Cierro los ojos y dejo que mi cuerpo se abandone al momento. Sus labios recorren mi cuello con una calidez húmeda que deja rastros de electricidad en mi piel. Su aliento, tibio y errático, se mezcla con el latido acelerado de mi corazón. La presión de sus besos varía, a veces ligera, otras más demandante, arrancándome pequeños suspiros que apenas reconozco como propios.
Sus manos, firmes pero cuidadosas, descienden por mi espalda, atrayéndome más hacia él mientras el mundo a mi alrededor comienza a desdibujarse. Su lengua traza un sendero ardiente hasta la curva de mi clavícula, y un escalofrío placentero me recorre de pies a cabeza. El calor de mi piel contrasta con la brisa nocturna que entra por la ventana entreabierta, aumentando mi sensibilidad.
Un latido de duda cruza fugazmente por mi mente, pero se desvanece cuando sus manos deslizan mi vestido hacia arriba. La tela se arruga sobre mi cintura, dejándome expuesta al aire fresco que provoca un estremecimiento en mis muslos. La humedad en mis bragas se vuelve imposible de ignorar, pegándose a mi piel con una mezcla de impaciencia y necesidad.
Él sonríe al notar mi reacción. No hay ternura en su expresión, solo certeza y deseo. Se inclina más sobre mí, su pecho presionando contra el mío mientras sus dedos rozan el borde de mi ropa interior, bajándola con una lentitud tortuosa. Mi respiración se agita cuando el último vestigio de tela desaparece, dejándome vulnerable bajo su mirada.
El primer contacto de su boca contra mi piel es un susurro de calor, un roce apenas perceptible que hace que mi vientre se contraiga en anticipación. Su lengua se aventura con lentitud, provocando una oleada de placer que amenaza con nublar mi juicio. Mis dedos se enredan en el tapizado del sofá, aferrándome a algo, cualquier cosa, mientras me dejo llevar por la sensación.
Pero justo cuando estoy a punto de perderme en el momento, un ruido seco irrumpe en el aire.
La puerta es golpeada con insistencia, sacándome bruscamente de mi burbuja de placer. Mi respiración, entrecortada y errática, se encuentra con la realidad de la habitación, donde aún siento la presión de su boca en mi piel, el ardor persistente en mi interior exigiendo más. El ruido se repite, esta vez con mayor urgencia, cada golpe resonando como un martillo contra mis sentidos nublados, rompiendo cualquier posibilidad de retomar el momento.
Suelto un suspiro frustrado, intentando ignorarlo, aferrándome desesperadamente a la sensación punzante de deseo que aún recorre mi cuerpo como electricidad estática. Pero es inútil. No puedo concentrarme. El golpe de la realidad es demasiado fuerte como para seguir fingiendo que estoy sola en esta habitación, que este momento robado podría durar para siempre.
Con un gesto de fastidio apenas contenido, empujo suavemente al desconocido, obligándolo a separarse de mí. Su boca se desliza perezosamente de mi piel, dejando un rastro húmedo que se enfría rápidamente con el aire de la habitación. Su mirada, confundida y algo irritada, se cruza con la mía, sus pupilas aún dilatadas por el deseo. Ignoro deliberadamente su expresión y me incorporo en el sofá, acomodando mi vestido apresuradamente. El roce de la tela contra mi piel aún sensible me arranca un escalofrío residual que me hace morder mi labio inferior.
Busco mis bragas con la mirada, encontrándolas cerca del borde del sofá. Siento la suavidad de la tela entre mis dedos antes de deslizarlas lentamente por mis piernas, consciente de cada centímetro de piel que vuelve a cubrirse. El cosquilleo persistente en mi piel me recuerda lo que estuvo a punto de suceder, pero ya es demasiado tarde para lamentarlo. Una vez vestida, respiro hondo, intentando calmar mi pulso acelerado, y camino hacia la puerta con pasos que pretenden ser más firmes de lo que me siento, con la frustración aún palpitando en mis venas como un segundo pulso.
Al abrirla, la imagen de Sophie me golpea como un puñetazo al estómago. Sus ojos, normalmente brillantes y alegres, están hinchados y enrojecidos, el rímel corrido dibujando sombras oscuras en sus mejillas como pinturas de guerra emocional. Su labio inferior tiembla en un puchero infantil que conozco demasiado bien, y con solo una mirada, sé exactamente lo que ha pasado. Mi corazón se encoge al reconocer los signos: esto solo significa una cosa, su nuevo novio ha roto su corazón, otra vez.
—Oh... mierda, lo lamento —solloza Sophie, tapándose la boca con ambas manos temblorosas, como si intentara contener el torrente de emociones que amenaza con desbordarse en cualquier momento, una presa a punto de ceder.
Sus ojos, ya enrojecidos por el llanto previo, se llenan de nuevas lágrimas que recorren sus mejillas en riachuelos oscuros, emborronando aún más su rímel cuidadosamente aplicado horas antes. Su cuerpo tiembla visiblemente, sus hombros suben y bajan con cada sollozo sofocado como si estuviera luchando contra una tormenta interior.
No lo pienso dos veces antes de acercarme y rodearla con mis brazos. Su cuerpo se aferra al mío con la desesperación de alguien que se ahoga, sus manos agarrando la tela de mi vestido como si fuera un salvavidas, como si temiera que, si me suelta, se desplomará por completo en el abismo de su dolor.
—Shhh... tranquila —murmuro contra su pelo, acariciando su espalda con movimientos lentos y circulares, en un intento torpe pero sincero de calmarla. Su respiración es errática contra mi hombro, su pecho sube y baja en un intento fallido de controlarse, cada inhalación entrecortada por pequeños hipos.
Un bufido irritado detrás de nosotras corta el momento como un cuchillo afilado.
Ruedo los ojos antes de voltear, ya anticipando encontrarme con su expresión molesta. Y ahí está, el desconocido, aún sentado en el sofá donde lo dejé, con una mueca de fastidio en su rostro mientras nos observa con impaciencia mal disimulada, como un niño al que le han quitado su juguete favorito.