El sonido estridente del despertador me arrancó del sueño de golpe. Parpadeé un par de veces antes de alargar el brazo y apagarlo. Eran las cuatro de la mañana. Me quedé unos segundos mirando el techo, sintiendo el peso del letargo aún aferrado a mis músculos. Pero sabía que si me quedaba más tiempo en la cama, perdería la oportunidad de entrenar antes de que la demarcación despertara por completo.
Me levanté con pesadez y me coloqué unos pantalones cómodos y una camiseta ligera. Salí de mi casa en completo silencio, asegurándome de no despertar a mi madre. Afuera, la brisa nocturna era fría y húmeda. Metí las manos en los bolsillos y comencé a caminar hacia el lago.
El camino era un recordatorio constante de lo que la demarcación estaba logrando. Pasé junto a edificios en reconstrucción, sus esqueletos de metal y concreto sobresaliendo como vestigios de una era mejor. La historia de este lugar estaba escrita en cada ruina, en cada grieta que tratábamos de reparar. Apenas se escuchaba algo más que el murmullo del viento y el crujir de escombros bajo mis botas.
Cuando llegué al lago, el agua era un espejo oscuro, reflejando la silueta distorsionada de los árboles y el cielo estrellado. Entonces la vi. Una figura femenina, de pie en la orilla de la cascada, con el cabello suelto cayendo sobre su espalda. Se giró lentamente, como si hubiese sentido mi presencia. La luz de la luna iluminó su rostro y, para mi sorpresa, era Lomeryl.
—¿Vienes a nadar? —preguntó con voz tranquila, como si fuera lo más natural encontrarme aquí.
Me quedé un instante en silencio antes de responderle con un leve asentimiento.
—Sí —contesté con un tono serio.
Ella inclinó un poco la cabeza y sonrió de lado.
—Entonces entra —me invitó, moviendo una mano hacia el agua.
Me quité la camiseta y los pantalones, quedándome solo en bóxer. Sentí la mirada de Lomeryl recorrerme sin disimulo.
—¿Entrenas fuera de Resiliencia? —preguntó con curiosidad.
Me encogí de hombros mientras doblaba mi ropa y la dejaba a un lado.
—Un poco.
—Se nota —comentó, con un matiz de aprobación en su voz.
Ignoré la insinuación y me adentré en el agua. El frío me envolvió de inmediato, despertando mis sentidos por completo. Me sumergí hasta la cintura y solté un suspiro, disfrutando de la sensación de frescura en mi piel. Cuando volví la vista hacia Lomeryl, ella ya no estaba.
Segundos después, emergió del agua, a solo unos metros de mí. Se pasó las manos por el rostro, despejando su cabello mojado. Su traje de baño negro de una sola pieza resaltaba la elegancia de sus movimientos. No pude evitar notar lo bien que se veía, pero aparté la mirada casi de inmediato.
—¿Ya te vas? —pregunté, más por cortesía que por interés real.
Lomeryl asintió, caminando hacia la orilla.
—Sí. Debo volver antes de que mi padre despierte.
Mientras salía del agua, noté una cicatriz en la parte trasera de su pierna derecha. No pregunté al respecto, aunque la curiosidad se quedó rondando en mi mente.
Se vistió con calma y se giró para mirarme una última vez.
—Nos vemos en resiliencia, Kyden.
Me limité a hacer un leve movimiento de cabeza en señal de despedida. Ella se alejó sin prisa, perdiéndose entre las sombras del bosque.
Cuando estuve seguro de que se había ido, me sumergí completamente bajo el agua. Cerré los ojos y dejé que mi imaginación se dispersara, formando imágenes de lo que podría ser la prueba definitiva para elegir al representante de la demarcación. La Prueba Mortal estaba cada vez más cerca, y aunque no lo dijera en voz alta, sabía que una parte de mí ya se estaba preparando para lo inevitable.
.
Mientras ajustaba las correas de mis botas, escuché los suaves golpes en la puerta. Sabía que era mi madre antes de que hablara.
—Si piensas que vas a ir a tus prácticas, estás muy equivocado —su voz sonó firme, pero en su tono había un deje de preocupación—. El doctor fue muy claro cuando dijo que debías guardar reposo.
Me giré hacia ella y vi la angustia en sus ojos. Con una leve sonrisa, me acerqué y le di un beso en la frente.
—Estaré bien —murmuré—. Te veré cuando termine mis pruebas.
Ella suspiró, resignada, pero no discutió más. Sabía que intentar detenerme sería inútil.
Salí de la casa, sintiendo el aire fresco de la mañana contra mi piel. La ciudad comenzaba a despertar. A mi alrededor, hombres y mujeres jóvenes caminaban por las calles, cada uno dirigiéndose a su respectiva facción. Niños de Generosidad se agrupaban con ropas sencillas, pero adecuadas para cada facción, compartiendo comida entre ellos mientras caminaban hacia su sector. Caminé por las calles estrechas, flanqueadas por edificios de resistencia extrema, esqueletos para mí, de lo que alguna vez fue una metrópoli próspera en naturaleza.
Pasé por la plaza central, donde las primeras luces de neón comenzaban a parpadear, proyectando un resplandor artificial sobre el pavimento. En Resiliencia, los jóvenes como yo llevaban el cuerpo cubierto de vendas y cicatrices, producto de entrenamientos implacables. En Autenticidad, las miradas altivas y las sonrisas confiadas predominaban, mientras que en Generosidad y Afabilidad, la energía era distinta: más serena, más cooperativa.
Al llegar al centro de pruebas Zenith, me encontré con la imponente barrera de metal y hologramas que lo separaba del resto de la ciudad. Cada facción tenía su propia entrada, con largas filas de jóvenes esperando su turno. Observé la zona de Inteligencia, buscando entre la multitud una figura familiar, pero no logré verla.
—No la vas a encontrar —escuché la voz de Jolean detrás de mí.
Me giré y lo vi acercarse con una sonrisa divertida en el rostro.
—¿De qué hablas? —inquirí, frunciendo el ceño.
—Lyraa está en el centro del Dominio —informó, encogiéndose de hombros. —Seary me lo contó.
Mi expresión debió delatar mi sorpresa porque Jolean soltó una carcajada baja.
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Editado: 12.02.2025