Qhoa: Las Sombras perdidas

Historias ocultas

La semana de castigo fue larga, Skoll no tenía problema en acompañar a Fausto, pero si le molestaba los trabajos que le mandaba hacer. El primer día, tuvo que ayudarle a buscar lombrijos en la tierra del jardín de herbología. La maestra se había quejado de esos bichos, la cuestión era, que solo se podía hacer aquel trabajo de noche.

El segundo día, tuvo que escoger los huesos no triturados, de varios cubos de pescado molido. Ya que con estos alimentaban el criadero de orbicuajos del colegio. Esa noche, el olor del pescado, se pegó tanto a sus manos, que tuvo incluso pesadillas.

El tercer y cuarto día, tuvo al menos un castigo normal. Solo había que barrer las hojas caídas de algunos jardines. Quizá esos días fueron los más tranquilos. A pesar de esos horribles trabajos, Skoll charlaba mucho con Fausto, había podido conocer mejor al hombre.

—Ah, yo de joven quería comerme el mundo muchacho, ahora hasta la espalda me suena cuando me levanto.

Su risa siempre era agradable a pesar de ser fuerte. Ambos estaban sentados dentro de su cabaña. Ese era el premio que el viejo Fausto le daba siempre al Skoll. Chocolate con galletas, de recompensa por cumplir su castigo.

Aquella tarde no fue distinta. Skoll, comía su tercera galleta mientras esperaba que enfríe un poco el chocolate.

— Fausto, ¿Puedo preguntarte algo? — murmuró Skoll quien ahora si había podido ver con mayor detalle la cicatriz de su ojo.

— Claro que si chico, ¿Qué es lo que te aqueja?

— ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?

Preguntó aun sintiendo que era grosero preguntar algo que suponía era muy personal. El rostro de Fausto se ensombreció.

— Perdón si…si incomodo…

— No, no, tranquilo muchacho — suspiró el gran hombre dejando su taza a un lado — No es incomodar, solo es que esta cicatriz es lo único que me queda ahora.

Skoll dejo la galleta a un lado, sin saber bien como reconfortar a un hombre tan grande, dio unas palmitas En el hombro de Fausto.

— Yo de joven fui un Runa, pertenecía a las fuerzas especiales. Me enfrente de primera mano con todos esos brujos malvados, seguidores de ese loco.

La mirada de Fausto yacía perdida en algún punto de la mesa. Hablaba, pero no parecía ser consciente del todo.

— Una noche — continuó — estábamos con mis compañeros de escuadra, visitando un pueblo que dijeron estaba sitiado por los seguidores de él. Yo, siendo el capitán de mi escuadra, designe lugares a cada uno de mis compañeros, pero fue una trampa, una que no pude prever. Nos emboscaron. Yo luche contra tres Nakiachus, uno de ellos me hizo esta cicatriz dejándome ciego de un ojo.

Skoll no podía imaginar lo que era estar ahí, tener compañeros, amigos cuyas vidas estaban atadas a ti. El rostro de Fausto se bañaba en sombras y Skoll juraría que incluso una lágrima asomo por su único ojo.

— Logré huir y pedir ayuda, tardé dos días en encontrar un puesto de refugio de nosotros. Ahí, me atendieron, pero estaba tan débil que estuve inconsciente dos días. Al despertar…la realidad era otra.

El hombre, buscó un pañuelo en su bolsillo, este tenía bordado unas iniciales B y F, aquello llamó la atención del chico. Fausto sonó su nariz y respiro profundo para continuar su relato.

— Al despertar me comunicaron que habían encontrado los cuerpos de mis compañeros. Todos habían muerto. A mí, me culparon de lo sucedido, por las malas decisiones, a eso le sumaron otras cosas que realmente no quiero mencionar y… al final fui destituido. De no ser por el profesor Redram, yo no estaría aquí trabajando, ni tendría un hogar

Cuando la tarde dio paso a la noche, Skoll se alejaba de la cabaña de Fausto, camino hacia el gran salón. Estaba cansado pero pensativo, la historia del guardián del colegio, le había dejado con una extraña sensación de tristeza. No esperaba que la historia de Fausto y su ojo fueran tan cruda.

Aquel día, su castigo llegaba a su fin. Estaba feliz, pero se sentía mal porque Fausto hacia todas esas cosas, que para el eran castigo, diariamente y solo. Sumido en sus pensamientos, cruzaba el pasillo que rodeaba el jardín de herbología, cuando lo vio.

Una enorme roca ovoide, Skoll se detuvo en seco al percatarse que era igual a lo que había visto con el otro chico. Era una crisálida, seguro alguien estaba dentro. Asustado, miró a todos lados temiendo que la criatura siguiera cerca. La crisálida estaba ya sellada, no podía saber quién estaba dentro.

Pensó en salir corriendo para informar a un maestro, cuando oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo. Al voltear, vio a la profesora Herlinda junto al profesor Honorato. Venían charlando con un notable gesto de preocupación. Skoll, vio cómo les cambio el semblante al percatarse de la presencia de él y lo que ahora era una nueva víctima del Mikhuy nuna.

— Señor Prince, ¿Podemos saber que sucedió?

— Yo…no, no lo sé profesora — su voz titubeó— yo venía llegando, estuve cumpliendo mi castigo con Fausto.

El profesor Honorato había pasado de largo hacia la crisálida de roca, su gesto indicaba más que preocupación, una latente desconfianza. Su mirada iba de la crisálida hacia el chico una y otra vez.

— Que extraño que ya sean dos ocasiones en las que casualmente el señor Prince encuentra un alumno petrificado.

Skoll quería irse, no podía creer la mala suerte que tenía.

— Honorato, no estarás pensando culpar al muchacho ¿Verdad?

— No, esta es magia muy avanzada como para que un niño pueda hacerla — murmuró, aunque la desconfianza seguía latente — pero quien hizo esto tuvo que entrar de algún modo al colegio.

El colegio tenía diversos encantamentos que lo protegían, no solo de Kharis curiosos, sino también de ciertas entidades y criaturas que vivían en el bosque aledaño. Que aquel toro hubiera pasado las salvaguardas, era algo de gran preocupación. Significaba que ningún estudiante estaba seguro.

— Suficiente Honorato, el muchacho solo tuvo mala suerte de estar en lugar y momento equivocado.




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