Promesas bajo el jacarandá

CAPÍTULO 4: Un gesto y mil preguntas

POV: Mariana

Salimos del laboratorio entre risas. Ismael estuvo haciendo chistes casi toda la clase, pero aun así nos fue bien, tomamos todas las muestras como correspondía, anotamos prolijo y entregamos el informe a tiempo. Hasta logramos sacarle una sonrisa al profesor.

—Buen equipo, Mari —dijo, chocando suavemente su hombro con el mío.

Le devolví la sonrisa. Por un rato me olvidé del cansancio y… de lo extraño que estuvo Lucas en la práctica, serio, distraído, con esa forma de mirar que nunca termina de decir.

Nos separamos a la salida. Ismael, Marcos y Mónica siguieron hacia Agronomía, y Lucas y yo tomamos el mismo pasillo. Teníamos un teórico corto de Epidemiología Aplicada antes del mediodía. Caminamos al mismo ritmo, a dos pasos de distancia.

—¿Todo bien? —pregunté, de reojo.

Asintió.
—Sí… solo cansado.

Mentira. A Lucas se le nota cuando algo le da vueltas, aprieta la correa de la mochila y baja la vista como si en el piso estuviera la respuesta.

—¿Te aburrió el laboratorio?

—No. Me fue bien —giró apenas—. Aunque… extraño a mi compañera habitual.

Sonreí.
—¿Mónica no estuvo a la altura?

Se le marcó una media sonrisa resignada.
—No es que sea mala… pero no es lo suyo. Parecía que el microscopio la miraba a ella, y no al revés.

Me reí.
—Vos tampoco hablaste mucho hoy.

—No hacía falta —encogió los hombros—. Ya había suficiente “animación” del otro lado del aula.

Tardé un segundo.
—¿Lo decís por Ismael?

—Se nota que se entienden —susurró.

No supe qué responder. Ismael me hace reír, me distrae. Pero con Lucas… incluso el silencio tiene voz. Y hoy, ese silencio me pesó.

El teórico fue breve y denso. Copiamos lo esencial. Lucas levantó la mano dos veces, preciso; yo lo seguí en los apuntes. Cuando sonó el timbre del mediodía, salimos con la sensación de que el día recién empezaba.

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El comedor hervía, bandejas chocando, olor a milanesa y café recalentado. Conseguimos mesa en el patio, bajo una sombra angosta. Marcos ya estaba con Lucía, riéndose de algo que no alcancé a oír. Ella acomodaba su bandeja con naturalidad, como si llevara meses con nosotros. Mónica llegó impecable, las llaves del auto girando entre sus dedos.

—¿Cerramos la semana? —propuso Ismael—. Así coordino traslados —dijo, mirándonos a Marcos y a mí.

Saqué la agenda. Lucas también, aunque él no necesitaba coordinar: tenía auto.

—Entramos todos temprano y salimos tarde, como siempre —dije, suspirando—. En Vet, lo más pesado va a ser Clínica Quirúrgica y Hospital. Nos dejan fundidos.

—En Agro, prepárense para Suelos y Sanidad Vegetal —respondió Marcos—. Son eternas.

—Confirmo —añadió Lucía, divertida—. Vine preparada para estudiar, pero… Suelos acá juega en otra liga. Menos mal que me crucé con Marcos, si no me perdía la mitad.

—Yo te cobro en medialunas —le guiñó él.
—Hecho —contestó ella, riendo.

Ismael se rió.
—Entonces yo manejo y ustedes dos pagan peaje en facturas.

—Te sale caro, Isma, porque Marcos come el doble —le retruqué.

Mi hermano levantó las manos, como dándose por vencido, y todos reímos.

Mónica acomodó la carpeta sobre la mesa con elegancia.
—Y no se olviden de Proyectos. Media carrera se define ahí. Igual, con Ismael y Marcos estás cubierta —le dijo a Lucía con esa perfección calculada.

—Nosotros al menos tenemos algún hueco —comentó Lucas, mirándome un segundo—. Dos o tres horas libres a mitad de semana… si no nos encajan guardia.

—Sí —asentí—. Algunos días entre Clínicas y Epidemio quedamos colgados un rato. Podemos aprovechar para el TFI… o para almorzar tranquilos.

—Qué suerte la de Veterinaria —bromeó Ismael—. En Agronomía no nos sueltan ni para respirar.

—Es que ustedes necesitan supervisión constante —le seguí el chiste. Me guiñó un ojo y todos rieron.

Entonces Mónica sonrió impecable y lanzó su dardo disfrazado.
—Si querés, Lucas, podemos alternar. Yo me quedo con vos en los huecos, y Mariana con Ismael. Total… se entienden tanto.

Me atraganté con el agua y fingí que revisaba mi bandeja. El comentario cayó como piedra en medio de la mesa.

—Estamos bien así —contestó Lucas sin mover un músculo.

La sonrisa de Mónica no se borró, pero el aire se volvió más espeso. Lucía intervino rápido, contándole a Marcos una anécdota de su antigua facultad, y él volvió a reír, liviano. Esa risa me alivió.

—Entonces quedamos así —cerró Ismael— yo paso por ustedes en la mañana y los devuelvo a la tarde.

—Gracias —le dije. Lucas solo asintió.

Repasamos por arriba lo más bravo de cada materia, nos reímos con otro chiste de Ismael y nos levantamos casi al mismo tiempo. La tarde pesaba sobre el patio y tuve esa sensación rara de que todo seguía en su lugar… menos nosotros.

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Después del almuerzo nos tocó a Lucas y a mí Reproducción y Obstetricia. Un teórico de una hora y media, directo y denso: fisiología posparto, protocolos de sincronización, manejo de puerperio y alertas de metritis. Lucas escribió sin pausa, con su letra prolija; yo lo seguí, subrayando lo que el profesor repetía dos veces. De vez en cuando, él hacía una pregunta breve y precisa; yo asentía, como si ese intercambio mínimo alcanzara para ponernos en la misma sintonía.

Al terminar, guardamos las carpetas a la vez. Y al salir sostuvo la puerta para que pasara. Me sonrió, sin que le llegara a los ojos.

—A las seis tenemos la reunión del Trabajo Final Integrador —le recordé—. Si querés, antes armamos el cronograma de muestreos en la biblioteca.

—Dale. Busco un café y voy.

Nos separamos. Lo sentí lejos. Como si un metro de distancia fuera un río.

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En la biblioteca, extendimos carpetas. El TFI parecía un rompecabezas, fechas de campo, contacto con el tambo, bioseguridad, tiempos de laboratorio. Lucas se arremangó —gesto suyo de siempre— y por un rato volvió a ser el de antes, claro, pragmático, atento.




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