Skoll saltó los últimos tres escalones y apuró su paso. Era la primera vez que bajaba hacia el sótano del colegio. Aquel fin de semana, había partido de chiukos entre Solanum y Zunyan. Skoll estaba camino hacia el campo de juego cuando la pequeña lanichilla se cruzó en su camino. Sus amigos se adelantaron para guardar un lugar.
El, por despertarse tarde iba retrasado. Mientras cruzaba los pasillos del ala norte, la pequeña lanichilla apareció frente a él. Skoll realmente quería ir a ver el partido, pero sabía que, si perdía la oportunidad de seguir al roedor, tardaría mas en descubrir todo ese misterio.
La pequeña lanichilla lo llevó hacia el edificio principal del colegio, una vez ahí, emprendió camino hacia el sótano. En aquella parte del colegio usualmente estaban almacenes, las cocinas y toda una intrincada red de pasillos que parecían un laberinto.
Algunos maestros tenían ahí sus almacenes de distintos materiales, por ejemplo, el profesor de pociones. Skoll trataba de memorizar cuantas vueltas estaba dando y ver a detalle cada pasillo, en n intento de no perderse. Para cuando la pequeña lanichilla se detuvo, Skoll estaba seguro que salir de ahí, sería un reto.
—Espero que al menos tengas la consideración de sacarme de aquí — murmuro hacia el animal quien solo lo esperaba.
Sudoroso y cansado, se detuvo frente a la estatua de lo que parecía ser una sirena en pleno canto. El pequeño roedor, al igual que la última vez, se lanzó a través del muro atrás de la estatua. Skoll, conociendo ya lo que venía, se acercó al muro y posó su mano.
Al instante volvió a sentir aquella succión. Esta vez estuvo preparado, y cuando su cuerpo salió de aquella sensación viscosa, ya no cayó, se mantuvo en pie. Al otro lado, solo veía oscuridad, una tan profunda que ni podía ver la puta de su nariz.
Sin demora, extrajo aquella esfera del bolsillo de su pantalón, la sopló y al instante emitió su luz. Pero, la luz de aquella esfera esta vez no servía de nada, Skoll seguía viendo todo negro. Era una oscuridad insondable. ¿Cómo lograría encontrar lo que sea que quisiera mostrarle el roedor, si ni siquiera podía verlo?
—Oye…
De la nada, cuando Skoll llamó al pequeño roedor, por breves segundos en lo que su voz se escuchó, logro ver una habitación.
—Lanichilla
Volvió a llamar y nuevamente la habitación apareció por segundos. Skoll comprendió que la habitación solo se mostraba ante la voz.
— ¿Eso significa que debo de hablar todo el tiempo?
Skoll trato de hacer una oración más grande, la habitación se mostraba y desaparecía como un parpadeo entre cada espacio de las palabras. Así no podría ver nada. Luego probó silbar, pero ni así lograba ver la habitación.
Algo frustrado trato de pensar. Debía haber una pista en algún lado de cómo, poder ver la habitación. Comenzó así a decir todas las palabras que venían a su mente. Quizá entre esos parpadeos encontraría una respuesta.
—Chiukos, Lanichilla, no sé por qué hago esto, hola, oye…lalalalalala
Cuando se quedó sin palabras, comenzó a decir monosílabos en un afán de seguir viendo la habitación, después de todo, así avanzó al menos unos pasos. Pero se fijó en algo curioso, aquel “lalala” había tenido cierta melodía lo cual mostró a la habitación no como un parpadeo, sino como algo olido hasta que se detuvo. ¿La habitación se mostraba ante la melodía?
Sin nada que perder, y estando solo. El chico comenzó a tararear una canción que solía tocar en el piano. Lentamente, la habitación se fue mostrando, primero el piso, luego los muebles. Esta parecía un poco más amplia. La chimenea apagada, unos libreros abarrotados de libros. Una mesa de escritorio, donde estaba un trozo de cuero con agujeros en sus extremos y otra página de diario. Sin detener su melodía, y recordando no tocar nada aún, Skoll leyó la página del diario.
Primavera 23
Hoy florecieron los gladiolos que planté en tu nombre. El jardín del Ayllu esta hermoso, ver esas flores, reconforta mi alma y mi pena. A pesar de que la primavera ya llegó, las noches aun son frías. Cada noche te extraño y temo no despertar a la mañana. Siento que la pena algún día me llevará a tus brazos.
Hoy Rahua me recomendó guardar mis pensamientos en páginas, si bien no le dije que ya lo hacía, ella parecía ansiosa de que lo hiciera. Quizá teme, al igual que yo, el día en que no estemos y nadie sepa de ti.
Actualmente, han pasado casi cuarenta años desde la ultima vez que te vi. Mis huesos ya casi no pueden sujetarme con la pena que tengo de no tenerte. Estoy poniendo mis últimos alientos en poder conservar tu memoria y si es posible, de protegerte de quienes puedan añorar tu poder.
Guardaré tus vivencias en mi corazón, y tus desgracian estarán protegidas por siempre en mi alma. A pesar de ello, sé bien que por tu seguridad y el amor que te tengo, no puedo callar la realidad que me hace escribir esto. Por ello, Dejaré que mi ultimo aliento, sea dedicado a tu memoria
-Cora
Dicha carta sonaba aún más melancólica. Skoll notaba que incluso, aquella caligrafía hermosa, por momentos parecía tener trazos y líneas desiguales y temblorosas. Probablemente ese fragmento lo había escrito ya en sus años de vejez. No podía imaginar la magnitud de la pena que cargaba ella.
En aquellas páginas quedaba evidenciado que Carayi Maroc murió, la pregunta era ¿Cómo? En los libros no se mencionaba la muerte del hombre, era uno de los tantos datos vacíos que se tenía del fundador.
Skoll, sin dejar de tararear. Se acercó al librero para ver si ahí encontraba algo más. Había libros en cuyo lomo no llevaba nada escrito, otros donde el idioma no parecía uno conocido. La mujer en su carta mencionaba proteger su memoria, pero ¿Qué había de proteger?
Sin encontrar nada relevante en aquel librero. Regresó a la mesita. Esta vez, se llevaría la pagina del diario también. Sin dudarlo, cogió con ambas manos, los dos objetos. En cuanto su ano tocó aquel trozo de cuero. De nuevo sintió el tirón justo sobre el ombligo, en un abrir y cerrar de ojos, caía de espaldas al pie de la estatua.
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Editado: 09.09.2024