Querido Santa

Capítulo 8

Respiro profundo, aliviado de que haya decidido quedarse a escucharme. Toma asiento a mi derecha, dejando una silla de por medio entre nosotros. Odio la distancia que impone, pero entiendo su actitud. No puedo pedir más por ahora.

Aclaro mi garganta e inicio el relato de lo que ocurrió. Ese día que quedamos en vernos recibí una llamada de Amelie…

Le cuento todo, sin guardarme nada: desde que me fui hasta cómo llegamos a este punto. Ella no dice una sola palabra. Durante los últimos treinta minutos se ha limitado a escucharme en silencio. Al terminar, guardo silencio también, inseguro de cómo continuar. Espero su reacción.

—Lamento la muerte de tus padres y todo lo que tuviste que pasar —dice finalmente, y continúa—. Pero lo que no entiendo es por qué me apartaste. ¿Por qué me quitaste la posibilidad de acompañarte? —su voz tiembla de tristeza.

—Emocionalmente estaba tan rebasado, con tantas cosas por resolver, que mi mecanismo de defensa fue desconectarme. Además, no quería que te relacionaras con el escándalo que se desató después de aquello —intento explicar, aunque mi voz suena insegura.

Ella niega con la cabeza, su mirada incrédula.
—¿No se te ocurrió pensar cómo me sentiría yo con tu partida? ¿Cuánta angustia sentí por tu repentina desaparición? —sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas mientras sonríe con tristeza.

—Sabes, Michael, no solo fue difícil para ti —duda unos instantes, como si estuviera sopesando sus palabras—. Ese día me enteré de que estaba embarazada. Iba a decírtelo en nuestra cita, pero, ¿adivina qué? No fue posible. Sin embargo, durante los primeros tres meses intenté llamarte. Te esperé, con la esperanza de que estuvieras presente para ver nacer a nuestra hija… pero fue en vano —su voz se quiebra mientras toma aire antes de continuar—. Entonces lo entendí: me habías dejado atrás, y yo debía seguir adelante sin ti. Mi hija solo me tenía a mí para amarla y protegerla. Lo logré, con el apoyo de mis padres y mis amigos. Trabajé incansablemente durante todo el embarazo. Incluso tomé solo quince días de reposo tras su nacimiento. Lo hice por ella.

En este punto, las lágrimas corren sin control por su rostro.
—Clara fue mi rayo de luz en la oscuridad. Por ella me mantuve cuerda y centrada a pesar de mi tristeza. Es todo lo que está bien en mi vida —añade con una sonrisa entre lágrimas.

Su declaración me golpea como un mazazo en el pecho. Mi corazón late con fuerza, y siento un deseo irrefrenable de abrazarla. Me pongo de pie e intento acercarme, pero ella me detiene con un gesto.

—Estoy bien. No necesito tu lástima. Aprendí a curarme sola. Es solo que arrancar la curita de tu partida duele… pero sanará —saca una toallita húmeda de su bolso y limpia su rostro, quitándose el poco maquillaje que llevaba. A pesar de la nariz roja y los ojos hinchados, luce hermosa.

—Laura, jamás te dejé atrás. No he podido superarte. ¡Te amo! Ahora entiendo que mis decisiones no fueron las mejores, pero nunca quise herirte —digo, sentándome de nuevo a su lado.

—Cuando regresé a Estados Unidos, pensé que lo mejor era dejar todo como estaba. Asumí que habías rehecho tu vida, que tenías derecho a ser feliz —añado mientras me paso las manos por el cabello, incapaz de mirarla directamente. Me levanto y camino hacia la ventana para calmarme.

—Quiero conocer a mi hija —le digo al girarme para enfrentarla.

—Clara lleva años queriendo conocerte. Sería incapaz de impedirlo. Quise que las cosas fueran diferentes, quise decírtelo, pero jamás tuve la oportunidad —responde con firmeza.

—¿Qué le dijiste para justificar mi ausencia? —pregunto, con una mezcla de ansiedad y curiosidad.

—Que estabas de viaje por trabajo. Jamás haría nada para dañar la imagen del padre que ella tanto añora, Michael —su ceño se frunce antes de añadir—. ¿Necesitas una prueba de paternidad?

—¡No! Confío en ti, Laura. Siempre lo he hecho —le aseguro, tratando de disipar cualquier duda.

—Si quieres conocerla, tendrás que ir a Boston. Al principio le diremos que eres un amigo, para ver cómo se adapta. Es muy inteligente, así que no podemos tardar mucho en decirle la verdad —detalla con una voz calmada, pero firme.

—Como digas. Estoy dispuesto. Puedo trabajar desde cualquier lugar y haré lo que sea necesario para recuperar a mi familia —le prometo, mirándola con determinación.

—Michael, la prioridad es Clara. Nuestro foco debe ser ella, aunque no estemos juntos. Nuestro tiempo ya pasó —dice, evitando mi mirada.

Su rechazo duele, pero respeto su decisión.
—Entiendo lo que dices, pero quiero ser honesto: las quiero a las dos en mi vida. Aunque sea a tu ritmo.

—Quiero irme, Michael. Estoy cansada, pero necesitamos hablar más —dice poniéndose de pie.

—Déjame llevarte al hotel —ofrezco.

—No es necesario. Puedo tomar un taxi —responde rápidamente.

—Voy a llevarte, Laura —insisto con firmeza, y nuestras miradas se cruzan por un instante.

—Como quieras —dice encogiéndose de hombros.

El silencio se instala entre nosotros mientras bajamos en el ascensor. La observo de reojo, tratando de no ser evidente. Ella sigue siendo tan hermosa como siempre, y su mera presencia despierta en mí un deseo irrefrenable. Sin embargo, reprimo esos pensamientos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.