Clara
El aire es denso y pesado, impregnado de un silencio inquietante que sigue a la tormenta. La batalla ha terminado, pero el eco de los gritos y los rugidos de los enfrentamientos aún resuenan en mi mente. La manada ha vencido a Ezequiel, pero el precio ha sido alto. Mientras miro a mi alrededor, el peso de las consecuencias de nuestras decisiones se siente como una losa sobre mis hombros.
Los cuerpos caídos de nuestros enemigos y algunos de nuestros propios miembros marcan el campo de batalla. Cada pérdida es un recordatorio de lo que hemos sacrificado, y aunque hemos logrado lo que nos propusimos, la victoria no es un motivo de celebración. Es un momento de reflexión. La manada se ha reunido en el claro, y en sus rostros puedo ver el desgaste emocional y físico.
Luca se acerca a mí, sus ojos cargados de preocupación y tristeza. Su expresión me dice que, aunque hemos ganado, nada será igual. Su mano busca la mía, y ese pequeño gesto me proporciona un consuelo efímero.
—Lo hicimos, pero… —comienza, su voz titubeante, antes de detenerse. Siento el peso de sus palabras no dichas. El vacío que hemos dejado y las cicatrices que llevamos son profundas.
A medida que la manada se organiza para llevarse a los heridos, me doy cuenta de que mis decisiones en la batalla han tenido un costo. La barrera que conjuré para proteger a nuestros miembros ha drenado una gran parte de mi energía, dejándome vulnerable y con un fuerte dolor en el pecho. Cada latido resuena con un recordatorio de que ser guardiana tiene su precio.
Luca nota mi debilidad y se acerca, ayudándome a caminar mientras nos dirigimos a un lugar más tranquilo. Quiero ser fuerte, pero la realidad de nuestras pérdidas se cierne sobre mí.
—¿Qué pasará ahora? —pregunto, sintiendo que la incertidumbre se enreda en mis pensamientos.
—Debemos sanar, tanto física como emocionalmente. La manada necesita tiempo para recuperarse —responde, sus ojos llenos de comprensión. No necesito que me diga que todos estamos heridos; lo sé.
Nos sentamos en un claro apartado, y la luna sigue brillando, aunque ya no es la misma. La luz es más tenue, como si el universo estuviera de luto por lo que hemos perdido. En silencio, miro a mis compañeros, algunos llorando por los caídos, otros abrazándose en un intento de consolarse. Es un panorama devastador, y la sensación de culpabilidad me pesa en el corazón.
Mis pensamientos se desvían hacia los que hemos perdido. La batalla fue feroz, y algunos de los guerreros más valientes ya no están con nosotros. La realidad de que nunca volverán a unirse a la manada es devastadora. Las lágrimas brotan de mis ojos, y me doy cuenta de que esta victoria ha cambiado todo.
—No podemos olvidar lo que hemos perdido —digo, sintiendo la urgencia de recordar a aquellos que han caído. La manada ha luchado por un futuro mejor, pero el precio ha sido demasiado alto.
Luca asiente, comprensivo.
—Haremos un homenaje, un ritual para recordar a nuestros caídos. Ellos siempre serán parte de nosotros —ofrece, y sugiere que celebremos la vida de quienes ya no están, no con tristeza, sino con amor y respeto.
A medida que los días pasan, la manada comienza a recuperarse, pero no sin llevar consigo las cicatrices de la batalla. Los heridos son atendidos, y aquellos que quedan deben enfrentarse al dolor de la pérdida. Las noches son largas, y el silencio es abrumador, pero en ese silencio también encontramos la oportunidad de reflexionar y sanar.
Luca y yo nos encontramos más unidos que nunca. Cada noche, me cuenta historias sobre nuestros compañeros caídos, y a través de sus relatos, los recordamos y les rendimos homenaje. Es una forma de mantener viva su memoria.
El proceso de sanación es lento, pero se siente como un paso necesario. La manada se vuelve más fuerte a medida que compartimos nuestras experiencias y emociones. En cada encuentro, en cada lágrima, descubrimos la fuerza que proviene de nuestra conexión.
Sin embargo, la sombra de Ezequiel sigue acechando. Aunque hemos ganado esta batalla, sabemos que la guerra no ha terminado. Su legado de venganza perdura, y debemos estar preparados para lo que venga. La realidad es que, aunque hemos superado un obstáculo, aún queda un camino por recorrer.
Un día, mientras entrenamos, me detengo y miro a mis compañeros, a las caras que he llegado a conocer y a querer. Estoy segura de que todos hemos crecido a partir de esta experiencia, pero el dolor de la pérdida nos recuerda que debemos permanecer unidos. La victoria ha traído consigo consecuencias inesperadas, y la manada ahora es más que un grupo de guerreros; somos una familia.
Decido que no permitiré que el miedo al futuro me consuma. La vida es frágil, y cada día es un regalo. Clara y yo nos hemos enfrentado a nuestros miedos y hemos aprendido que las decisiones difíciles son parte del camino. Ahora, más que nunca, estoy lista para luchar por el futuro que merecemos.
El dolor de la batalla nos ha dejado una marca indeleble, pero también ha fortalecido nuestros lazos. La manada se ha convertido en un refugio, y juntos, aprenderemos a vivir con las cicatrices, a honrar a los caídos y a seguir adelante.
Con el amanecer de un nuevo día, siento que hemos superado una parte importante de nuestra historia. La victoria es nuestra, pero las lecciones que hemos aprendido permanecerán con nosotros.
No importa lo que venga, estamos juntos, y esa unión es nuestra mayor fortaleza. Con el corazón lleno de esperanza y la determinación renovada, miro hacia el horizonte, lista para enfrentar lo que el futuro nos depara.
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Editado: 14.11.2024