Clara
El aire está denso, como si la noche supiera lo que se avecina. El silencio del bosque es inquietante, roto apenas por los aullidos lejanos. Mi corazón late con fuerza en el pecho mientras observo a los lobos reunir fuerzas. Puedo sentir la tensión vibrando en el aire, como si estuviéramos al borde de una tormenta que no podremos evitar. Ezequiel se está acercando, y todos lo saben. Esta no es una advertencia, es el comienzo del ataque.
Luca está a mi lado, los músculos de su brazo tensos bajo la piel mientras dirige órdenes con calma, aunque sus ojos revelan lo que realmente siente: furia y preocupación. Me toma de la mano por un instante, un gesto breve, pero cargado de significado.
—Quédate cerca de mí, Clara. No dejaré que te pase nada —me dice con una mirada intensa.
Asiento, aunque sé que no puedo limitarme a seguirlo como una sombra. Algo en mi interior se ha encendido, una sensación que no puedo ignorar. No soy la misma chica de hace unas semanas. No puedo dar marcha atrás. Si quiero sobrevivir y protegerlos, tengo que pelear.
Un grito corta el aire y hace que mi piel se erice. El sonido viene del borde del bosque, seguido por el crujir de ramas y un grupo de lobos emergiendo de las sombras. Sus ojos reflejan la luz de la luna, brillando con una ferocidad que me congela por un segundo. Son los seguidores de Ezequiel, y avanzan como si hubieran ensayado cada movimiento.
—¡Están aquí! —grita Elena, posicionándose al frente de la manada—. ¡Formación defensiva, rápido!
El pánico amenaza con apoderarse de mí, pero me obligo a respirar hondo. Luca me aprieta el brazo y su mirada se cruza con la mía por un instante, tan breve como una exhalación.
—Confía en lo que aprendiste. No pienses, actúa.
Su voz me ancla, me hace recordar los entrenamientos, las caídas, los aciertos. Cierro los ojos un segundo, invocando la calma, y cuando los abro, todo se siente más nítido.
Los lobos se mueven rápido, un borrón de garras y dientes, pero nuestra manada responde al instante. Elena y los guerreros más experimentados se adelantan, formando un muro vivo. Cada paso que damos es coordinado, aunque puedo ver el miedo en sus ojos. No somos suficientes, y ellos lo saben.
Me lanzo hacia la derecha, esquivando el ataque de un lobo oscuro que casi me derriba. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente, como si cada músculo recordara lo aprendido en los entrenamientos con Luca. Le planto una patada en el costado y aprovecho su momento de desconcierto para empujarlo lejos de mí.
—¡Bien hecho! —escucho a Luca decir a la distancia, su voz como un faro en medio del caos.
Otro lobo viene hacia mí, más grande y rápido. Mi corazón se acelera, pero esta vez no me detengo. Giro sobre mis talones y uso su propia velocidad en su contra, dejándolo fuera de balance. Lo golpeo con toda la fuerza que tengo, sintiendo el impacto recorrerme los brazos. Caemos al suelo enredados, pero logro zafarme antes de que pueda atraparme con sus garras.
Todo alrededor es un caos: gruñidos, jadeos, cuerpos en movimiento constante. La manada está luchando, pero somos superados en número.
Una voz en mi cabeza me dice que corra, que busque refugio. Pero algo más fuerte dentro de mí se niega. Este no es solo el problema de la manada. Ezequiel no es solo una amenaza para ellos. Es una amenaza para mí, para lo que he comenzado a construir aquí. No puedo permitirme huir.
Luca se acerca a mí, con el rostro cubierto de sudor y tierra. Sus ojos me atraviesan, fieros y desesperados.
—Vamos a agruparnos en la cabaña —dice, respirando entrecortado—. Si logramos contenerlos ahí, tendremos una oportunidad.
Asiento, aunque siento que mis piernas tiemblan. Nos movemos rápido hacia la cabaña, y veo cómo los demás se repliegan, siguiendo la misma estrategia. Mi corazón martillea en mis oídos. No puedo dejar que el miedo me paralice ahora.
Mientras avanzamos, una imagen atraviesa mi mente: una visión fugaz de personas que no conozco pero que siento cercanas, como un eco del pasado. Los veo luchando, igual que nosotros ahora. Sus rostros son una mezcla de miedo y determinación, y sé que de alguna manera estoy conectada con ellos. Esas visiones han comenzado a llegar cada vez con más fuerza, como si intentaran decirme algo, una verdad que aún no comprendo del todo.
Nos refugiamos en la cabaña. Luca cierra la puerta de un empujón, y los demás se agrupan, jadeando por el esfuerzo. Afuera, los lobos de Ezequiel siguen merodeando, esperando su momento para atacar de nuevo.
—No tenemos mucho tiempo —dice Luca, pasando una mano por su cabello mojado de sudor—. Si no encontramos una forma de detenerlos, no sobreviviremos esta noche.
Miro a todos a mi alrededor. Veo el miedo en sus ojos, pero también algo más: esperanza. Una esperanza frágil que se aferra a la posibilidad de salir de esta juntos.
—Vamos a pelear —digo, sorprendida por la firmeza de mi propia voz—. No vamos a rendirnos.
Luca me mira, y por un instante parece que todo lo demás desaparece. No necesitamos palabras para entendernos. Estamos en esto juntos.
El caos se siente lejano por un segundo mientras nuestros ojos se encuentran. No sé qué va a pasar después de esta noche, pero hay algo que sí tengo claro: lucharé por esta manada. Lucharé por Luca. Lucharé por mí misma.
Fuera, los lobos comienzan a rodear la cabaña, y sé que el enfrentamiento final está por empezar. Mi corazón late con fuerza, pero no hay espacio para dudas.
—Es ahora o nunca —dice Luca, dándome una mirada cargada de determinación.
Asiento, lista para lo que venga. Esta vez no soy solo una espectadora. Soy una luchadora. Y estoy lista para enfrentar lo que sea necesario.
La batalla aún no ha terminado. Y yo tampoco.
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Editado: 14.11.2024