Prólogo los ojos de Kalany (muestra)

De muerte y nacimiento

Colgaron públicamente al asesino en la plaza central de la pequeña ciudad, la muchedumbre vitoreaba y lanzaba fruta podrida al cadáver inerte que se balanceaba ligeramente. Vi su alma escapar de los dolores y culpas de una existencia ya acabada en este mundo y se dirigió, de inmediato esta vez, hacia mí, que estaba observando a su lado la situación, la esencia fue contenida en la jaula que solía portar, junto a varias otras almas. No me quedé a observar más y seguí mi camino.

Tan solo un rato más tarde vi un niño ceder a la fiebre que comenzaba a asolar la población del reino. Entre temblores y alucinaciones, su vida se extinguió de forma dolorosa entre los brazos de su madre desconsolada. Una pena, pero era así. Su alma se unió a las otras y dejé la escena.

Silencioso fui recorriendo aquella ciudad en busca de almas para recolectar. Todos los días se unían donde quiera que fuese, todos los días, en todo momento, en alguna parte del mundo, una vida se extinguía, ya sea animales o personas, incluso algunas plantas dejaban libres sus esencias para encontrarse conmigo. Yo no era más que un guía para esas esencias y mi labor era reunirlas para llevarlas a continuar su camino más allá de la existencia de la carne y el hueso. Justo o no, culpable o inocente, yo me limitaba a recogerlos y guiarlos hasta el Principio y Fin.

El sonido de una flauta no muy lejos de donde estaba detuvo mi rutina de repente, y como una polilla a la luz me atrajo hasta un joven que, sentado perezosamente apoyado a una columna de un arco que separaba la plaza pública del barrio acomodado. No parecía en absoluto tocar por monedas, sólo estaba allí en actitud de espera mientras tocaba canciones que no supe ubicar en mi memoria, pero sonaban alegres y despreocupadas, ignorando el revuelo que se daba a metros en la plaza del colgado. Se sintió casi como un respiro de lo que estaba acostumbrado, como recolector de las almas de este mundo, casi siempre presenciaba momentos oscuros, penosos y hasta terribles, pocas veces se sentía tranquilo el paso de la muerte por una persona. Con el tiempo uno se acababa acostumbrando, pero siempre que podía intentaba distraerme un momento de la naturaleza lúgubre de esta parte de mi labor; me hacía recordar cosas...

—¿De nuevo distraído, hermano? —escuché la voz áspera de Kaiph, y al levantar la vista lo vi a unos metros de mi.

—La música no es una distracción —repliqué con calma mientras me dirigía hacia él.

—Tal vez... mientras no impida nuestra labor. Aunque a mí no me llama la atención.

—A ti nada lo hace.

Kaiph soltó una risa ligera.

—Sí me doy momentos para distraerme un rato, no soy tan aburrido —se defendió.

—Bueno, no me consta —respondí sin ocultar una sonrisa—, pero te voy a creer —esta vez soltó una carcajada—. Bromas aparte, ¿para qué vienes?

—Esta noche nacerá la criatura —anunció mientras su semblante dejaba atrás su sonrisa.

—Ya veo...

—¿Irás a ver?

—No estoy seguro. Imagino que medio mundo va a estar pendiente.

—Sí unos cuantos, y no es para menos. No todos los días nace una abominación.

Suspiré.

—No usaría esa palabra para alguien que no tiene la culpa de sus circunstancias.

—Cualquier otra palabra es un eufemismo —dijo mientras negué con la cabeza, no estaba dispuesto a empezar otra discusión sobre ese tema.

—Como quieras, yo seguiré pensando que no se lo merece.

—Te dejo con tus ideas entonces. Nos vemos para el nacimiento.

—Quizá...

Kaiph se marchó y decidí hacer lo mismo por mi lado. Mi camino sin rumbo me llevó hasta el gran hospital de la ciudad, que no era más que un edificio de piedra que albergaba a los más enfermos solo para morir, todavía no existía para esa gente muchos avances en la medicina ya sea por la magia o por la ciencia, aquél reino estaba sumido bajo un yugo de miedo a todo lo que escapara a lo que ya conocían;ambas cosas estaban prohibidas y sólo se aceptaba lo que los monjes de Harram, el dios que regía esas tierras, dictaban.

Una fiebre reciente mantenía la estancia llena y comenzaba a llevarse a varias personas, vi merodeando silentes hermanos míos alrededor, observando a los moribundos y recogiendo almas, al menos las que no se quedaban atadas a este mundo, repitiendo sus últimas palabras como un eco de sus vidas antes de llegar a ese estado de limbo.

—Llegas a tiempo para echarme una mano, Batrhos —me habló Gerich al verme—. Se están muriendo muchos muy rápido y la mayoría aquí se aferran a este mundo y no damos abasto para llevarnos a los rezagados.

—No es necesario ser impacientes —contesté con calma—. La verdad no son muchas las veces en que podemos llevarnos a los caídos sin esfuerzo. Las enfermedades y guerras suelen tomar vidas desprevenidas, y no todos están listos para la transición.

—Kaiph insiste en que debemos tomarlos.

—A Kaiph le gusta malgastar fuerzas en algo que ocurre por sí solo, y aún así puede darse ese lujo, ya es viejo; tú sin embargo...

—Ya entiendo,  es muy pronto

—Incluso si pudieras forzar este tipo de cosas, yo no lo recomiendo. Todo pasa a su tiempo y prefiero que se respete eso.

—Lo respetaré también.

—Me alegra escuchar eso —dije  antes de quedarme un rato a ayudarlo, aliviado de escuchar sus palabras.


 


 


 


 

El gris verdoso del atardecer fue oscureciendo poco a poco a medida que la noche reclamaba terreno. Parecía todo tan tranquilo como siempre en la época de paz que reinaba en la región, aunque se sentía distinto, el ambiente estaba cargado de una sensación de pesadez, de inquietud y hasta cierta tristeza; una energía que no me lograba explicar del todo bien, pero no tardaría en figurar su razón.

—Ah, es por eso —murmuré al mirar en cierta dirección a lo lejos, notando como algunos de mis hermanos se agrupaban en un sector. Yo me encontraba en lo alto de las casas cuyas calles estaban extrañamente vacías, observando como poco a poco se reunían, pero el aleteo irregular de una polilla pasando frente a mí me distrajo, llevando mi vista en dirección a la fuente de luz que solo podía ser vista por seres como yo.




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