—Hijo, tienes que comer —estoy sentado en mi cama mirando a la pared que parece que tiene más vida que yo, por que la mía está en coma—. Me estas preocupando, tienes fiebre y no has comido ni salido de esta habitación en 2 días, Ihan.
Mi único pensamiento se repite y se repite “tiempo” … si hubiera tenido un poco mas de tiempo… la hubiera salvado.
Hace 2 días.
—Entiendo que esta situación es angustiante, y quiero asegurarles que estamos haciendo todo lo posible por su familiar —nos dice el médico—. La persona sufrió un episodio de ahogamiento con una privación de oxígeno de aproximadamente cuatro minutos antes de ser rescatada. Aunque logró expulsar el agua, actualmente permanece inconsciente, lo que indica un posible daño neurológico debido a la falta de oxígeno en el cerebro.
La madre de Zam me aprieta la mano y yo la abrazo. Esto debe ser difícil para ella.
—Hemos iniciado monitorización intensiva para evaluar su estado. En estos casos, el pronóstico depende de múltiples factores, incluyendo la rapidez con la que se inició la reanimación y la respuesta del organismo. Estamos administrando oxígeno y realizando estudios para descartar daño cerebral severo —continua, se sienta al lado de Melanie y le acaricia el hombro—. Lo más importante ahora es darle tiempo Mel y seguir de cerca su evolución, tú sabes cómo es esto. Las próximas horas serán clave para determinar si hay signos de recuperación neurológica. Aunque el panorama es reservado, vamos a hacer todo lo necesario para brindarle la mejor atención.
—Doctor, por favor dele el mejor tratamiento —mis ojos cansados lo enfocan con suplica—. No importa el dinero. El asiente y se marcha.
Escucho su nombre en la distancia, una voz urgida que pregunta por Zam. Giro la cabeza hacia la recepción y ahí está él, Christopher, con el rostro desencajado, la mirada temblorosa, la sangre cubriendo su piel como un testigo de lo que ha vivido.
Nuestros ojos se encuentran por un instante. Él desvía la mirada y, al verla, se limpia la sangre con un gesto rápido, como si quisiera borrar la evidencia de su dolor antes de acercarse.
—Mamá, ¿estás bien? —susurra, su voz quebrada por la preocupación.
Con ternura, acaricia su mano y deposita un beso leve, como si en ese contacto pudiera devolverle algo de calma. La mirada de mi suegra cambia, se exalta al notar la herida abierta en la cabeza del pelinegro.
—No te preocupes, yo estoy bien, lo juro, mira…
Con un intento desesperado por aliviar el peso de la angustia, se pone de pie y empieza a bailar. Es torpe, apresurado, casi absurdo, pero por un instante rompe la tensión. Una pequeña sonrisa escapa de mis labios.
Miro a mi alrededor. Todos estamos igual, atrapados entre el miedo y la esperanza, sostenidos por una incertidumbre que parece infinita.
Este lugar… este instante… es la espera de la vida o de la muerte.
18/04/2019
Hace tres días celebramos ocho meses juntos, y en tres días será mi cumpleaños… Pero nada de eso importa ahora.
El tiempo se ha convertido en una burla cruel, en un conteo regresivo sin sentido mientras veo cómo la persona que amo lucha entre la vida y la muerte. Ahora entiendo lo que ella ha sentido tantas veces… esa impotencia, ese dolor que atraviesa el pecho como un golpe seco.
El tercer día mi cuerpo no resistió. Me desplomé, como si me hubiera convertido en un espectro, un fantasma atrapado en esta sala de espera. Tuvieron que internarme. Mi padre, preocupado, me mandó a psicología, como si pudieran reparar algo que está roto desde adentro.
Cuando me dieron de alta, fui a verla. Sus manos estaban frías. Arropé su cuerpo, limpié con cuidado su piel, masajeé sus brazos como me dijeron que hiciera, como si con ese gesto pudiera devolverle algo de calidez. Como si pudiera llamarla de vuelta.
—Mañana vuelvo a la escuela —susurré, aunque mi voz apenas se sostenía—. Sé que si estuvieras despierta, me regañarías.
Saqué algo del bolsillo y lo puse en su mano con delicadeza.
—Hice esta manilla cuando estaba internado. Es linda, ¿no? La hice con tu color favorito… Son fáciles de hacer. Cuando despiertes, te enseñaré.
Me incliné para besar su frente y, por un instante, respiré su fragilidad.
Luego me giré y caminé hacia la salida, obligándome a no mirar atrás. A fingir que no me duele verla conectada a tantas máquinas
21/04/2019
Hoy es mi cumpleaños 19, y aunque intentan hacerme feliz, hay un vacío que nada puede llenar. Falta Zam.
Falta su risa sarcástica, el brillo en sus ojos cuando algo le entusiasma, la manera en que exhala un leve ronquido cuando ríe demasiado fuerte. Falta su forma de explicarme cosas con paciencia, como si supiera que necesito comprender sin sentirme pequeño. Su costumbre de oler la comida antes de probarla, de inspeccionar cada objeto antes de comprarlo, como si el mundo estuviera lleno de pequeñas sorpresas que solo ella puede descubrir.
Extraño su sonrisa, los pequeños rizos que se forman en su nuca, la alegría cuando sujeta una cámara y el mundo se convierte en un lienzo para ella. Extraño cada intento de baile en el que me pisaba y se entristecía por la torpeza de sus pies, cada historia que le contaba y la forma en que se disociaba por unos segundos antes de fingir que había entendido todo.
Extraño la manera en que ama a las personas, cómo da todo de sí sin reservas, como si el mundo necesitara más almas como la suya. Extraño cada abrazo, cada beso, cada pequeña mueca en su rostro. Extraño sus manos, tan cálidas, tan vivas.
Hoy es mi cumpleaños 19, y sin ella, todo se siente incompleto. Como si el tiempo se hubiera detenido en el instante en que la vida decidió ponerla en pausa.
—¿Qué tal el desayuno, hijo? —papá me saca de mis pensamientos. Asiento y sigo comiendo, carraspea un poco antes de hablar—. No puedo creer que mi bebe ya tiene 19, si hasta parece ayer cuando me dijo papá por primera vez.
Editado: 24.07.2025