Qhoa: Brújula Estelar

Miedo

El hombre posó la mano sobre la fría roca en aquella solitaria montaña. La oscuridad que envolvía aquel lugar era insondable. De la mano del hombre, salió una luz ambarina la cual penetro en la roca muerta.

En principio nada sucedió, por breves segundos el hombre considero fallida su misión. De pronto, el temblor de la tierra le indicó su éxito. La roca sobre la que posaba su mano comenzó a partirse. Lentamente la roca fue moviéndose a un lado, como una puerta hacia las entrañas de dicha montaña.

La sonrisa del hombre se hizo presente, mientras observaba hacia el interior de aquel pasillo en penumbras. Tres esferas brillantes emergieron de sus manos y fueron hacia adelante iluminando su camino.

El hombre avanzó hacia el interior de aquella montaña. La emoción desbordaba de su pecho a cada paso, ansiaba ya poder ver aquella leyenda caída con sus propios ojos. El pasillo no era muy largo, y pronto desembocó en una sala circular débilmente iluminaba por plantas subterráneas fluorescentes.

En el centro de aquella sala, yacía el esqueleto de quien alguna vez, fue Carayi Maroc, uno de los fundadores del colegio. El hombre detuvo sus pasos mirando aquella triste pero triunfal escena.

El esqueleto aun exhibía los brazaletes entregados por el inti, impolutos y brillantes, aun a la distancia podía sentirse su poder. El hombre no pudo evitar relamer sus labios ante la idea. Emocionado, avanzó hacia el esqueleto y arrancó de sus huesos inertes aquellos brazaletes de oro puro.

Almiba sujetó ambos brazaletes, ante la precaria luz de las esferas brillantes. Podía ver su reflejo en el precioso metal. No importaba realmente que hubieran vencido al Mikhuy Nuna, él tenía su ganancia de todas formas. Había conseguido su objetivo.

Varios kilómetros lejos de aquella montaña olvidada por el mundo, un asustado muchacho abría los ojos hacia la oscuridad de su habitación. Skoll Prince miraba su habitación en penumbras. La pesadilla aún estaba fresca en sus recuerdos. Sentía aun la viscosa sensación en su piel de aquel monstruo que apareció en sus sueños.

Se removió incómodo por la ropa, sin querer se había quedado dormido mientras leía la carta de William. En un intento de alejar el fantasma de esa pesadilla, bajó sus pies descalzos hacia el frio suelo de la habitación. No sabía exactamente la hora que era, pero las estrellas aun brillaban en el cielo.

Skoll, dobló la carta con cuidado y la guardo en el cajón de la pequeña mesita al lado de su cama. Sintiendo la garganta seca, se levantó luego de calzarse unas pantuflas y se dirigió a la puerta, dispuesto a ir por algo de beber.

Al abrir la puerta de su habitación, le llegó el sonido de unas voces, eran varias, mezcladas entre delgadas y gruesas. Skoll no las diferenciaba del todo, pero aquel murmullo solo significaba que sus padres de nuevo tenían una de esas reuniones.

Desde que Skoll volvió del colegio, sus padres se empeñaron en imponer la regla de que, pasada las nueve de la noche, el chico tenía prohibido bajar de su habitación. Claro estaba que Skoll rompía esa regla muy a menudo.

Por lo general lo hacía en un intento de espiar a sus padres, quería saber la razón verdadera de aquella regla. Cuando una vez se lo pregunto a su madre, la mujer argumento que era lo mejor para un joven en crecimiento. Pero a los pocos días, Skoll descubrió que en realidad la regla era en un afán de alejarlo de sus verdaderos planes.

A los pocos días de establecida la regla, Skoll comprobó que ciertos días a la semana, sus padres solían tener visitas en casa, y charlaban en el salón. Skoll ya había intentado en varias ocasiones espiar lo que decían. Pero los murmullos eran tan bajos que eran inentendibles. Y al intentar acercarse más, su padre o madre, de la nada aparecían en la puerta para mandarlo a dormir

En una ocasión incluso le echaron llave en su habitación. Skoll por lo general no era un chico problemático, pero ese tipo de secretismo y casi aislamiento que estaba viviendo en casa, le resultaba muy molesto.

Y es que Skoll, era un mago, uno que acababa de cumplir catorce años. El día de su cumpleaños fue un poco mas animado. Su madre le preparó un pastel y su padre le permitió invitar un amigo. Fue así como Driss conoció su hogar por primera vez. Skoll decidió invitar al chico, porque sería más fácil coordinar con el sobre la mejor forma de llegar a su casa. Y aunque le hubiera gustado tener a Hassan y Will con él, en el fondo no consideraba que fuese seguro para sus amigos estar cerca de sus padres.

¿La razón? Simplemente y para su pesar, Skoll había notado, desde su regreso, que sus sospechas iniciales sobre sus padres y su silencio era ciertas. Sus padres, aunque no lo admitieran, seguían siendo nakiachus. Skoll no llegaba a comprender del todo las razones de sus padres para seguir con aquellas ideas. Pero su distanciamiento y frialdad al tratarlo dejaban mucho que desear.

Skoll amaba mucho a sus padres, pero ahora los temía. Temía por sus amigos y lo que sus padres pudieran hacerles solo por ser magos de primera y segunda generación.

Aquella noche era evidente que tenían otra de sus reuniones. Skoll salió en puntillas de su habitación. Recorrió el largo pasillo del segundo piso y se asomó por las escaleras. Desde ahí lograba ver la gran puerta del salón. Estaba cerrada, pero se filtraba la luz de la chimenea por debajo de la puerta y junto con ella, las sombras de quienes estaban dentro.

Skoll oía la voz de su madre. No sabía con precisión cuantas personas estaban dentro, pero no parecían muchas. Inicio su lento descenso por la escalera, estaba atento a los murmullos esperando captar algo más. Ya casi llegaba al final de la escalera, cuando sintió una mirada atrás de él. El chico, tarde noto la presencia del duende de la casa.

— Amo Prince ¿Qué hace fuera de cama?

Dijo la voz chillona y avejentada del duende. Yuber era uno de los cuatro duendes que habitaban en la casa y servían a ellos. Los duendes eran seres muy protectores y serviciales si eran tratados con dignidad. Por lo general, las familias antiguas de magos, solían tener a los duendes como parte de la servidumbre y ellos gustaban de tener actividad de servicio. Era una convivencia mutua.




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