Priscila & La manzana dorada

La serpiente

Narrador Omnipresente

Ante tal movimiento, las plantas, conscientes de quiénes eran sus víctimas, los arrastraron a un bosque que parecía estar quemado y maltratado; por consecuencia, no tenía ningún ecosistema y, claro, ni siquiera un loco quisiera entrar en este bosque.
Los jóvenes aún se quejaban de dolor, claro, no solo por las espinas incrustadas en sus tobillos, sino también porque estaban siendo arrastrados en tierra, piedras y ramas, cosa que, si nos ponemos en sus zapatos, sería bastante doloroso; eso hasta que se detuvieron, llevándolos al centro del mismo.
—Ahg, ¿era necesario tal comportamiento? —se quejó Priscila.
—Shh.
Siseo el medio muerto; al percibir el sonido de que algo había roto una rama, su primer pensamiento fue sacar su guadaña. No obstante, los responsables de los mismos aparecieron, resultando ser animales de formas grotescas; entre ellos estaba el mismo toro que Anubis venció en España. Las bestias se preparan para atacar.
—¡Silencio! —¡Ellos son míos! —exclamó una voz femenina.
Entre las sombras, una figura esbelta hizo acto de presencia; vestía una túnica morada con detalles negros, cabello lacio del color que acompañaba la noche y unas grandes alas cafés.
—Qué gran encuentro, ¿no lo crees? —dijo la diosa con malicia.
Narra Priscila.
—¡No te entregaremos a Priscila! —exclamó Adom; parecía estar furioso.
Sabía que Eris lo podría derrotar fácilmente, y es que no se necesita ser un genio para verlo; ella es una diosa y no una cualquiera , a la cual con un solo chasquido de dedos podría destruir y provocar caos en menos de un parpadeo.
Por lo cual solo puse mi mano en su pecho; él entendió mi mensaje, así que él solo retrocedió como respuesta.
—¿Qué te echo, Eris? ¡Dime! —¿Por qué me quieres? —comencé el interrogatorio.
—No intentes dar la cara de valiente o quieres ver esta serpiente en su propio líquido carmín —respondió con una sonrisa socarrona.
Se aparta y, desvelando el objetivo de su búsqueda, la gran serpiente emplumada, el dios del viento y la sabiduría, uno de los cuatro creadores del mundo; vulnerable, atado con acero, la divinidad del caos agarra la cabeza del dios. Me observa y sus ojos transmiten pánico y miedo.
—¡Cutziloc quixcahua! —me exclamó, lo cual entendí que huyera.
Intento de dirigirse hacia mí, pero empezó a retorcerse de dolor, a manera de que se quemara con las mismas. Fui directo hacia él para ayudarlo, sin embargo, obtuve un fuerte golpe en el estómago. La furia me hizo levantar para ir hacia la responsable; leyendo mis movimientos, elevó vuelo para no alcanzarla.
—Ah, ah, ¿acaso no quieres a tu papi? —dijo con tono burlón, sosteniendo el rostro de mi padre con sus afiladas uñas.
Me sorprendió ver que esta se retorcía de dolor, obligándola a aterrizar de inmediato. Observé la razón de su aflicción: ¡una flecha!
Solo había alguien con flechas con nosotros.
—¡Moshee! —sonreí.
Tenía otra flecha, enganchándola en la cuerda para lanzarla a la diosa.
—¡Nadie lastima a mi camarada!, ¡ni siquiera los de sangre dorada! —exclamó con expresión furiosa.
La diosa con mirada asesina se quita la flecha, sin manifestar expresión alguna; eso no fue lo que me impresionó, el solo hecho de que la propia herida se cerró en un santiamén. A la vez que los chicos levantaban las armas para seguir.
—¿Con qué los bebés quieren jugar? —sonrió con malicia— Entonces, juguemos.
El siguiente acto fue toda una pesadilla: empezó una gran sacudida en el suelo, abrió grandes grietas alrededor de nosotros, elevando el pedazo de tierra por las nubes.
—Vamos a competir.
—Es una competencia, ¿Cuál es el premio? —preguntó Moshee.
La diosa agarra una de las cadenas, jalando a la serpiente emplumada.
—¡Este es el premio! —exclamó, sujetándolo de su cabello blanco.



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En el texto hay: magia acción, fantasía ficción

Editado: 09.02.2025

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