Grand se dio una ducha rápida, se vistió con ropa limpia (aunque no podía decir lo mismo del resto de su cuarto), tomó su chaqueta, su cartera y salió.
Fue a la plaza al sur de la ciudad. Solía ir allí cuando necesitaba escapar del ruido de las personas, del bullicio constante que le generaba casi dolor físico.
Sentado en su banco habitual, escuchaba música con sus audífonos, observaba las aves y dejaba que la brisa le rozara el rostro. Le ayudaba a drenar el estrés, decía él.
Pasaron horas. Una gota de rocío cayó sobre su nariz. Miró hacia el cielo. Las nubes grises se acercaban.
—Maldición, va a llover —dijo, levantándose rápido—. No quiero llegar empapado.
Revisó su teléfono. Eran las 11:32 pm.
Ni siquiera se sorprendió. Se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso a casa, con paso apurado.