Qhoa: Las Sombras perdidas

El niño y la lanichilla

Después de aquella noche, Skoll se mantuvo en un vilo constante consumido por su curiosidad. Si bien era cierto que el colegio estaba lleno de enigmas por su misma naturaleza mágica. Lo sucedido esa noche era algo que parecía muy externo de lo habitual. Sumado a ello, era que cada dos o tres días, el periódico mágico traía más y más noticias sobre crecientes ataques que sucedían tanto en la comunidad khari, como en la comunidad mágica.

Lentamente, con el pasar de los días, los pasillos se iban llenando de murmullos de preocupación, miedo y comentarios que ensombrecían los rostros incluso más que el clima otoñal que ya se había instaurado en el lugar. Fueron la sumativa de todos esos sucesos, lo que llevó a Skoll a comentar a sus amigos, lo que sucedió aquella madrugada.

Si había algo en lo que coincidían los cuatro amigos, era en el hecho de que el mugido no pertenecía al colegio. Fue así, que los cuatro se embarcaron en una odisea, con el objetivo de encontrar algún libro que pudiera explicar dicha presencia y su naturaleza.

Aunque no tenían claro por donde comenzar, tenían la biblioteca del colegio a su disposición y siendo cuatro, seguro que podían encontrar algo. Al menos, esa fue la idea inicial. Pero cinco días después, casi ahogados en viejas páginas y sin respuestas, Skoll comenzaba a flaquear en su búsqueda.

— Cuando te dije que odiaba leer el periódico, creo que debí recalcar el hecho de que odio leer

Driss se encontraba casi tendido sobre un enorme libro de páginas amarillentas, que narraba la historia de los pueblos quinientos años atrás. Skoll frustrado, cerraba el libro de zoología mágica mundial y lo añadía al cumulo de libros donde no había información. Hassan ya se había rendido y quedado dormido sobre la mesa. El pobre Will, luchaba por seguir leyendo, pero era evidente estaban perdiendo la batalla y pronto acompañaría a Hassan en el mundo de los sueños.

—Es que no puede ser que no hay información de eso — afirmaba Skoll

—Es que, estas intentando buscar algo con el mínimo de información — exclamó Will rindiéndose con el libro, el cual cerró y deslizó por la gran mesa de madera — Tu escuchaste un mugido, ¿Y si al final era una vaca perdida?

—Tiene razón — afirmó Driss levantando la cabeza — Pudo ser una vaca perdida, después de todo, sabemos que hay ganaderos por este valle.

— No tiene lógica que una vaca se escape y suba hasta aquí — defendió Skoll, que hasta el momento no había considerado dicha posibilidad, que, aunque sonaba loca, era algo factible al menos en un porcentaje mínimo

—Amigo, yo digo que quizá debas preguntar más al fantasma, dijiste que él lo llamó con un nombre ¿Verdad? — Driss se mantuvo hablando, en lo que se desperezaba para espantar el sueño.

—Si, dijo Mikhuy nuna

—Bien, mira él es un muerto de casi mil años — Driss ahora parecía más despierto — si lo que el mencionó fue un mito, quizá en la actualidad o los libros lo registran con otro nombre

Skoll no respondió ante la idea de su amigo, después de todo, si lo pensaba desde ese lado, sonaba mucho más razonable que la idea de una vaca rebelde escapada. Miró a sus amigos y simplemente asintió. Estaba metiéndose algo en la cabeza, como si eso le afectara directamente. Además, desde aquella noche, el mugido no había vuelto a sonar.

— Mejor, hay que olvidarlo. Al final, no nos afecta en nada

— Muy cierto bien dicho, yo apoyo la idea — afirmó Hassan despertando de su sueño — no sé exactamente que hablan, pero los apoyo.

Los tres amigos no pudieron evitar reír ante la respuesta adormilada del chico, acarreando una mirada severa por parte de la bibliotecaria quien, para su mala suerte, pasaba por ahí. Pero con el humor renovado, los cuatro amigos dejaron la biblioteca listos para acudir a su clase de la tarde. Era viernes, eso significaba, cerrar la semana con Historia de la magia.

Aquella clase la compartían con los alumnos de Ismene, a pesar de eso, Skoll había comenzado a amar la clase de historia de la magia, gracias al profesor que la impartía. El profesor Redram, era un hombre alto de cabello cobrizo. Sus ojos notablemente azules junto a sus rasgos, inevitablemente lo delataban como alguien fuera del país. Y es que el maestro Redram era en realidad de Londres, su padre había sido un ávido viajero el cual en uno de sus viajes conoció a su esposa y juntos tuvieron tres hijos, de los cuales Redram, el mayor, sacó en su mayoría los rasgos paternos.

El profesor Redram, era un hombre muy culto y con una habilidad innata para enseñar, tanto que difícilmente alguno de sus alumnos, perdía el interés en clase. Razón por la cual, ya se había convertido en la clase favorita de Skoll y sus tres amigos.

Para cuando llegaron al aula, varios alumnos ya se encontraban en las mesas listos para iniciar la clase. En ese momento estaban viendo el tema de las guerras entre clanes de hace trescientos años. Skoll se acomodó en una de las primeras mesas. Una de las pocas clases, donde elegia sentarse cerca de la pizarra.

Cuando todos los alumnos llegaron, la puerta se cerró con un suave chirrido, los pasos del maestro resonaron mientras avanzaba hacia su escritorio. Vistiendo aquella habitual túnica bordada con diseños geométricos, el hombre se puso frente a los alumnos.

— Que agradable verlos una semana más, dispuestos a continuar nuestra clase.

Su voz era profunda pero amable, como cada clase, les daba la bienvenida como si fuera la primera vez. El profesor Redram seguramente ya bordeaba los sesenta años, y eso solo lo delataba su forma de hablar.

— Muy bien, abran todos sus libros en la página cincuenta y seis, vamos a continuar con lo que dejamos pendiente.

Agitando la suntur, las luces de las velas se hicieron más débiles, sumiendo al salón en penumbras. El profesor, se acercó hacia su escritorio, donde ya tenía listo la ukuilla.

La primera vez que lo vio Skoll, quedó fascinado por aquel artilugio. La ukuilla era sencillamente un proyector mágico, el cual permitía a los profesores generar imágenes a base de luz mágica la cual permitía hacer una clase más interactiva. Era una pequeña caja de madera, con un cristal incrustado en el centro, el cual, al ser nutrido con algo de luz, generaba las imágenes que deseara el controlador.




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