Hoy ha quedado en ir a casa de Manu por la tarde; aparte que sale de casa, el pobre de Manu le ha pedido que le pase los apuntes de la clase de filosofía. No es un tema que le apasione mucho a los dos, sobre todo a Manu que encuentra cargado aprenderse todas las leyes, teorías y sus precursores. Para Víctor también le es cargado, pero no tan tedioso. Tras estar revisando uno que otro apunte dijeron “Stop.”
– Tío, ¿te apetece una partida en la play?
– Va. – Dijo Víctor. Ambos chicos toman un mando y empiezan a jugar.
– Habla Víctor, ¿te la has liado no? – La pregunta lo toma desprevenido. ¿Ah que venía eso?
– ¿Ah quién?
– A Paris. No estuvo en la clase de informática. Y yo antes de irme a mi salón pasé por el tuyo y tampoco te vi. – Dijo haciendo una maniobra con su mando. Vaya que su amigo se fija en esos detalles.
– Ya tío. Y tú ya has asumido que me he liado con ella. – Respondió secamente. ¿De dónde sacara esas conclusiones? Se está alejando un poco de la realidad, cuando las cosas pasaron de una manera distinta.
Unas horas antes…
<< No. Todavía no.>> Pensó Víctor cuando estaba a punto de darle la carta a París. Es como si alguien le hubiera apretado la muñeca justo a tiempo, y tal vez ese alguien era la razón.
– Vale. – Responde sin darle más importancia al asunto – Verdad. Gracias. Por escucharme y aconsejarme.
– No hay de qué. – Sonríe
– Disculpa lo que voy a decir, pero cuando me estabas hablando te escuchabas igual a un psicólogo. – Dice. Víctor arquea su ceja manteniendo su sonrisa. No esperaba ese cumplido.
– No lo sabía. Creo que convivir con un psicólogo es algo que se te pega.
– ¿Tu padre es psicólogo?
– No. – Afirma entre risas. París lo mira extrañada sin comprender mucho – Lo digo así porque iba muchas veces al psicólogo y pasaba mas tiempo en su consultorio que en mi propia casa.
– Ya entiendo. – Dice también riendo un poco. Ve por su rostro que tiene la curiosidad de saber por qué iba al psicólogo, pero se da cuenta de que se va a quedar con las dudas. Lo cual le es un alivio. Ah excepción de sus padres, de sus amigos y el psicólogo que lo atendió, saben de su historia. No se siente listo para hablarlo. Ha veces admira como otras personas pueden hablar de ese tipo de sucesos como una anécdota y sin ningún atisbo de dolor. Pero él no puede hacerlo. Y duda mucho que lo esté a futuro. Pero para no quedar en inconcluso, intentara desviar un poco la conversación.
– Si. Iba al psicólogo. Y ahí fue donde conocí a Manu y Hanna.
– ¿Manu y Hanna?
– Hanna es mi mejor amiga; tenemos la misma edad, pero ella ya está en la universidad. Y Manuel, está en tu clase. – Dice apoyando su brazo en su rodilla. París mira al suelo, pensativa, hasta que lo vuelve a alzar con una expresión de acertamiento.
– ¿Manuel…Arriaga no? – Pregunta París.
– Si, es mi mejor amigo. – Dice Víctor.
– Me parece lindo que tengas un grupo de amigos que, sin querer, conociste cuando ibas al psicólogo. – Dice. Víctor ve que dentro de lo que dice hay algo que intenta ocultar, pero que ya él lo ha descubierto.
– Tú no tienes amigos, ¿no es así? – Pregunta. Intentando ser lo mas delicado posible. Ve que se pasa un mechón detrás de su pelo. Pero, aunque ese signifique que esta nerviosas, se le ve tranquila. Y tras unos segundos de silencio, París le va a responder.
– Pues…creo que no tengo muchos amigos porque soy algo tímida. – Confiesa soltando una risilla.
– ¿Y el ballet?
– Bueno, ese es otra cosa… Las chicas me tienen envidia. Y los chicos, no todos claro, son algo engreídos. – Dice. No se lo esperaba. Es triste no tener un amigo con quien no solo pasar el rato, sino también contar con el cuándo sientas que todo se está derrumbando a tu alrededor. París debe sentirse sola, aunque no lo aparenta. Y se la imagina, yendo y regresando al instituto sola. Terminando sus clases de ballet y caminando ese largo tramo sin compañía. Sin alguien con quien compartí como se siente y nadie que le saque una sonrisa, y mucho menos una risa. Nadie merece estar solo. Y él lo sabe. Si su madre no lo hubiera llevado a rastras al psicólogo, no habría conocido a Manu ni a Hanna. ¿Qué sería de él ahora? Un total marginado tal vez. Pero ella tampoco lo merece – Víctor. – Lo llama. Y él deja de centrarse en sus ideas y centrarse en ella – No te dije esto para que me sientas lastima y mucho menos pena. Lo dije porque me preguntaste y… ya.
– No te preocupes. Y no digas eso, no te siento pena y mucho menos lastima. – Claro que lo sintió. Pero no piensa decírselo. Sin embargo, va a dejar una cosa en claro – Pero sí. Nadie merece estar solo. Y eso va para ti… Aunque, si recapitulamos un poco, tú ya tienes un nuevo amigo. – Dice con una sonrisa algo torcida. París pestañea varias veces, sin comprender mucho. Pero luego su cabeza hace la conexión y sonríe mostrando sus dientes blancos.
– ¿En serio? – Dice bromeando con el fin de seguirle el juego – ¿Y quién es?
– Es un tío parecido a una bestia. Pero es una bestia que da miedo, sino una bestia de la lectura porque ama leer.
– Por curiosidad, ¿también escribe?
– Cierto. También escribe. – Dice algo avergonzado – ¿Tu lo conoces? – Pregunta. París tiene que taparse la boca para que no se escuche su risa. Víctor la mira con una gran sonrisa en sus labios y guarda aquel momento en su memoria. Le gusta verla reír, y le encanta saber que quien lo provoco fue él. Como le gustaría hacerlo más a menudo…Pero sabe que no puede ser…
– Y tú Víctor. – Dice sacándolo de sus pensamientos - ¿Te parece si esta bailarina tímida sea tu amiga? – Dice pasándose un mechón detrás de su oreja.
– Claro. – Dice. Para luego agregar – No importa que sea solo un amigo, ¿no?
– No. Para nada. – Dice negando con la cabeza – Uno no necesita muchos amigos, sino los correctos.