La lluvia golpeaba fuerte el tejado de la casa Kurozawa. Afuera, la tormenta hacía imposible regresar a casa. Pero dentro, el calor humano y el aroma a ramen recién hecho llenaban el ambiente.
—Bueno, no hay clases mañana… ¡y no pienso volverme una sopa bajo esta lluvia! —exclamó Daiki, tirándose en el sofá como si fuera su casa.
—Lo bueno es que mamá hizo suficiente para alimentar a un escuadrón —dijo Ren, saliendo de la cocina con seis tazones de ramen.
—¿Tu mamá siempre cocina así de bien? —preguntó Ayaka, impresionada.
—Claro, ¿qué esperabas? Soy su hijo —respondió Eren con una sonrisa orgullosa.
Nanami miraba por la ventana.
—Me da risa que en medio de todo esto… hayamos terminado aquí, juntos.
—Y esto no es nada —interrumpió Daiki—. ¡Hoy es día de entrenamiento de boxeo!
—¿Qué? —preguntaron las chicas al mismo tiempo.
—Mi papá, el de Eren y el de Ren fueron boxeadores. Cada viernes entrenamos con ellos. A veces hacemos peleas para calentar antes de competencias reales —explicó Daiki, limpiándose la boca.
Himari arqueó una ceja.
—¿Y hoy hay pelea?
Ren asintió.
—Sí. Solo es práctica, pero es intensa. ¿Quieren venir a ver?
—¿Crees que vamos a quedarnos sentadas comiendo helado mientras ustedes se golpean? —dijo Ayaka cruzándose de brazos—. ¡Vamos!
**
En el gimnasio del barrio.
La lluvia seguía cayendo, pero el ruido de los guantes golpeando el saco, los gritos de esfuerzo y los pasos rápidos llenaban el aire.
El padre de Eren, un hombre alto, serio, con mirada afilada, sonreía con orgullo.
—Este es el fuego de los Kurozawa. Nunca se apaga.
El padre de Daiki, musculoso pero bromista, saludó con una reverencia.
—Bienvenidas, chicas. Aquí entrenamos cuerpo y alma.
Y el padre de Ren, más callado, solo hizo un gesto con la cabeza… pero bastó para entenderlo todo.
**
Los chicos entraron al cuadrilátero de entrenamiento.
Primero, Eren vs Daiki.
Luego, Ren vs Daiki.
Finalmente, Ren vs Eren.
Cada uno tenía un estilo distinto:
Eren atacaba con velocidad y reflejos.
Daiki era pura fuerza y movimientos inesperados.
Ren… era estrategia pura, como un ajedrez con los puños.
Las chicas aplaudían, gritaban, y hasta tomaban videos.
Pero cuando terminó el último asalto, algo rompió la tensión.
—Ren… —dijo Ayaka, acercándose.
—¿Sí?
Ella lo tomó de la camisa, lo acercó… y le dio un beso suave en los labios.
—Soy la hermana de Himari —susurró—. Y estoy harta de que finjas que no sabes que me gustas.
Ren se quedó sin palabras. Literalmente.
Y como si fuera poco, Ayaka giró y caminó hacia Daiki.
—Y tú, Daiki… yo soy la prima de Himari y de Ayaka.
—¿Eh? ¿Qué—? —alcanzó a decir Daiki antes de que Ayaka también lo besara. Esta vez, con un poco más de travesura.
—Tú no escapas tampoco.
Daiki se tambaleó como si le hubieran dado un golpe real.
Mientras tanto, Eren salía a buscar agua, pero sintió unos brazos envolverlo por la espalda.
—¿Eh?
—No te muevas —dijo Himari, abrazándolo desde atrás, apoyando la frente en su espalda desnuda y sudada—. Hoy te vi distinto. Más fuerte… más real.
Eren tragó saliva.
—No soy perfecto. Ni como armador, ni como boxeador…
—Pero eres tú. Y eso es lo que me gusta.
Él cerró los ojos y dijo en voz baja:
—¿Qué veo?
—¿Nada? —respondió Himari, sonriendo.
—No. A ti. Solo a ti.
**
Esa noche, entre lluvia, ramen, guantes y abrazos, el equipo no solo se fortaleció… también empezaron a escribir otra historia:
La de un grupo de seis jugadores que entrenan más allá de la cancha… y aman más allá del juego.