Príncipe de metal

IV | El príncipe

—¡Auch!

—Lo lamento, ese era un nudo muy grande.

Como toda una niña me crucé de brazos sobre el pecho. Odiaba cuando Telma me peinaba. Mi cabello era tan obstinado que había que pasarle el peine más de tres veces.

—¿No has pensado en cortártelo? Esto sería más fácil si lo tuvieras menos...—Jaló un mechón de cabello con brusquedad, haciéndome soltar un aullido de dolor. —...largo.

—No pienso cortarlo ni de broma. La última vez que lo hice se tardó más de un año en volver a estar hasta los hombros.

—Bueno, ahora lo tienes unos centímetros arriba de la cintura.

—Y me gusta así, es bastante clásico, ¿no te parece?—Sonreí con coquetería exagerada, logrando que Telma pusiera los ojos en blanco.

Telma era una de las criadas de la mansión; para ser más específica, era quien estaba a cargo de arreglarme y confeccionar mis vestidos. Era una mujer de edad avanzada, con el pelo blanco platinado y arrugas que surcaban su rostro color caoba. Su actitud agria no la hacía alguien exactamente agradable con quien pasar el rato, pero era la única persona en la casa con la que podía mantener una conversación más o menos normal.

Madame So justificó la llegada de Telma alegando que al estar relacionada con ella debía de mantener una postura de la misma clase. Dijo que cualquier conversación que saliera de lo profesional estaba prohibida, pero ya que ella no nos podía vigilar las veinticuatro horas del día, Telma se tomaba la libertad de hablarme de lo que se le diera la gana.

"¿Que acaso ya no te dan de comer en esta casa?", decía mientras tomaba las medidas de mi cintura, "Estás demasiado delgada, deberías de comer más. A este paso la próxima vez que te confeccione un vestido voy a evitarme tomar las medidas del busto, vas a estar más plana que una tabla de planchar."

Como dije, no era exactamente una persona muy carismática, pero con el paso de los años le había tomado cierto cariño.

—Esto es ridículo.—Me quejé exasperada.— Mi presencia ahí no tiene ningún objeto, y yo no me siento con ánimo de ir a tratar con esas personas.

—Honestamente creo que eres la única muchacha de toda la ciudad de diamantes que se está quejando por tener que asistir a la cena de bienvenida del príncipe.—Dijo Telma sin verme, demasiado ocupada examinando su trabajo en mi cabello.—Levántate, voy a ajustarte el corsé.

—¿Más?

—¿Quieres parecer una estaca sin forma?

—No quiero ni ir .—Objeté arrugando el entrecejo.

Telma me dio una mirada de "no me importa lo que pienses", así que no tuve más opción que obedecer.

Esa misma tarde, después de la golpiza de Iker, Madame So entró a mi habitación con Telma al lado y un vestido nuevo en las manos. Dijo que tenía que estar bien arreglada, y le ordenó a Telma que me dejara "perfecta"; poco después se retiró sin dar explicaciones.

Madame So había organizado una cena en la mansión para celebrar y "honrar" la llegada del príncipe Jaxon a la ciudad. Se suponía que el príncipe estaba haciendo una clase de gira por las ciudades de Panagea con el objetivo de aprender más sobre su futuro "oficio" como monarca. Primero había pasado visitando la ciudad de perla, luego siguió la ciudad de plata, y por último se quedaría unos cuantos días en la ciudad de diamantes antes de regresar a la corte en la ciudad de cristales.

Normalmente yo no asistía a los eventos, a menos que fuera conveniente o necesario. El apellido de mis padres era reconocido por la comunidad científica, así que Madame me solía llevar a los eventos en los que se reunían miembros de la comisión de tecnología venidos desde la ciudad de plata; otras veces, me obligaba a acompañar a la resbalosa de Elisa a las fiestas de sus amigos, para evitar que cometiera alguna imprudencia.

Esta cena, sin embargo, era distinta. No asistiría ningún miembro de la comisión, y Madame So estaría presente para vigilar los movimientos de su sobrina. Mi presencia no era requerida, y la insistencia de Madame me hacía sospechar.

—Y una mierda.—Escuché mascullar a Telma mientras ataba los nudos del vestido. Me sonrojé como una tonta, no estaba acostumbrada a escuchar esa clase de expresiones.— Parece que no quiere cerrar.

Sonreí con sorna.

—Pensé que era demasiado delgada para llenar el vestido.

Telma jaló con rudeza una de las cintas, y enseguida sentí que el aire se salía de mis pulmones. No podía respirar, por dios, ni siquiera podía sentir mis costillas.

—Voilá. Una cintura perfecta.

—Si, y un pulmón destruido.—Me quejé mientras intentaba acomodarme a la sensación de estrujamiento. Era imposible.

—La belleza cuesta Celeste, ¿cuantas veces te lo he dicho?

Puse los ojos en blanco, pero no dije nada.

La situación me sofocaba. Como dije antes, no sería la primera vez que asistió a esta clase de eventos, pero sí sería la primera vez en la que me presentaría como una señorita en vez de una pupila. Así que, a parte de tener un mal presentimiento sobre las intenciones de Madame So, tendría que lidiar con los nervios del pre—cortejo.

—Estas muy pálida. Comienzo a sospechar que tienes anemia.— Comentó, antes de pellizcarme las mejías.— Si, así está mejor.

Vi mi reflejo en el espejo. El vestido era azul, con destellos y sin tirantes. Las delicadas capas de tela caían como cascada sobre mis piernas hasta arrastrarse por el suelo; era tan largo y abultado que temía tropezarme en mis propios pasos. Mi cabello estaba peinado hacia atrás. Telma se había encargado de amarrarlo en una trenza floja que adornó con un listón al final, dejando algunos rizos rebeldes caer sobre mi frente.

—¿Por qué tienes esa cara? Estás arruinando todo mi trabajo—.Telma se cruzó de brazos y frunció el entrecejo.

—Esta situación no es normal, sabes muy bien que a ella no le gusta que asista a esta clase de eventos. ¿Por que se empeñó tanto en que asistiera a este?




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