Punto Débil

Capítulo 39

Capítulo 39 

 

Dicen que los recuerdos son el peor castigo del ser humano. Por las cosas malas que hiciste o por las buenas que te hubieran gustado hacer. En su momento no supo por cual era, pero ahora tenía algunas bastante ciertas. Él contaba de los recuerdos mas claro, y vivos dentro de su memoria. Nunca podría olvidarla, nunca sería capaz de amar a alguien de la misma manera que lo había hecho con ella. Ni siquiera tenía intención de intentarlo de eso estaba seguro.

Recordaba tan claro su aroma, sus gestos, su forma de ser. Sus besos se habían tatuado en él a fuego. Su mirada, su tacto. Enloqueceria. Sí, lo haría en cualquier momento.

Aún le parecía imposible pensarlo, creerlo. Maya jamás lo lastimaria, ella jamás sería capaz de ello. Ahora lo veía claramente, sin embargo ya era demasiado tarde para los dos. 
Recordó muchas cosas juntos. Como el terreno que compró para hacerle una casa, irónico pensar que en el momento que se encontraba era capaz de darle una mansión. Porque desde que la tenía junto a él lo único que se había propuesto era en tratarla como se lo merecía. Recordó las veces que ella le contaba con tanta ilusión su sueños y ahora era capaz de hacerlos realidad, pero ya de nada servía. Ya era su fin.

Porque sí, Dimitri así lo sentía. Era triste, pero era real. 


 

—¿Qué hacemos aquí, patron? —uno de sus hombres le había preguntado una vez llegado la lugar.

Su padre había muerto, él era el jefe y no supo porque pero eso era lo primero que quería hacer. De tantas cosas que tenía por delante; eso era su primer pensamiento.

El lugar estaba totalmente cubierto por la maleza, solo y alejado de todo. No supo por qué pero sonrió, por un segundo lo había hecho, solo que nadie lo había notado. 
Todo el sitio se veía abandonado, pero seguía ahí. Y había reido internamente al pensar en él mismo ilusionado con ello. Con su vida ahí; un nuevo comienzo para los dos. Eso era lo que llegó a pensar en su momento.

—Haremos una casa en este lugar. —dijo con voz firme y el rostro serio. —Eso es lo que haremos.

El hombre a su lado asintió muy a pesar de que Dimitri no lo estuviera viendo, sin hacer ninguna pregunta al respecto. Así eran las órdenes. 

 

El por qué había hecho eso en ese momento nunca lo supo. Sólo pasó y él se sintió bien al hacerlo. Sabía con mucha claridad que era una tortura para si mismo, pero 
lo quería hacer y nadie le decía nada al respecto.

Hizo muchas cosas. Cosas en las que ahora pensaba y no lo creía. Él jamás dejó de amarla y esas cosas eran la muestra perfecta de ello. 

 

—Está trabajando como asistente en una empresa a las afueras del pueblo. —le había dicho el hombre con calma. —Al parecer estudia y trabaja a la vez.

Dimitri miraba lentamente las fotos en su escritorio. Las detallaba de una manera obsesiva, casi con un toque de desespero.

—Maya. —dijo lentamente en un susurro. Hacia mucho no lo decía en voz alta y le dolía mucho más de lo que llegó a imaginar. —Maya.

La odiaba tanto. La odiaba de la misma manera que la deseaba, y ella aparentemente estaba muy bien. Viviendo la vida con tanta tranquilidad mientras él no podía dormir pensado en ella todos estos años. La odiaba con su vida entera.

—Sí, señor. Maya Fernández. 

 

Sabía que no era normal lo que hacía, sin embrago no podía parar. 

 

La casa se veia tan pequeña que le parecía irreal. Pero ahí estaba. Sabía que no se vería igual a como ubiese sido realmente, pero era algo. Su casa. Una lágrima corrió por su mejilla estando solo en el sitio.

Su vida hubiese sido muy distinta sino existieran esas fotos. Él; un hombre correcto llegando feliz a casa luego de una jornada de trabajo dispuesto a besar a su mujer con total alegría. Ayudandola en sus estudios entre otras cosas. Los dos juntos. 
No tuviera los lujos de los cuales hoy gozaba, no tuviera el dinero, ni el poder que tenía, sin embargo no le hubiera importado. Para nada le importaba trabajarle a alguien más por un sueldo que no le alcanzaría más que para lo básico y tener que hacer sus cosas por su propia cuenta. No le importaría para nada con tal de verla ahí junto a él todos los días de su vida. Pero no. El recuerdo de las fotos estaban en su memoria recordándole que sí, había sido un tonto enamorado y nada más. No había otra manera de llamarlo.

La casa frente a él era un recordatorio de lo patético que se puede llegar a ser cuando se quiere demasiado a alguien. Jamás le pasaría algo similar, se lo había jurado a si mismo. 
 

Y es que sin saberlo estaba en lo cierto. Jamás se enamoraría de nuevo, jamás amaría de nuevo, jamás caería de nuevo por alguien de la manera que caía por ella. No sabía el contexto del por qué, pero era una realidad. 

 

La oscura del lugar no lo dejaba tranquilo. No sabía muy bien la razón. Siempre se había sentido seguro en la soledad de su departamento, o al menos eso era lo que se decía constantemente. Lo que sí era seguro era que prefería ese lugar antes de la bodega, cualquier lugar en realidad. 
Sin embargo, estaba intranquilo, nervioso y hasta diría; un poco asustado. 
Ella estaba en sus pensamientos, siempre lo estaba en realidad, pero en ese momento estaba aún más presente. Pensó en lo que daría por poder estar a su lado en ese instante. Sentía algo pesado en el centro de su pecho. Algo que lo asustaba muchísimo, la necesitaba.

Y es que siempre lo hizo, siempre la había tenido presente a pesar de todo. Era ella. 
Desde que la vio por primera vez, desde que esos hermosos ojos castaños lo miraron. Pero sin duda el verla sonreír fue lo que verdaderamente lo cautivó y pensarlo lo hizo darse cuenta de qué, tal vez, no, era una verdad cruda y completa; él le había robado las sonrisas a ese ángel. Y ahora estaba destrozado por ello.




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