Punto Débil

Capitulo 36

Capítulo 36


Su mente no paraba de dar vueltas. Trataba, pero le era imposible. No podía dejar de pensarlo, de preocuparse por su bienestar, pensar en el dolor que sus ojos le transmitieron, y ese simple hecho la estaba matando. 
No era masoquismo, eso lo sabía. Era algo que no podía controlar, que cualquier persona en su lugar sentiría. 

Maya tenía buenos sentimientos. Era una de esas personas que por mucho daño recibido veía más allá de sus problemas y en sus pensamientos quería ayudar, aunque no debiera. No podía parar, no hasta saberlo bien, verlo seguro. Y, en gran parte, dentro de su interior. Con un grito disimulado su necesidad por él, lo sabía.
Estaba muy dolida, enojada y sobre todo humillada, sin embargo, en ese momento se encontraba tranquila y necesitada de respuestas. Verdaderas respuesta. Aunque sabía que en el momento de obtenerlas no quería escucharlas. Lo sabía perfectamente. 

—Viendo el hecho de que no tienes televisión no me dejas más que pensar inadecuadamente. —Steve arrimó la silla un poco más a la cama. 

Maya reaccionó asintiendo sin escuchar del todo sus palabras. Lo había olvidado por completo y se odio de gran manera por ello. 

—Lo siento. —dijo a la vez que se sentaba y escondía su rostro entre sus manos suspirando pesadamente. 

No sabía muy bien si era el estrés, los recuerdos o los sentimientos, pero se sentía tan agotada que el respirar con normalidad le aprecia una tortura. 

Steve reaccionó inmediatamente al escuchar sus palabras. 

—¿Qué tienes, preciosa? —le dijo tomando sus manos delicadamente y retirandolas de su rostro. —¿Qué ocurre? —tiernamente, como un suspiro sintió sus palabras.

—Yo…

A Maya le tembló la voz, las manos, los labios; todo de ella. No estaba bien, no parecía ella. Estaba destrozada y tristemente necesitada, de alguien que no debía, ni quería ver de nuevo en su vida. 

Steve pudo ver el dolor, y su corazón se calentó de rabia al imaginar quién sería capaz de hacerle daño a un ángel como lo era Maya. 

—¿Qué te hizo? —dijo de manera lenta y con expresión preocupada, y eso fue lo que había faltado para que la joven se echara a llorar de manera desgarradora. 

Steve la envolvió entre sus brazos con fuerza y ella se aferró a él de una manera desesperada, eso le había partido el corazón. Y también le había hecho entender con más claridad los sentimientos que tenía por esa joven. 

Sin embargo, Maya no pudo. No pudo verlo de la manera que deseaba. No pudo siquiera imaginarlo, no podía. No, cuando se moría por un beso, una palabra y una caricia de Dimitri. No, cuando lo único que recordaba era los momentos felices junto a ese hombre que la volvía loca en todos los sentidos. No podía, no mientras extrañara cada parte de él, no cuando se sintiera incompleta. En los sentimientos nadie manda, en ellos nadie opina, solo están para salvarte y en el peor de los casos matarte sin compasión. 
Tal y como lo estaba sintiendo en ese momento. 

—No debí molestarte. De verdad lo siento. —se alejó de él como si su toque estuviera prohibido. El hombre frente a ella negó con rapidez ocultando el dolor del breve rechazo. 

—Tú jamás serás una molestia. Tenlo en cuenta siempre. 

—Lamento haberte hecho venir. —dijo limpiando una lágrima pesada. —Necesito descansar. 

Steve más que sentir sus palabras como una clase de despedida las sintió como un grito de ayuda. 

—No te dejaré sola. —dijo sin ninguna intención de irse del lugar, hasta que ella lo miró con súplica. 

—Por favor. —dijo cerrando levemente sus ojos. —Estaré bien. 

Sí, creía que era lo mejor. Maya sentía que un poco de soledad la ayudaría a pensar. Meditar con ella misma. 

Él asintió sin ánimos, queriendo quedarse y no separarse, darle el apoyo que necesitaba. Sin embargo, Maya le suplicaba espacio y Steve entendía el punto en el que estaban. 

Maya suspiro, luego de que la puerta se cerró. 
El silencio llenó por completo la habitación, escuchaba su corazón, su respiración y una posible calma. 

Su cabeza era una batalla de recuerdos. Y en todos estaba él. No podía borrar una historia, no podía sacarlo de ella así como así. Necesitaba sanar, necesitaba perdonar para poder seguir. 
Dejarlo ir, dejar todo en el pasado y por fin avanzar. 

—Te amo. —le dijo el hombre con dulzura mientras besaba su mejilla una y otra vez. —Te amo tanto. 

—¿Mucho? —preguntó la joven con una sonrisa tan enorme que iluminaba cada rincón del parque. 

—Ni te imaginas cuánto. —dijo mirándola con admiración. Una admiración que le dolía recordar. 



Esos recuerdos le confirmaban el amor que tuvieron. Esos que eran imposible borrar de su memoria, le recordaban constantemente que si vivió una buena historia. Solo esos: opacaban su dolor por minutos, solo por escasos segundos. Hasta qué ocurría, todo se caía en pedazos al recordar cada evento de los últimos cinco años de su vida. 



—¿Eres tan tonta para creer que íbamos a escapar juntos?


