El bello otoño estaba por llegar a su fin. Las tardes ya no eran tan naranjas como al principio; su color se había vuelto más oscuro, con tonos grises.
El frío se hacía más intenso a medida que la noche avanzaba, y algunas gotas de lluvia comenzaban a caer.
El invierno estaba cerca.
Sin embargo, el frío no solo calaba en el ambiente, sino también en lo más profundo de mi corazón. Sentado en el suelo, me preguntaba por qué la vida me tenía que permitir vivir una desgracia como esta. Llevaba el pantalón rasgado en varias partes, sangre manchaba mi ropa, y mi alma parecía estar hecha pedazos.
De repente, el sonido de las ambulancias comenzó a llenar el aire, acercándose cada vez más. Pero yo seguía atrapado en un estado de shock, incapaz de reaccionar. Frente a mí, en mis brazos, yacía la persona que me había acompañado toda la vida.
Hasta hoy.
Tenía un único deber: protegerlo. Pero no lo había logrado. Ahora, su pulso era inexistente, y mi impotencia me consumía.
Alcé la vista cuando los paramédicos llegaron. Sin decir nada, comenzaron a apartarlo de mis brazos, mientras intentaban calmarme. Pero sus esfuerzos eran en vano; yo gritaba desesperado, negándome a aceptar lo que estaba sucediendo.
Lo subieron a una camilla. Revisaron su pulso una vez más, negaron con la cabeza y, sin más, lo cubrieron con una manta blanca. En el fondo, sabía que ya estaba muerto, pero aceptarlo parecía imposible.
Minutos después, todo se volvió borroso y sentí mi cuerpo débil. Ahí, sentado en una pequeña banquilla, me preguntaba por qué Dios tenía que permitir esta desgracia, con su casco hecho pedazos entre mis manos, mis ojos se sentían cansados.
Levanto mi cabeza y, frente a mí, están dos policías.
—¿Es usted el señor Frost?
—Sí —digo mientras bajo mi cabeza.
—¿Está dispuesto a declarar, señor Frost?—vacilé un poco.
Uno de los policías me observa con seriedad, mientras el otro saca una libreta y una grabadora. Siento la tensión en el aire, como si cada palabra que dijera pudiera tener consecuencias importantes, y las tiene.
—Sí, estoy dispuesto —respondo con un poco de calma, aunque dentro de mí no pueda evitar sentir el peso de la situación.
—Perfecto. Comencemos. Por favor, descríbanos lo sucedido con la mayor claridad posible. El policía toma asiento frente a mí, preparado para anotar.
Me tomo un momento para recordar los eventos, asegurándome de ser lo más preciso posible en cada detalle. Siento la mirada atenta de ambos oficiales, esperando mi relato.
Salíamos de una reunión con amigos. No habíamos tomado ni consumido nada, simplemente nos dirigimos a casa. Después de un rato en la carretera, sugerimos parar en una gasolina; la motocicleta estaba a punto de quedarse sin combustible. Aproveché para comprar unos bocadillos, pero al regresar, encontré a mi amigo discutiendo con un hombre fornido junto a una enorme camioneta negra. No sabía qué marca era, pero su tamaño imponía.
—Tenías cuentas por pagar —decía el hombre con una sonrisa torcida—. Págame ahora o te haré pagar aunque no quieras.
Mi amigo lo ignoró al verme, pero el sujeto no cedía. La tensión aumentó en segundos. Sin pensarlo demasiado, le solté un golpe y salimos de ahí lo más rápido posible. Grave error.
Apenas nos alejamos, la camioneta arrancó tras nosotros. Aceleramos, pero él nos alcanzó con facilidad. Por alguna razón, reía mientras nos embestía con la parte delantera de su vehículo, empujándonos como si fuéramos un simple obstáculo en su camino.
—Intentamos evitarlo... —mi voz tembló, y tragué grueso—. Fue tan rápido que apenas pude verlo... Nos impactó en cuestión de segundos.
Solté un suspiro entrecortado y bajé la mirada.
—Caí primero, rodando hasta quedar a un lado del camino... Como ven, no sufrir tanto daño.
Mis ojos comenzaron a nublarse, y mi voz pendía de un hilo. Abracé con fuerza el casco destrozado entre mis brazos.
—Lennox... él llegó hasta aquí... —señalé un punto a unos metros de distancia—. Los paramédicos se lo acaban de llevar... Lo declararon muerto desde el inicio.
Al terminar ellos asienten, tomándose su tiempo para asegurar que la información que les doy sea coherente y útil.
Al final, me piden que firme y confirme que todo lo que he dicho es veraz.
—Esto es todo por ahora, señor Frost. El oficial guarda su cuaderno, y el otro apaga la grabadora. Gracias por su cooperación. Si recuerda algo más en el futuro, no dude en ponerse en contacto con nosotros.
—Claro, lo haré —les respondo, aliviado de que el proceso haya concluido por el momento.
—Por el momento, debe acompañarnos a la comisaría —no hago más de lo que me dicen que haga.
Al llegar, frente a mí estaba la mujer que ha sido como una madre para mí está ahí, de pie, mirándome con los ojos llenos de algo peor que el dolor: odio.
Yo no me atrevo a sostenerle la mirada. No puedo.
Se acerca lentamente, sus pasos resuenan en el suelo como martillazos en mi pecho. Cuando habla, su voz es un susurro tembloroso.
—¿Por qué tú? —Su respiración se corta, como si la respuesta la asfixiara—. ¿Por qué tú estás aquí... y Lennox no?
Levanto la cabeza con dificultad. No tengo palabras, ni siquiera aire en los pulmones. Pero ella no ha terminado.
—¿Por qué él? —Su voz se quiebra. Su dolor se convierte en rabia—. ¡¿Por qué él y no tú?! ¡¿Por qué tú sigues respirando mientras mi hijo no?!
Se derrumba frente a mí, sus rodillas golpean el suelo, y yo... yo solo me arrodillo también, sintiendo un peso insoportable en el pecho.
—Si pudiera cambiar mi vida por la suya, lo haría —susurro, con la garganta ardiendo—. No quise que esto pasara... pero pasó. Y lo lamento. Lo lamento tanto. No me culpe... ya sé que es mi culpa.
Las lágrimas nublan mi vista. Apretando los dientes, levanté la mirada, con una última esperanza clavada en el corazón.
—Lo siento... Mamá.