Solo ha ido una vez y ya se sabía el camino de memoria. Es un don suyo el sentido de orientación. De niño nunca se perdía; al contrario, era él quien les decía a sus padres por donde ir cuando estos se perdían. En ese entonces creía que había adquirido un super poder gracias a las grandes cantidades industriales de rosquillas de chocolate y crema que comía. Sus favoritas. Pero justo cuando un recuerdo de rosquillas quiere hacer acto de presencia, se esfuma antes de que se ponga a darle vueltas. Ha llegado a la academia. Sube los escalones y una vez en la entrada se asesora de que no se encuentre la recepcionista. No está para darle explicaciones. Por suerte no está, y entra sin ningún problema. Sube los peldaños de la escalera de la derecha y, cuando llega al segundo piso, mira por los salones si encuentra una bailarina en especial. Recuerda cada una de las facciones de su rostro, las ha memorizado cada que ha podido. Su nariz de botón y su tierno mentón, al igual que sus mejillas y la forma de su rostro. Ladea un poco la cabeza cuando imagina a sus manos alrededor de sus mejillas y como poco a poco va acercando su rostro al de ella.
En eso, la sombra de una bailarina en el suelo tapizado capta su atención y se detiene para admirarla mejor. Como mueve sus brazos y se mantiene en el aire sobre sus zapatillas de punta. Simplemente hermosa. Y, al voltear en dirección al salón, ve a la dueña de la sombra, era París. Bailando en medio del salón ante la mirada atenta de sus compañeros, unos sentados en el suelo y otros apoyados en las barras de estiramiento; todos centrados en ella al igual que Víctor. Que se quedó parado en donde estaba y mira enviciado a París, reflejando admiración en su mirada. No se equivocaba al referirse que las heridas de sus pies es el reflejo de su esfuerzo y dedicación. Baila espectacular. Siente como cada paso que da, al igual que cada movimiento, lo hace con gracia hasta el punto de atraparlo, y lo hace perderse en ella al compás de la música. Es como ver al poema oculto en su chaqueta cobrar vida propia. Y termina de bailar con los brazos abiertos hacia abajo y una pierna delante de la otra.
– Aplausos. – Escucha a alguien decir. Y era nada menos que la maestra – Cuentas hasta tres y procedes a hacer la reverencia de agradecimiento. Y te retiras por tu mano derecha. – Agrega y París sigue cada y una de las indicaciones – Excelente París. Mañana continuamos con los ensayos; recuerden practicar en casa. – Dice la maestra. Los alumnos hacen una reverencia y empiezan a recoger sus cosas. Víctor se sienta en una de las sillas que hay detrás de él con ambos brazos sobre sus rodillas mientras juegan sus dedos.
<<Le sonríes y la saludas con dos besos en la mejilla>> Se repetía a cada momento. Ve a unos cuantos alumnos andar por la sala y no logra ver a París, pero no le da mucho tiempo el buscarla cuando ve que algunos alumnos se dirigen a la entrada. Rápidamente se para y se recuesta en el balcón dándole la espalda a todos. Desde ahí puede ver el primer piso y las escaleras del segundo piso, en donde tuvo otro de los pocos encuentros con París y supo que ella practicaba ballet. La imagen de ella sentada en uno de los escalones sigue intacta en su cabeza, y que tan solo al escuchar su nombre se trasmiten por su cabeza como un rollo de película. Y sin querer, se pone la mano en el pecho y lo aprieta un poco.
<<Joder ¿Y tú porque has empezado a latir a ese ritmo?>> Pensó. Entonces una posibilidad apareció, o, mejor dicho, volvió a prestarle atención. Porque, aunque sea una posibilidad nueva y hermosa. No la tenía a su alcance. Ya que había algo que le impedía llegar a ella y se lo arrebataba sin más. Por eso la negaba cuanto le era posible. Porque sabe que esa posibilidad no era para él. Y no importase cuanto hiciese, no podía aspirar a
– Hola. – Dijo alguien detrás de él, seguido de unos cuantos toquecitos con el dedo sobre su hombro. Solo vasto con escuchar su voz para voltear y mostrarle esa sonrisa que muy pocos han llegado a ver. Y ahí estaba. Parada sobre sus converse negras y vestida con un buzo y una sudadera color crema; su melena café, que antes estaba amarrada en un moño, era ahora una cola que descansaba sobre su hombro en varias ondas desechas. Sus labios reflejan esa sonrisa tierna como la primera vez que la vio. Y no puede faltar aquel gesto que hace con un mechón. Suspira con pesar. Porque cuando la tiene delante de él, siente que esa posibilidad está en sus manos. Tan suya…Pero a la vez frágil. Capaz de hacerse polvo con su tacto.
¿Por qué?
– Hola. – Dice dándole dos besos en cada mejilla. Ahora él era quien hace el primer paso. Ella también lo hace, solo que empinándose un poco sobre sus pies para llegar a su rostro. Aunque es alta, sigue sacándole una cabeza.
– Llegaste puntual.
– Ni un minuto antes y ni uno después. – Dice dejando claro en su voz lo orgulloso que se sentía por aquello.
– Vale, Entonces, ¿nos vamos? – Pregunta doblando su cabeza hacia un lado y Víctor asiente con la cabeza como respuesta. Ambos bajan las escaleras sin decir ninguna palabra y solo lanzando miradas furtivas a quien tenían a su lado. Aunque uno no hablase, ese silencio les era agradable. Hasta que una vez afuera de la academia es Víctor quien inicia la conversación.
– Te vi bailando.
– ¿En serio? – Dice mirándolo como si una persona le hubieren dicho que se ha ganado un premio de lotería.
– Si. Resulta que llegué un poco antes y sin querer te vi. Y…bailas hermoso. – Dice posando su mano detrás de su nuca.
– Gracias. – Dice pasándose un mechón un rebelde detrás de su oreja mientras sus mejillas mantienen un color rojizo, adquirido por lo que dijo Víctor – Es el baile del hada de azúcar, del cascanueces.
– La famosa pieza de…Tchaikovsky, ¿no es así?
– Me sigue sorprendiendo que sepas ese tipo de detalles.