perla se acercó y me dio un fuerte abrazo— ¿Cómo estás?— preguntó ella emocionada de verme.

—¡Perla, vas a ensuciarte!— expreso su madre con repulsión.

La señora Margaret, era de esas mujeres despreciables que sólo veían a los demás por encima de su hombro, avariciosa, pedante, frívola, no entendía como pudo desposarla el señor Montalvez. Ella me odiaba, porque pensaba que yo quería seducir a su marido o a uno de sus hijos, pero particularmente odiaba mi amistad con su hija, creía que yo podía pegarle los piojos o algo similar.

—Madre, no seas exagerada— dijo ella observando su vestimenta, su hermosa falda estaba pulcra— Estoy tan limpia como tú conciencia.— le sonrió y me guiñó un ojo para restarle importancia.

Le di la mano y la ayude a subirse sobre la yegua, ella era excelente con los caballos, amaba la equitación y por eso iba siempre encabezando el desfile, acomode su falda y ella me sonrío.




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