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El cuento de Gago y su pelota de coco
Qué linda mañana, pensó Don Toto mientras acomodaba su sombrero. "Hoy tengo un cuento muy divertido para los niños."
Se sentó bajo el gran árbol de la plaza, como siempre, y los pequeños comenzaron a llegar desde todos los rincones del pueblo. Sus risas llenaban el aire, y la expectación brillaba en sus ojos.
—Hoy les contaré una historia de mi amigo Gago—dijo Don Toto, mientras los niños se acomodaban a su alrededor.
Había una vez, en un bosque frondoso del Amazonas, un grupo de monitos que jugaban felices con un coco. Lo lanzaban de un lado a otro como si fuera una pelota, gritando y riendo mientras trataban de que no tocara el suelo.
Entre ellos estaba Gago, un monito pequeño, pero muy travieso. En un descuido, Gago lanzó el coco con demasiada fuerza. Rebotó contra las ramas de un árbol y desapareció dentro de una cueva oscura.
—¡Gago! —dijeron los demás monitos, algo molestos—. Ahora tendrás que ir a buscarlo.
Gago, avergonzado, caminó hacia la entrada de la cueva. Pero, al estar frente a la oscuridad, un escalofrío recorrió su cuerpo. “¿Y si hay algo peligroso ahí dentro?”, pensó. Lleno de miedo, retrocedió.
Al poco rato, intentó acercarse otra vez, decidido a recuperar la pelota. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de entrar, una serpiente enorme asomó la cabeza desde la cueva. Gago chilló de susto y corrió tan rápido como pudo, trepando al árbol más cercano.
Desde la seguridad de las alturas, observó cómo la serpiente se deslizaba lentamente por la entrada. Entonces vio algo inesperado: un pequeño ratón apareció frente a la cueva. Al verlo, la serpiente se lanzó para atraparlo, pero el ratoncito era más rápido. Corrió a toda velocidad, y la serpiente, furiosa, lo persiguió, alejándose de la cueva.
—¡Esta es mi oportunidad! —pensó Gago.
Bajó del árbol y corrió hacia la cueva. Aunque estaba muy oscuro adentro, su ingenio le dio una idea. Tomó una roca del tamaño del coco y la lanzó dentro. El sonido de la piedra rebotando le ayudó a encontrar el camino. Tras buscar un poco, encontró el coco... pero no estaba solo. Había al menos veinte cocos más en el suelo.
—¡Esto es un tesoro! —exclamó emocionado.
Cargando dos cocos en sus manos, Gago salió corriendo. Pero justo cuando estaba por salir, la serpiente apareció nuevamente. Parecía agotada, moviéndose lentamente, pero aún peligrosa.
Cuando la serpiente se lanzó hacia él, Gago reaccionó rápido. Con todas sus fuerzas, le arrojó uno de los cocos directo a la cabeza, dejándola aturdida.
Corrió tan rápido como pudo hasta llegar con sus amigos. Entre jadeos, les contó todo lo que había sucedido: la cueva, los cocos y la serpiente.
Su amigo Lalo lo miró confundido y le dijo:
—Gago, ¿por qué entraste a la cueva? Mira esos árboles de allá, están llenos de cocos. Solo tenías que subir a uno y traerlo.
Todos se quedaron en silencio, y Gago, dándose cuenta de su error, comenzó a reír.
—Bueno, al menos ahora tenemos más cocos para jugar.
Los monitos aprendieron que a veces, antes de actuar, es bueno observar lo que nos rodea y pensar con calma en las opciones que tenemos.
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Enseñanza: La valentía y el ingenio son importantes, pero también lo es detenerse a reflexionar antes de tomar una decisión.