Narrador Omnipresente
Con el pedazo de tierra elevado, de la misma tierra levitante floreció un gran árbol, cuyos frutos no eran de un color rojo normal, sino que eran completamente dorados. Al contrario del extraño alimento, el árbol tenía el tronco completamente podrido, casi negro.
—Las reglas son simples, tienes que averiguar cuál de las manzanas es la llave que liberará a tu "papi" —explicó la fémina con mueca de asco.
—¿No sería "tienen"? —aclaró Petrof.
—Ya no más —chasqueó los dedos, encadenando a los únicos varones.
La chica con intenciones de acercarse para ayudar a sus amigos, si no fuera porque una gran barrera de púas detiene su paso.
—¿¡Pero qué te pasa!? —le reclamó a la deidad.
—Una verdadera diosa no necesita la ayuda de unos tontos mortales —respondió la diosa.
—Bien, comencemos —le mencionó desafiante.
Narra Priscila:
Me deshice de mi bolso para sacar mi macuahuitl, para así poder estar preparada en el caso de ataque; sus uñas se convirtieron en garras, dándole un aspecto monstruoso. Un estrujado apareció en mi pecho. ¿Cómo sucedió todo esto? Solo era una chica que iba a la escuela, estudiaba idiomas, tenía amigos y ahora tengo que encargarme de esta loca para salvar a mi padre.
Narra omnipresente
La fuerza de la chica fue aumentada por su ira y rencor hacia la responsable de aquel secuestro de su progenitor; atacando a la diosa y la misma defendiéndose, dándose entre ellas estocadas y punzadas, más por parte de la deidad.
La chica ya ni sentía sus extremidades, su conciencia la abandonaba, sus ojos casi no percibían la luz, cerrando los mismos para alzar los ojos, encontrándose en un sitio tan blanco como una perla, la chica vestida con un huipil azul largo y decorado con bordados multicolores. La chica, aun confundida, empieza a recorrer el lugar, cerrando sus ojos por una deslumbrante luz en el lugar.
Narra Priscila.
Aparté mis manos de mis ojos; al ya no sentir la luz, al observar mejor la habitación, había ventanas hechas de fragmentos coloridos, dando resultado una hermosa imagen. Revisé todo el lugar, dándome cuenta de que las imágenes eran en realidad diferentes deidades. Visualicé todo el lugar; solo una me llamó la atención. Una joven de cabellera blanca, 2 pares de alas y escamas.
—Es hermosa, ¿verdad?
—Sí, pero en parte es rara —contesté.
Solo unos segundos fueron suficientes para que reaccionara.
—¿Quién eres? —pregunté.
Además de las ventanas, el resto de la habitación estaba cubierto de un manto negro, del que apareció una figura blanca y pequeña.
—Aún no es tiempo de conocerme —explicó.
—¿¡Qué es este lugar!?, ¿¡Estoy muerta!? —le cuestioné alterada.
—No, aún no llega tu hora, aún tienes mucho por vivir —contestó en tono suave e infantil.
Eso no resolvía nada, solo me quedé observándolo; sentí como todo mi color se iba para abajo al oír su respuesta.
—Sé que tienes miedo, toda tu familia pasó lo mismo y yo les ayudé.
—No me puedes ayudar —afirmé—. Mi vida era normal, estudio, amigos, futuro y ahora... no tengo nada —repliqué.
—Pero tu futuro inicia desde tu nacimiento; eres una deidad, que por negarle su conocimiento de quién eres y que debes ser —explicó—. Pero mira todo lo que ganaste: más amigos, familia y quizás amor.
—Es verdad, aun así, no puedo derrotar a Eris —le informé.
—Claro que puedes, solo mira a través de ti —me explicó.
Me confundí aún más; abrió su mano izquierda revelando ¡mi espejo!
—¿De dónde... —
—Shh, solo mira.
No sé por qué le hice caso, pero al ver mi reflejo me sorprendí al verme: mi cabello era blanco, cuatro ojos y marcas coloridas en mi rostro.
El espejo se agrandó, liberando una gran ráfaga de luz, dando como resultado la silueta del vitral combinado con el rostro de mi reflejo. Avancé con la mandíbula abierta; la silueta me copiaba los movimientos. Volteé a ver de nuevo al infante; él solo me hacía seña de seguir.
Narra Petrof.
Traté de zafarme de lo que me encadenaba; no iba a permitirme perder. Moshee solo tenía cerrados sus ojos, susurrando.
—¡Es inútil escapar, así que no desgastes tu aliento! —mencionó la diosa con malicia.