La oscura habitación, se ilumino por unos breves segundos por una rendija. La niña miró hacia el punto de luz mientras un cuenco de comida se deslizaba dentro de lo que ahora era su celda.
Laura Vega yacía en un rincón de aquel encierro, agazapada para protegerse del frio que hacía en el lugar. Las lágrimas habían dejado surcos marcados en sus mejillas, traía la ropa sucia y el cabello enmarañado.
La niña, se arrastró a gatas hacia el cuenco de comida. Aquella era la única ración que recibía por día. Así era como sabía que era un nuevo día. Encerrada como estaba, sin opción a ver la luz del sol, no era consciente del día y la noche.
La comida estaba fría, y sabia muy dulce. Laura no sabía con precisión que era lo que le daban, pero mientras pudiera llenar su estómago, ella lo comería. El hambre podía ser un dolor muy agudo el cual no quería enfrentar.
Llevaba, según sus cálculos, más de dos meses secuestrada, se preguntaba como estaría su familia y si la seguían buscando. Su temor más grande era que los duendes llegaran a un punto de considerarla poco útil y pensaran en deshacerse de ella. Por eso, en todo ese tiempo, la joven había cooperado de buena gana con sus exigencias.
Aunque para mala suerte de ella, siempre parecían estar un paso atrás de quien sea que estuviera buscando las mismas piezas que esos muquis. En un principio Laura no entendía el por qué buscaban una pieza de un espejo roto. Ante sus ojos no era más que una baratija.
Pero con el paso de los días y escuchando un poco de las conversaciones de aquellos muquis, pudo entender que aquella baratija, tenía un poder mayor el cual ellos querían obtener.
Laura logró abrir paso para ellos en dos ubicaciones, pero en ambas, el espejo que buscaban ya había sido encontrado y con cada fallo, ellos se ponían más exigentes con ella.
Mientras comía en la oscuridad de su celda, aun recordaba el día que fue secuestrada. Su mal tino en confiar en un duende cualquiera. Esperaba de todo corazón que, si la rescataban, no la culpen del robo de cuaderno de Manoc Araya. Ella misma explicaría la razón por la cual tomo el libro.
Mientras se reconfortaba con esos pensamientos. Afuera de la celda, sus captores discutían el plan para abordar la nueva ubicación de una de las piezas.
-No podemos tardar más, necesitamos encontrar esta pieza – clamaba el muqui quien dirigía todo – esta niña nos ha retrasado mucho ahora es cuando deberíamos de estar más activos
Alrededor de él, un gran grupo de muquis apoyaban las palabras de su líder.
Omziac, era un muqui antiguo quien había iniciado la revuelta, el mantenía la idea firme que los magos les robaban no solo sus cristales, sino que también los oprimían creyéndolos seres inferiores.
Este muqui había sido el primero en alzar la voz para iniciar la revuelta. Se sabía que fue el quien echó de la mina a un grupo de magos más al sur. Ahí fue fonde aquel movimiento comenzó y fue extendiendo sus bases.
— Los magos siempre nos han tratado como simples seres de trabajo, de carga — decía este mientras daba su discurso — muchos de nuestros hermanos trabajan en las minas sacando el cristal para uso de ellos sin oportunidad a que nosotros podamos aprovecharlo.
En las pequeñas pausas que hacia Omziac, sus seguidores aplaudían sus palabras mostrándole su apoyo incondicional.
— Los magos sin nuestros cristales y minerales no serían nada, sin sus suntur y sus báculos adornados con nuestro trabajo no serían nada
Los aplausos y gritos de apoyo a su postura, resonaban en las rocosas paredes de la mina que se convirtió en su centro de operaciones.
-Me han informado que un grupo de runas están ingresando a nuestras minas en búsqueda de la niña. Por ello les dejaremos un mensaje claro para que aprendan a no meterse en tierras que no son sus dominios.
Frente a Omziac, se encontraban diez carretas cargadas con explosivos. Los muquis que fungían de espías en pueblos cerca de las minas, le habían informado de un fuerte contingente de runas que estaban reunidos en la zona.
El muqui, sabiendo que probablemente buscaría ingresar a la mina por la fuerza. Pensaba poner los explosivos en las entradas para sellar los corredores con los runas dentro. Su centro de operaciones seria movido a otro lado
Con sus palabras finales, pusieron la operación en marcha. Un grupo de muquis se dividió para llevar el cargamento de explosivos a las zonas establecidas por su líder. Mientras él iba hacia la celda a donde mantenían a la niña.
Laura escucho el sonido de llaves al otro lado, ya sabía lo que aquel sonido significaba. Asustada, huyó al fondo de la pequeña estancia como si eso de alguna forma la protegiera, vio el horripilante rostro de su captor aparecer del otro lado.
— Avanza niña, no tenemos tiempo a menos que desees morir aquí
La sola mención a la muerte, erizaba la piel de la niña, quien, resignada avanzaba hacia Omziac. Laura desde el principio fue despojada de su suntur y cualquier artefacto conductor de magia que pudiera usar. Así que en ese momento ya no era considerada una amenaza.
Laura se acercó al muqui quien de inmediato le puso las habituales cadenas a las manos de ella y la empujó para que avance. Conteniendo las lágrimas, la joven salió y apresuro el paso, guiada por golpecitos del bastón que llevaba Omziac.
El muqui la llevó hacia una mesa donde yacía el libro de Manoc Araya. Laura descubrió la misma noche de su secuestro, que el texto entre líneas que ella veía en el libro, no era visible para los muquis, razón por la que la presencia de ella, era esencial para poder avanzar en la búsqueda de aquellos cristales.
La niña fue plantada frente al libro como siempre.
— Vamos, dinos donde está la siguiente ubicación, apura niña
Dijo Omziac mientras le daba golpecitos en sus pies con la punta del báculo que sujetaba el muqui. Laura, abrió el libro, las palabras parecieron brillar en aquella página como un saludo secreto. La joven comenzó a leer para su captor.
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Editado: 25.12.2024