Qué Es El Primer Amor

ENREDADOS

En el camino al salón, ninguno sabía qué decir. Ambos buscaban algo en su mente, más que nada Shane, que tosió dos veces como aclarándose la garganta. Una vez que pudo contenerse, supo que no tenía el valor para disculparse. En su cabeza resonaba “¡deja de fastidiarme”; “no sé de quién hablas”; “¿quieres que también componga una música?”; “no te importa”. Lo único bueno que hasta ese momento le había dicho a Juan era gracias. Pero uno medianamente rasposo.

"Mejor lo olvido todo y ya".

—No eres una perdedora —era ese chico de nuevo, el atrevido, con el que por momentos había compartido el baño para discapacitados. Ya Sabes Quien—. O tal vez… —puso una mano en su mentón y miró al cielo. Shane le dio un codazo en la costilla. Él se quejó del dolor—. Para eso estoy yo —afirmó a penas.

—¿En serio? —pensó, pero su amigo la oía como si hablara.

—Nah —hizo un ademán de calma y despreocupación—. Solo quiero que te den por loca, ahí mi trabajo estará bien hecho. Bien, háblale de…

—¿Hola? —Le dijo Juan a Shane—¿Hablo con doña despistada? —la miraba a los ojos.

—¡¿Qué?! —Exclamó Shane por lo que dijo el bromista de Ya Sabes Quien. Observó que Juan retenía la puerta del salón para que ella pasara primero—. Oh…

—Es increíble. ¡Soy amable contigo y así me pagas! —La empujó por la cintura dentro del salón y Shane casi se cayó. Pocos notaron lo que había pasado y otros pensaron que se trataba de un mal cálculo o una baldosa sobresalida.

Juan se fue a sentar en su lugar y Shane vio que su mochila estaba puesta en un banco delante del de él.

—No me lo agradezcas —creyó oír que le susurraron y un risa le siguió.

“No lo haré”, pensó ella con hastío.

Shane tomó asiento y le tocaron la espalda cuando sacaba sus cosas. Al voltear leyó que los labios de Juan le aclaraban:

—Yo no dejé tu mochila ahí, así que ojo con a quien culpas.

Durante las clases siguientes, Shane se la pasó en la misma posición, con la barbilla sobre los brazos cruzados en el banco, puesto que ya se sabía todo lo que estaban enseñando.

En su anterior escuela solían ser duros con ella, aunque eran sumamente exigentes con todo el mundo, pero en especial con Shane.

Pero allí, en la escuela, supo que tenía una oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva. De empezar desde cero. Y pudo quedarse satisfecha cuando, por parecer que andaba de vaga en esa posición, el profesor de ciencias sociales la llamó al frente para leer en clase y corregir las consignas del texto. Era común que el profesor llamara a alguno de sus estudiantes más haraganes, o no, para que se riera de ellos dentro de sí por sus malas contestaciones. Pero parecía que Shane iba a borrarlo. Si ni María podía con él, ¿quién más era perfecto?

Mientras respondían un cuestionario, un sinónimo de hora de chismes para los alumnos, Miguel (que destacaba con su pelo rosado color durazno y ojos verde oliva oscuros), compañero de asiento de Juan, pudo hacerle una pregunta a su amigo. Los de atrás, Luis y Rocco, estaban atentos, debido a que se hallaban con la misma curiosidad que él de por qué Shane y Juan se habían perdido toda la clase de matemáticas.

—Psst.

Juan no le hizo caso y siguió respondiendo las preguntas.

—Oye —volvió a susurrar Miguel.

Obtuvo el mismo resultado que el anterior.

—¡Ey, Juan! —continuó en murmullos.

—¿Qué —golpeó su mesa—quieres?

—¿Me puedes responder una pregunta? Es sencilla y solo tiene una respuesta correcta.

Juan se cruzó de brazos y miró la ventana, alejada de su fila. Sonrió.

—Ja, ja, ja, eso depende. Si me preguntas si me gusta, no, pero si me retas a salvarla de nuevo, entonces sí —el enojo por ella se le iba disipando.

—Am, ¿qué acabas de decir?

—No me haga caso. No es mi día —exhaló con desgano.

—Ok. Ejem, ejem. Este… —de repente apoyó sus brazos en la mesa y miró fijo a Juan—¡¿vomitaste a propósito sobre el vestido…?!

Rocco y Luis levantaron sus libros, tapando sus caras, y los apoyaron sobre la mesa. Inclinaron la cabeza adelante.

—Nuevo —terminó Luis en una aclaración.

—¿... de la maestra?

—Nop —espetó Juan osadamente—. Ya me lo estaba guardando —sonrió como un pícaro.

—Licuaste pan con manteca y té otra vez —supuso Néstor—. Muy astuto —dijo, arrogante—nuestro amigo. Ja, ja, ja. Ya entiendo el cero de tus exámenes.

—Sí. En efecto, mi querido amigo —admitió, elegante y burlándose. Continuó con su voz normal—. Es que no tenía mucho tiempo. Y lo tomé directo de la licuadora. Has acertado ésta.

—Pero tú vives sin tiempo para nada ni nadie.

—Néstor tiene razón también en eso —concluyó Rocco.

—¡Blagh! Me das asco, ¿y si vomitabas sobre mí? —se asqueó Miguel, ignorando los comentarios de Néstor y Rocco.

—Tal vez, no lo sé. ¿Y si…? —se mofó Juan.

—¡No! No quiero ni pensar en ello. ¿Y qué hay de Shane y tú? ¿Por qué tardaron tanto?



#2899 en Fantasía
#7379 en Novela romántica

En el texto hay: aventuras y amistad

Editado: 29.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.