El verano iba llegando a su fin, marzo se acercaba y con ello el inicio de clases. El último día, antes del inicio de clase. Skoll ultimaba sus maletas. Sus libros para aquel nuevo año escolar, ocupaban toda la base de uno de sus dos baúles. Su báculo ya estaba listo y pulido para ese año. Ya entraba al segundo año, eso significaba que podría postular para entrar al equipo de chiukos.
Con las expectativas de estar en el equipo, y que por fin podría ver de nuevo a sus amigos, Skoll cerró su segundo baúl. Miró su habitación que cada vez la sentía más ajena.
— ¿Eso es todo amo Skoll?
La voz del pequeño duende lo sacó de sus pensamientos. Skoll giró el rostro hacia donde escuchó la voz de la pequeña criatura. Los ojos enormes y verdosos del duende lo observaban en espera de una respuesta.
— Si Yuber, ya puedes bajarlo
El duende asintió, poso una mano en uno de los baúles, de pronto este se alzó unos centímetros del suelo. Como si tuviera alguna correa atada, el duende comenzó a avanzar por el pasillo, mientras el pesado baúl lo seguía levitando.
Skoll aprovechó ese momento para asegurarse que las cartas de Hassan y Will, que le enviaron en verano, se quedaran bien escondidas bajo uno de los maderos del suelo. Aunque quien lo viera, pensaría que exageraba, lo cierto era que Skoll ahora temía a sus padres.
Desde que era un pequeño en el kínder, los dedos acusadores lo marcaron como el hijo de asesinos. Skoll hacia oídos sordes a dichas palabras porque sus padres nunca dieron muestras de intolerancia hacia los Kharis, es más, la primera vez que le contaron la verdad, dejaron en claro que reconocían que era un error. Pero ahora, no parecían muy ajenos a todo lo que sucedía.
Si bien en los periódicos no anunciaban el regreso de Almiba, Skoll estaba seguro, que aquel hombre ya había pisado su casa en más de una ocasión ese verano. El chico deducía aquello, de las dos únicas veces donde aseguraron su puerta y le ordenaron guardar completo silencio. Skoll no se había negado, pero eso no evito que espira quienes llegaban por la ventana de su habitación en penumbras.
Echando encima la alfombra, para cubrir la madera movida, Skoll dejó su habitación para ir a la última cena en casa, antes de que inicien las clases.
La mañana siguiente, Skoll despertó temprano. Su madre ya lo esperaba lista en la cocina para desayunar antes de ir juntos hacia el tren que lo llevaría al colegio. Skoll saludó a su madre al entrar. Mirando la mesa se percató que estaba acomodada solo para dos.
— ¿Y papá? — preguntó el chico mientras tomaba asiento frente a su taza de avena
— Tu padre tuvo unos asuntos y no nos podrá acompañar, iremos los dos hacia el andén, no te preocupes.
Su madre, tomó un pan mientras hablaba, lo partió y relleno con una tortilla de huevo y salchicha. Puso el pan en el plato frente al chico. Skoll conocía ese gesto. Significaba callarse y comer.
Era evidente que su madre no deseaba que el estuviera fisgoneando en sus cosas. Algo desanimado, Skoll comió su desayuno. Al menos después de eso vería a sus amigos, aquella idea lo reconfortaba después de aquel verano tan raro.
Después del desayuno, Skoll y su madre salieron juntos rumbo a la estación de Tampu. Yuber tuvo que ayudarles con las maletas, ya que ese año, Skoll tenía más libros para sus clases. El duende, siempre útil, se encargó de seguirlos por toda la estación.
Ningún Khari se fijaba en aquel extraño trio debido a que el encantamiento del duende hacía que lo vieran como una persona más. Skoll tenía curiosidad por el aspecto que tenía Yuber ante los humanos. En su infancia recordaba haber preguntado alguna vez, aunque nadie le respondió.
Una vez que cruzaron hacia el andén 1529, el sonido de la locomotora y las voces, fueron subiendo gradualmente. Skoll hacia de protección para su madre, evitando que la empujen. Aquel verano había crecido unos centímetros más.
— Yuber, ve y deja las maletas — indicó la mujer
Pronto el carrito de maletas, se fue abriendo paso, casi a empujones hasta desaparecer entre la multitud. La mujer arreglaba el cuello de la camisa de su hijo. Skoll siempre vestía bien, desde pequeño su madre le inculcó un gusto por la moda y el buen vestir, ahora en sus catorce años, le resultaba ya imposible vestir de otra manera.
— No me voy a lastimar — murmuró el chico al notar la atención de su madre en el cuello de su camisa.
Conocía bien a la pequeña y acongojada mujer. Cada que arreglaba la ropa de el o su padre, era porque algo la preocupaba.
—Eso dijiste el año pasado y tu padre fue citado a dirección y ni mencionar de lo sucedido casi al final
Su madre estaba al tanto de todo lo sucedido en el último trimestre del año pasado. Inevitablemente, fue informada que él estuvo implicado en todo el embrollo del profesor Gael. Aun en ocasiones, su cuerpo se estremecía solo de recordar el ardor de aquella agua en su interior.
— Fueron situaciones que escaparon de mi control
— Adriel, solo quiero que te cuides
— Eso hago madre, es solo que los problemas me persiguen
La mujer suspiro y dejó la camisa de su hijo en paz. Temía mucho por su muchacho, si ella pudiera, le gustaría llevarse a su hijo lejos de todo lo que acontecía. Pero, no, esa no era la mejor forma de criar a su muchacho.
El pitido del tren dio anuncio al inicio del abordaje, era momento de marchar. Skoll abrazó a su madre para reconfortarla. Le agradaba volver a sentir la calidez de su madre, que en el último tiempo era tan escaza.
Yuber volvió justo a tiempo para que Skoll se fuera tranquilo. El chico se alejó y se unió a la fila de estudiantes de segundo año. Veía muchas caras conocidas, pero el buscaba a sus amigos que no lograba ver por ningún lado.
Una vez dentro del vagón, buscó un cubículo desocupado. Seguro que ya sus amigos lo encontrarían. Cerró la puerta del cubículo y se sentó cerca de la ventana, para ver a su madre. Pero, al asomarse, la mujer ya no estaba por ningún lado. Se había marchado.
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Editado: 10.12.2024