Clara
La victoria sobre Ezequiel no ha traído la paz que todos esperábamos. En lugar de eso, un aire de incertidumbre se cierne sobre la manada. A medida que los días pasan, las tensiones entre los clanes siguen latentes, y ahora, más que nunca, la figura de un guardián se siente pesada sobre mis hombros. Mi rol como guardiana se ha vuelto más complejo, y la presión de proteger a los que amo me lleva al límite.
Las noches han estado llenas de inquietud. Los murmullos sobre nuevas amenazas llegan a mis oídos: rumores de cazadores que se han reunido en las fronteras de nuestras tierras, buscando venganza por lo que les hicimos a Ezequiel. La tensión entre las manadas ha dejado un vacío que otros intentan aprovechar.
Las reuniones que antes eran de unidad ahora se sienten más como una exposición de desconfianza. Algunas voces piden prepararse para la guerra, mientras que otras quieren buscar la paz. Intento mantener la calma, pero mi corazón late con fuerza, y el miedo empieza a arraigarse en mí. Cada día que pasa, me siento menos segura de mis habilidades como guardiana.
Esta mañana, me encuentro en el claro donde solíamos entrenar. Me he reunido con algunos miembros de la manada para discutir estrategias de defensa. El aire está cargado de tensión, y las miradas que se cruzan son frías.
—No podemos quedarnos de brazos cruzados —dice Lucas, un lobo joven de la manada—. Debemos preparar un grupo de vigilancia y asegurarnos de que todos estén listos para actuar.
Asiento, intentando mostrar fuerza, pero en mi interior, la ansiedad se apodera de mí.
—Lo entiendo, pero también debemos encontrar una manera de unirnos. No podemos dejar que el miedo nos divida otra vez —respondo, intentando hacer que la voz de la razón prevalezca.
Sin embargo, a medida que discuto las medidas, la desconfianza entre los miembros de la manada se hace evidente. Algunos critican mis decisiones y cuestionan mi liderazgo. La presión se siente abrumadora, y me pregunto si estoy a la altura de las expectativas.
La tensión no se limita a la manada. Mi relación con Luca también ha comenzado a resquebrajarse. Aunque nos apoyamos mutuamente, el estrés de la situación nos ha hecho más irascibles.
Una noche, después de un largo día de reuniones y discusiones acaloradas, me encuentro con Luca en la cocina, preparando algo de comer. La atmósfera está cargada. Me doy cuenta de que llevamos días sin hablar de manera significativa.
—Clara, necesitamos hablar —comienza Luca, su voz tensa—. No estoy seguro de que todos estén de acuerdo con tu forma de manejar las cosas.
Su comentario me golpea.
—¿De verdad crees que estoy haciendo lo incorrecto? —respondo, sintiendo que la defensiva comienza a invadirme.
—No se trata de eso. Solo quiero que consideres otras opciones —dice, tratando de suavizar el impacto de sus palabras.
—¿Como cuáles? ¿Dejar que otros decidan por nosotros? —mi tono se vuelve más agudo de lo que pretendía.
Ambos sabemos que la presión nos está afectando, pero también es cierto que nuestras emociones están a flor de piel. La discusión se intensifica, y antes de darme cuenta, ambos estamos gritándonos el uno al otro, dejando escapar frustraciones acumuladas.
Al final de la noche, me siento agotada. He perdido el rumbo de la conversación y lo que debería ser un apoyo mutuo se ha convertido en una batalla de egos. Mientras me acurruco en la cama, me pregunto si alguna vez seré capaz de equilibrar mis responsabilidades como guardiana con mi relación con Luca.
A la mañana siguiente, me despierto con el peso de la culpa en el pecho. Sé que debo encontrar una manera de reconciliarme con él, pero también debo centrarme en la manada. Me levanto decidida a hablar con él y aclarar las cosas.
Sin embargo, mi jornada se ve interrumpida cuando recibo noticias alarmantes: se han avistado cazadores cerca de nuestro territorio. La urgencia de la situación me lleva a reunir a la manada de inmediato.
En el claro, todos están reunidos, visiblemente inquietos.
—No podemos permitir que nos sorprendan —digo, intentando proyectar seguridad—. Necesitamos establecer un perímetro de vigilancia y dividirnos en grupos.
Las miradas de desconfianza siguen presentes, pero cuando menciono la posibilidad de una nueva amenaza, algo cambia en el aire. La manada comienza a moverse, y la urgencia de la situación parece unirnos en un propósito común.
Luca se acerca a mí, y aunque la tensión entre nosotros no ha desaparecido por completo, siento un destello de unidad en su mirada.
—Vamos a hacerlo juntos —dice, y esta vez, no hay dudas en su voz.
A medida que organizamos a la manada, siento una mezcla de esperanza y temor. Las amenazas que nos acechan son reales, y debo enfrentar el desafío de ser guardiana en tiempos de incertidumbre.
Mientras formamos los grupos de vigilancia, me doy cuenta de que esta situación no solo es una prueba para la manada, sino también para mi relación con Luca. Debo aprender a equilibrar mis responsabilidades con el amor que compartimos.
A medida que cae la noche, el cielo se cubre de nubes, y la oscuridad nos rodea. La manada se dispersa en sus posiciones, y aunque el miedo burbujea en mi interior, la determinación se apodera de mí.
Sé que el camino por delante será difícil, pero estoy decidida a enfrentar cualquier amenaza que surja. La manada es mi familia, y protegerlos es mi prioridad. Mientras miro a Luca, que se aleja en su propia misión, siento que la unidad es nuestra mayor fortaleza.
A pesar de las tensiones, a pesar de las incertidumbres, estoy lista para luchar. Esta vez, no me detendré. Juntos, como una manada, enfrentaremos lo que venga.
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Editado: 14.11.2024