El gimnasio nacional de la prefectura de Kōbe estaba a reventar. Los equipos finalistas de todo el país se preparaban para el gran evento del año: las Nacionales Mixtas de Vóleibol Escolar.
—No puedo creer que lo logramos —dijo Daiki, ajustándose la banda en la cabeza.
—Y apenas estamos comenzando —añadió Ren, analizando las jugadas del equipo rival.
Eren, sin embargo, parecía más inquieto de lo normal. Se le notaba en la forma de moverse y en cómo apretaba los puños.
—¿Estás bien? —preguntó Himari, acercándose a él con una sonrisa.
—Sí… solo que... esto se siente distinto. Como si algo grande fuera a pasar hoy.
Ella sonrió. Pero no dijo nada. Porque algo grande iba a pasar.
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—¡Atención! ¡El siguiente partido será entre Shiriko Kansaki y el instituto Aokigahara! —sonó por los altavoces.
Al frente, el equipo rival entró al coliseo… y entre ellos, una figura imponente, de sonrisa tranquila y mirada aguda: Aina Sakamoto, la legendaria armadora, ídola de Himari… y su prima.
Himari se congeló al verla.
—Ella... ella está aquí.
—¿Ella quién? —preguntó Eren, volteando.
Pero antes de que Himari pudiera responder, Aina ya se había acercado al centro de la cancha para el saludo inicial. Su mirada se clavó en Himari... y luego en Eren. Y de pronto, se detuvo.
—¿Tú… eres Eren? —preguntó Aina, entrecerrando los ojos.
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Soy la prima de Himari. Me habló mucho de ti. Pero nunca me imaginé que… —la frase quedó en el aire. Su sonrisa se afiló levemente—. Así que tú eres su novio.
Los ojos de todos se abrieron como platos.
—¿Novio? —repitió Ayaka en la banca, emocionada.
—¡¿Quéee?! —gritó Daiki desde atrás.
Himari tragó saliva, roja como un tomate.
—Lo iba a decir después del torneo… —murmuró.
Aina se acercó lentamente, y con una voz que solo Himari y Eren escucharon, dijo:
—Veremos si te mereces a mi prima… en la cancha.
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El partido comenzó con una intensidad brutal. Aina era simplemente de otro nivel. Cada jugada era precisa, sus fintas eran como coreografías, y cada servicio parecía dirigido con láser.
Pero Eren, Ren y Daiki no se quedaban atrás. El Trío del Infierno ejecutaba jugadas tan perfectas que incluso los comentaristas no daban crédito.
—¡Qué visión de juego la de ese chico, el 7 de Shiriko! ¡Qué velocidad!
—Ese es Eren Kurozawa —dijo Himari con una sonrisa orgullosa—. Mi pareja.
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En el segundo set, Eren bloqueó una jugada clave de Aina. Ella sonrió.
—Tienes talento, chico. Te estás ganando mi respeto… pero no te relajes.
—No lo haré. Porque no juego solo por ganar. Juego por Himari… por todos.
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El partido se fue al tercer set. Empate. Último punto.
Aina sacó. Himari recibió el balón de forma perfecta, la jugada subió, y Eren, como un relámpago, clavó el remate cruzado directo al suelo.
¡PUNTO FINAL! ¡Victoria para Shiriko Kansaki!
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Después del partido, Aina se acercó a Himari y la abrazó fuerte.
—Has crecido, Hima. Tu visión, tus jugadas... y tu corazón. Si este chico te hace sonreír así, entonces me alegra haber perdido.
Luego extendió la mano a Eren.
—Bienvenido a la familia. Pero recuerda… si la haces llorar, no importa cuántos remates hagas. Yo sí sé esquivar.
—¡Nunca lo haré! —dijo Eren firme, pero nervioso.
Y todos estallaron en risas.
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Entre gritos, abrazos y una nueva ronda por delante, Shiriko Kansaki no solo avanzaba en el torneo… sino que el lazo entre Eren e Himari se había reforzado ante los ojos del pasado y del futuro.