Respiré hondo, escondido detrás de la pared.
El pasillo olía a desinfectante barato mezclado con papas fritas de la cafetería, y los ecos de las risas rebotaban entre los lockers metálicos.
Melody Willson, la chica más popular de la preparatoria, estaba justo a la vuelta con su habitual grupo de amigos.
Las clases habían terminado, así que solo tenía que armarme de valor y caminar hasta ella para entregarle la carta de amor que había escrito desde hacía días.
Tenía miedo. Era la primera vez que me declaraba a una chica y no estaba seguro de cómo hacerlo. Pero, bueno, ya lo había practicado frente al espejo, frente a mi perro y frente al espejo otra vez… ¿qué tan mal podía salir?
Había estado enamorado de Melody desde inicios de la preparatoria. Era mi último año y no quería que terminara sin decirle lo que sentía. Era ahora o nunca.
Respiré hondo otra vez. Si seguía haciéndolo, iba a hiperventilarme y desmayarme antes de llegar.
Salí de mi escondite detrás de la pared y caminé a paso lento hacia ella. Con el sobre en mi mano, solo tenía que dárselo y huir. Ese era el plan. Simple. Efectivo. Imposible de arruinar.
Claro, salvo que me tropezara antes. Lo cual por suerte no paso.
—Melo… —quise decir cuando estuve a poca distancia de ella.
Pero en lugar de terminar mi gran discurso, alguien me jaló con fuerza y me arrastró en otra dirección.
—¡Aagh! —alcancé a gritar, estampándome contra la puerta de un salón vacío.
Cuando por fin me reincorporé, vi a la culpable. Era la chica nueva. No recordaba su nombre pero empezaba con algo con “Mo”, estaba seguro.
—¿Por qué me…? —alcancé a decir.
—¡No puedo creer que fueras a hacerlo! —me interrumpió con una ceja arqueada, mirándome como si fuera un extraterrestre—. ¿De verdad ibas a darle esa carta?
—¿C-cómo lo sabes? —pregunté, todavía con la cabeza dando vueltas.
—Por favor —soltó una media sonrisa—. ¿Qué seguía, arrodillarte en medio de la cafetería con un mariachi? No había que ser Sherlock.
Me quedé mudo. Ella resopló, divertida.
—Te voy a decir lo que iba a pasar si hacías eso. Humillación social por el resto de la preparatoria, y quien sabe, tal vez hasta la universidad. — dijo.
—Ya veo, entonces la carta no iba a funcionar— dije, mirando la carta en mi mano, y pensar que había dedicado las tardes a ver vídeos de como escribir una carta romántica.
—Amigo, el problema no es la carta —dijo, cruzándose de brazos—. El problema… bueno, eres tú.
—…Gracias —respondí, herido en mi orgullo.
—No eres el tipo de chico que una chica como ella voltearía a ver.— señaló—Pero tranquilo, nada que un cambio de look, un poco de práctica social y un milagro no puedan arreglar.
—¿Y tu que sabes?
—Porque yo entiendo a las chicas como ella.
Me quedé callado, todavía procesando todo lo que había dicho.
Ella me miraba con esa mezcla de fastidio y diversión, como si fuera un experimento fallido en un laboratorio.
—¿Entonces qué? ¿Me salvaste solo para burlarte de mí? —pregunté, intentando sonar digno, aunque probablemente me veía como un cachorro mojado.
—No, te salvé para salvarme a mí. —arqueó las cejas—. Créeme, no quiero pasar los próximos meses escuchando cómo todos se ríen del tipo que se declaró con una carta reciclada de Pinterest.
Abrí la boca para protestar, pero me ganó la risa nerviosa.
—¡No es de Pinterest! —me defendí—. Es… bueno, está inspirada en varios tutoriales de YouTube.
Ella me miró como si acabara de confirmar su teoría.
—Exacto. Necesitas ayuda.
Fruncí el ceño.
—¿Y tú vas a dármela? ¿Desde cuándo eres la gurú de las relaciones?
—No soy gurú —dijo, con una sonrisa ladeada—. Pero sé reconocer a las chicas como Melody, y sé que contigo así —me señaló de arriba abajo, como quien evalúa una patata—, no tienes ninguna oportunidad.
Me crucé de brazos, herido en lo más profundo de mi dignidad.
—Gracias por el voto de confianza.
—De nada. —Sonrió como si fuera un cumplido.
La miré fijamente. Ella se veía demasiado tranquila, como si todo esto fuera un juego.
—Entonces… ¿qué propones?
—Fácil. —se inclinó un poco hacia mí—. Yo te enseño a cómo no hacer el ridículo, y tú haces exactamente lo que te diga.
—¿Y qué gano yo con eso? —pregunté, con un hilo de esperanza.
—Bueno… —se encogió de hombros—. Tal vez consigas que Melody te note. Tal vez no. Pero al menos no quedarás grabado en la memoria colectiva como “el perdedor número 200 que se le declaró a Melody”. Estoy segura de que ya están pensando en abrir un club de apoyo para ustedes.
Me quedé pensando. Sonaba a un pésimo trato. Pero también era mi única opción.
Editado: 17.09.2025