Proyecto Humblood

EXTRA FINAL

La historia de Juliana Tyseley, madre de Gala. 

 

 

La lluvia fria e incesante se encargó de empapar tanto zapatos como calcetas. Mire al cielo con molestia, resguardanme bajo un pequeño techado a dos tiendas del bar. A mediados de octubre tal lluvia era inusual, definitivamente la mala suerte que traía pegada a mis talones estos últimos días había estado trabajando a todo dar para conseguir empeorar cada vez más la semana. 

 

Reinicie la marcha al echar un vistazo al reloj en mi muñeca y darme cuenta que iba diez minutos tarde. No es como si fueran a regañarme por ello, hoy era mi día de descanso, pero el desespero en la llamada de Mark por la cantidad de clientes y pocas manos para atender, y obviamente el dinero extra, me habían sacado de la cama cubierta de papeles embarrados en lágrimas y mocos. La mera imagen de la calificación que pasó por mi mente mientras avanzaba me hizo resoplar. Ojalá me quedarán lágrimas que sacar, así podría cubrirlas con las gruesas gotas de lluvia y no tendría que explicarles porque tenía la apariencia de una anciana entre los noventa y la muerta. 

 

Sacudi con fuerza los zapatos en el umbral del bar, siendo acogida por el olor a cigarrillo y el aroma del alcohol pegado a las paredes. Las botellas que eran comunmente rotas a las afueras del bar en peleas absurdas se agrupaban en el pavimento, y por la presencia de la escoba recargada en uno de las cañerías que escupia un fuerte chorro de agua, supe que no había pasado demasiado desde que había ocurrido una. La luz del alumbrado parpadeo cuando puse la mano en la superficie de la puerta y le eché una mirada rápida asegurándome que no fuese a apagarse, ya que si ocurría, tendría que esperar por Hunner para que ninguno de los borrachos quisiera aprovecharse. 

 

Antes de finalmente entrar, recogí mi cabello con una pinza exprimiendo el agua. El desespero y ofrecimiento de paga extra se explico por si mismo al plantarme en la entrada y reconocer el grupo de clientes que se encontraban ocupando la totalidad del bar. Uno de mis pies se movió por inercia, instando al resto de mi a huir. Bastante cansancio tenía en los huesos como para soportar a los chiquillos que vestían uniforme y portaban un arma. Cuando los ojos de éstos se posaron en mí, reconocí el reto. Mis brazos colapsaron a mis costados exhalando ruidosamente. 

 

Conocía a la mayoría, por no decir que a todos. Pequeños individuos con cerebros del tamaño de un maní, imbéciles que eran el patrón de otro idiota descerebrado. Avancé lanzándole una mirada a uno en particular que disfrutaba de hacerse el chistoso y pude prever que me iría con una grave jaqueca hoy. Pasé tras la barra donde al menos unos 20 uniformados exigian que su vaso de cerveza fuese recargado con semblantes entre irritados y alcoholizados hasta su deficiente tuétano. Amelia se aferraba al trozo de tela en sus manos explicándoles que debían esperar que Hunner hiciera el cambio de barril, que no tardaría demasiado y que, por favor, se mantuvieran a raya. Golpeé la barra con las latas de cervezas ejerciendo más fuerza de la que debería. Ellos guardaron un poco de silencio y me vieron. 

 

- Si es tanta su sed, que no pueden esperar unos diez minutos por el cambio, deberán tomar de estas. -señalé las latas- De cualquier otra forma, pueden retirarse e ir a beber en otro bar. 

 

Los soldados se hicieron para atrás, claramente disgustados. Me preparé para el berrinche cruzandome de brazos. 

 

- Pagamos por la cerveza de barril. -reclamo uno. 

 

- Entonces, esperen. -puntualice entre dientes- No morirán por permitir que se haga el cambio de barril. 

 

- ¡Deberían de tener todo listo! -vocifero otro. 

 

- ¡Es un pésimo servicio, pagamos para que traten bien a los que protegen a este país! -le secundó alguien más en el fondo. 

 

Rei sin gracia. Amelia se pegó a mí y con una seña la envié al espacio de los empleados en la parte trasera. La pobre chica no tendría más de quince días empleada, por lo que recordaba era tal vez su segunda vez lidiando con estos animales y lo cristalino de sus ojos me hacía apostar con todas las de ganas a mi favor que con un alarido más se echaría a llorar. Sabía los frustrada que se debía sentir, pero dos años soportandolo, construye una coraza impenetrable. 

 

- Son diez minutos que tienen que esperar por el cambio. -repetí, evitando agregar leña al fuego. 

 

- ¡Han pasado más de diez minutos! -gritó uno al frente, casi escupiendo. 

 

Me le quede viendo fijamente, dibujando el disgusto en mis facciones. ¿Leña? 

 

- Ni siquiera un pequeño niño es incapaz de entender una cosa tan sencilla como lo es esperar pacientemente. -replique, en tono apacible- Diez, veinte, treinta o cuarenta minutos, los vas a esperar como cualquier otro mundano que cruce la puerta queriendo beber, ¿entiendes? 

 

El vaso de éste chocó contra la barra y se reventó enviando pedazos de vidrio por doquier. Los únicos que se removieron de la impresión y susto fueron sus compañeros. Los hombres amontonados se dispersaron revisando que el vidrio no los hubiera cortado, mientras que el berrinchudo y yo mantuvimos el contacto visual. 

 

- ¡Este bar es...

 

Un ligero dolor pinchó en mi cabeza y ni siquiera tenía diez minutos de haber llegado. La jaqueca comenzó a formarse, a su vez que mi naturaleza mezquina. 

 

- Este bar te hará pagar la cerveza y ese vaso. -hablé por sobre su voz, cortandolo de raíz. Las palabras de él se hicieron insignificantes ante las mías, la humillación y pena selló sus labios. Seguro la testosterona le tapaba los sentidos en este momento. Él apretó la mandíbula y sonreí descaradamente- Un bar no puede saber que un grupo de cerdos vendrán a saciar su sed, mucho menos que serán cerdos contagiados de rabia. 




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