Miró la pantalla con nerviosismo. El juego le pedía definir cada rasgo de su avatar: peinados, colores, ropa, accesorios. Sintió un vacío en el estómago, como si tomara una decisión mucho más grande que elegir un simple personaje de videojuego.
Al principio dudó, pasando el cursor sobre rostros masculinos, con peinados sencillos y ropa normal. Era casi como verse en el espejo, y eso lo deprimía aún más.
—No —murmuró—. Quiero ser alguien diferente.
Fue entonces cuando la imagen de una princesa apareció entre las opciones prediseñadas: cabello largo, rubio, peinado impecable; un vestido azul brillante con detalles blancos, tan elegante como salido de un cuento de hadas; una tiara plateada con piedras que parecían reales, y un collar de perlas alrededor del cuello.
Sin pensar demasiado, Rigoberto eligió aquel diseño y comenzó a personalizarlo con detalle:
Ajustó el color del cabello a un tono dorado radiante.
Seleccionó unos grandes ojos marrones, llenos de luz y amabilidad.
Añadió pulseras de perlas a cada brazo, haciendo juego con el collar.
Perfeccionó la forma de la tiara, dándole un brillo delicado.
Al terminar, la contempló un largo rato. Aquella imagen le transmitía todo lo que él no era: belleza, gracia, confianza.
> Nombre del avatar: PRINCESA HELIX
Rigoberto escribió el nombre con un cosquilleo en las manos. Era elegante y fuerte a la vez.
Cuando dio clic en Confirmar, el juego lanzó una animación espectacular: la princesa Helix giró sobre sí misma, saludando con dulzura, mientras un fondo colorido lleno de luces virtuales la rodeaba.
Por primera vez en mucho tiempo, Rigoberto sonrió. Allí, con la identidad de Princesa Helix, tal vez podría hablar con otras personas sin sentirse juzgado. Tal vez podría construir la confianza que en su vida real nunca tuvo.
Y aunque parte de él se preguntaba si era raro encarnar a una princesa, otra voz más profunda le decía que no importaba. Allí, nadie conocía al verdadero Rigoberto.
Allí, solo importaba Helix.
Sin saberlo, estaba a punto de comenzar la experiencia más peligrosa —y extraordinaria— de su vida.