Corrí a través de las ruinas de lo que parecía ser Zenith, aunque todo estaba distorsionado, como si mi mente intentara descifrar si era real o no. El aire olía a cenizas y hierro oxidado, como si todo el pueblo hubiera sido consumido por un incendio hace tiempo. De pronto, un sonido gutural me paralizó: un gruñido bajo, profundo, que resonó en mi pecho como una advertencia.
Me giré con el corazón latiendo con fuerza. Frente a mí, una criatura emergía de entre los escombros. No era un simple animal, no era un lobo ni un león, pero tenía rasgos de ambos. Sus ojos brillaban con una ferocidad inhumana, sus colmillos eran largos y afilados, y su pelaje negro parecía absorber la luz. Era una de las creaciones de las que había hablado Jolean, una bestia diseñada para las pruebas. Ahora lo entendía: las pruebas solo evaluaban nuestra resistencia, pero ahora, también nuestra capacidad de enfrentar amenazas diseñadas específicamente para quebrarnos.
No tenía armas, solo mis instintos y mi velocidad. El lobo-león rugió, y yo reaccioné antes de que pudiera atacarme. Corrí con todas mis fuerzas, esquivando escombros, saltando sobre restos de estructuras derruidas. Mis pulmones ardían, mis piernas se sentían pesadas, pero no podía detenerme. Entré en una casa en ruinas y subí las escaleras de dos en dos. Sabía que si me atrapaba, el dolor sería real. Las pruebas podían no matarnos, pero podían dejar cicatrices, tanto físicas como mentales.
Llegué a la azotea, jadeando, y miré a mi alrededor buscando una salida. A lo lejos, vi un lago. Podría saltar, nadar lejos, pero entonces algo más captó mi atención. En la orilla, de pie, estaba mi padre.
Mi corazón se detuvo por un instante. No podía ser él. Mi padre había muerto. Y sin embargo, ahí estaba, con la misma expresión serena que recordaba, con la ropa que usaba en casa. Dio un paso adelante y me miró fijamente. "Kyden...", susurró su voz, pero resonó en mi cabeza como un trueno.
El sonido se volvió caótico. Voces superpuestas, gritos, alarmas. Un dolor punzante me atravesó el cráneo. Sentí como si el mundo entero se fragmentara en pedazos. Intenté gritar, pero no podía. Todo se volvió negro.
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Un pitido monótono me devolvió a la realidad. Abrí los ojos lentamente, parpadeando contra la luz blanca del techo. El aire olía a antiséptico. La clínica de Resiliencia.
Giré la cabeza y vi a Nathan Alcock sentado junto a mi cama, con los brazos cruzados y la cabeza inclinada, dormido. Al lado de mi cama, había una bandeja con un arreglo de frutas y una nota doblada. "Recupérate pronto".
— Nathan... —mi voz salió áspera, como si no la hubiera usado en días.
Él se movió, frunció el ceño y abrió los ojos con lentitud. Cuando me vio despierto, se inclinó hacia adelante.
— Mira quién ha vuelto del más allá —bromeó con un tono de alivio en su voz.
Me incorporé con esfuerzo, sintiendo mi cuerpo entumecido. — ¿Cuánto tiempo...?
Nathan se estiró y suspiró. — Cuatro días. Has estado inconsciente cuatro malditos días, Kyden.
Mis labios se separaron, pero no supe qué decir. Mi última memoria era estar en la azotea, ver a mi padre y luego... nada.
— ¿Qué pasó? —pregunté, con la garganta seca.
Nathan me observó unos segundos antes de responder.
— Hubo un error con los gráficos de la prueba. Una sobrecarga en tu sistema nervioso. Tu cuerpo no soportó la intensidad y colapsaste. Tuvimos que traerte al mundo real a la fuerza.
Me llevé una mano a la frente. — No recuerdo casi nada...
Nathan me dio una palmada en el hombro, su expresión era más seria ahora.
— No te preocupes. Lo importante es que estás aquí. Voy a buscar a la enfermera para que te revise.
Asentí en silencio, pero mientras Nathan salía de la habitación, mi mente seguía atrapada en aquel instante en la azotea. ¿Por qué había visto a mi padre? ¿Fue un error del sistema o algo más? Algo en mi pecho me decía que aquello no había sido solo un fallo en la prueba... y eso me aterrorizaba más que cualquier bestia creada en un laboratorio.
El sonido de los nudillos contra la puerta interrumpió mis pensamientos. Alcé la vista del techo blanco y, sin demasiada prisa, respondí:
— Adelante.
La puerta se abrió con suavidad y, para mi sorpresa, vi a Lomeryl de pie en el umbral. No reaccioné con entusiasmo ni desconcierto, solo la observé mientras ella avanzaba con paso seguro. En sus manos llevaba un pequeño ramillete de hierbas. Su cabello rubio estaba recogido en una trenza suelta y su expresión era serena, pero podía notar un leve destello de inquietud en sus ojos.
— Hola Kyden...
Se acercó a mi cama y se sentó en la silla a un lado, colocando unas hierbas en la mesita de noche.
— Te traje pápalo y romero. Escuché que ayudan a bajar los niveles de ansiedad. Pensé que podrían serte útiles. — dijo con un tono tranquilo, pero firme.
Le sonreí levemente. No era común que alguien hiciera algo así por mí, mucho menos ella. Y me pareció un gesto extrañamente amable.
— Gracias, Lomeryl. No tenías que molestarte, pero se aprecia el detalle.
— No es molestia —respondió —. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
Negué con la cabeza. — Estoy bien, de verdad.
Ella inclinó la cabeza en un ademán de aprobación y dejó escapar un suspiro ligero. Su mirada recorrió la habitación, como si buscara algo más que decir, pero en su silencio percibía algo diferente. Se quedó quieta y yo también. No sabía si era el momento o si simplemente no había mucho que decir.
— ¿Cómo va todo en Resiliencia? — pregunte, para romper la tensión instalada entre nosotros.
Ella alzó una ceja y jugó con un mechón suelto de su trenza antes de responder:
— Tu ausencia ha causado temor. Muchos creen que las bestias que crearon los de Inteligencia te hicieron algo grave. Y hay una creciente rivalidad entre los eruditos con los inquebrantables.
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Editado: 12.02.2025