Su corazón se agitaba cada que recordaba ese día. Sus ojos, sus palabras, su indiferencia. Ese por encima de todos los demás, era el más claro recuerdo. Por mucho que los felices la torturaran haciéndola olvidar, esas palabras estaban siempre presentes, tan claras y dolorosas que parecían irreales, pero era lo más real que recordaba. 

Se durmió, no lo supo con claridad. Solo sintió un cansancio enorme y perdió la noción. Tal vez fueron minutos, tal vez horas. En su pequeña estadía le fue imposible darse cuenta. Pero ahí estaba. Luchando con dolor de cabeza y sin ganas de hacer más nada por semanas enteras. 

Tomó su celular y no prendió, se había quedado sin batería. Soltó un suspiro cansado y colocándolo a cargar se dispuso a lavar sus dientes y tomar una ducha con la esperanza de que la relajara y se llevará un poco su cansancio acumulado.

Y así lo sintió, solo por un momento. Hasta que estuvo  de nuevo sentada en su cama y el sin fin de recuerdos la golpearon de nuevo. Pensó seriamente si era que estaba pagando alguna clase de pecado de sus vidas pasadas, no le veía alguna otra explicación. 
Y aún más, cuando la puerta sonó ligeramente. Su corazón saltó, todo de ella lo reconoció. No podía ser cierto, no lo creía. 

—Sé que estás ahí. —dijo con voz clara en una leve súplica. —Maya. 

Y ella quiso gritar, correr, desaparecer. Pero también quería verlo a la cara y decirle que la dejara en paz, que no lo necesitaba, que ya no quería amarlo, que iba a olvidar, olvidarlos. 

Y de todo lo que pensó, de todo lo que medito, sólo logró decir; 

—¡Vete! —gritó sin esperar una palabra más. 

Dimitri la escuchó, y todo dentro de ellos se alteró. 

—Por favor. —escuchó el susurro de manera dolorosa y su pecho estaba partiéndose en pedazos. –Nos debemos esto. —dijo con claridad y decisión. —Sabes qué debemos hablar, debemos aclarar muchas cosas. 

La puerta se abrió y una enojada Maya vestida con pijama y el cabello mojado por la reciente ducha apareció frente a él como un ángel en su totalidad. 

—Yo no te debo nada. —dijo entre dientes con tanto enojo que su rostro estaba rojo. 

—Yo lo sé. —dijo con rapidez. —Yo soy quien debe explicar muchas cosas. Deja…

La castaña empujó la puerta con la intención de cerrarla y Dimitri en un acto rápido la detuvo con su cuerpo terminando dentro del lugar y cerrándola tras de él. 

—¡Vete de aquí! —gritó con furia golpeando su pecho con todas sus fuerzas. 

—¡Escucha lo que tengo que decirte! —exclamó él con voz firme. 

—¡No quiero escucharte!

Sus palabras quedaron mudas al sentir sus labios sobre los de ella. Y para sorpresa de él, Maya no lo empujó, ni gritó, ni se negó. 
Cuando ella le devolvió el beso con la misma pasión, todo dentro de Dimitri salto de emoción. 
Interrumpió el beso con delicadeza solo para colocar sus brazos en la cintura de ella y pegarla más cerca de él, ella tampoco sé negó. Cuando Maya colocó sus frías manos sobre sus mejillas él solo fue capaz de besarla con más fuerza, con más deseo. 
No quería separarse, no quería perder ese momento que ella le había regalado. Sin embargo, no quería asustarla, necesitaba ganársela como se debe. Al mirarla tan cerca de él, notó cómo su rostro estaba totalmente sonrojado. Quería pensar que no era enojo el principal causante. 
Le acarició el pelo húmedo al tenerla así, tan completa, tan tranquila. 

—Te amo tanto. —dijo con un desespero de que se escapara de sus manos en cualquier momento. –Más que mi vida. 

Maya solo negó con dureza sin alejarse de él.

—Vete.–y sintió que le dolía decirlo. –Por favor, lo necesito. Necesito que te vayas. —sus palabras dolían, tanto que nunca imaginó que un sufrimiento parecido. —Necesito que salgas de mi vida. —era ella. Siempre había sido ella. En algo su padre tenía razón, ella era su debilidad, su destrucción y a la vez su salvación. Y ahora estaba demostrando como unas palabras dichas de su boca podían matarlo más rápido que cualquier arma de fuego. —No puedo vivir así. Me haces mal. Necesito superarte, necesito estar sin ti. No quiero amarte.

Dimitri negó con los ojos húmedos y con el corazón destrozado. 

—No. –Él estaba decidido con lo que decía. —Estamos envueltos en un gran asunto. Fallé, y me voy arrepentir hasta el día que me muera, lo sé. —limpió una lágrima. —Fui vulnerable al creer en alguien más y herirte de la manera que lo he hecho. Me arrepiento enormemente, siempre lo haré. Pero, algo es cierto. —lágrimas comenzaron a salir sin  poder evitarlo. —Jamás dejé de pensarte, ni un solo momento dejé de soñarte, nunca pude dejar de amarte. —suspiro. —Déjame recompensar todo el mal que ocasioné con mis acciones. Por favor, déjame amarte como te lo mereces. Déjame tratarte como la reina que eres. 

Cada palabra era un ardor en su pecho, en sus sentidos y eso tenía que parar. 

—No. —dijo firme. —No quiero nada de ti, sólo que te vayas de mi vida, y me dejes en paz.

 




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