No podía entender lo que sucedía y qué me había llevado a este momento, a esta toma de decisiones que, de un modo u otro, cambiaría mi vida. Pero no estaba tan confundida como para no saber qué decisión tomar. Estaba a ciegas en todo esto, era la primera vez que me sentía así, tan vulnerable, tan a merced de alguien y que ese alguien fuera mi hermano, no hacía las cosas menos complicadas. ¿Qué rayos planeaba hacer?
Quería salvar a mis padres, eso estaba claro, pero era más que eso, mucho más. Era la mentira más grande de todo este plan creer que no podría acabar todo mal. Si eso ocurriese… sería un escándalo internacional, por lo menos. Podría causar motines, rebeliones y conflictos de poder en "The Hidden Ones". Ni siquiera se trataba de Federico, él no estaba en la ecuación, no después de no haberme contactado en días luego de admitir su infidelidad.
Aunque sabía que tarde o temprano tendría que tomar la decisión. Habían pasado 4 días desde que mi hermano me hizo esa extraña y de alguna forma perturbadora propuesta. No importa cuán liberal fuese el mundo vampírico y el sobrenatural en general en cuanto a parejas destinadas, "él era mi hermano".
Gracias al cielo no había sido necesario evitarlo, porque él me había dado mi espacio. Sin embargo, sentía la presión de la decisión en mis hombros y el paso del tiempo. Sabía que debía hacerlo, solo supongo que tenía… miedo, miedo de algo que ni yo misma podía explicar…
La noche era fría, como de costumbre. Mientras miraba la luna apoyada en el barandal de mi alcoba, solo podía sentir la brisa cerniéndose a mi alrededor, abrazándome en su frío abrazo. Pensativa, me abracé a mí misma, subiendo la manga de mi suéter que había bajado, dejando mi hombro al descubierto en el frío de la noche.
— Anastasia… — musitó una voz ronca a mis espaldas, erizándome la piel por el frío de su aliento en mi nuca.
Sebastián…
Con cuidado, me volteé, encontrándolo a centímetros de mí. Ni siquiera tenía que preguntarme por qué no lo sentí entrar. Él era el maldito príncipe vampírico y yo… yo parecía no ser nadie, solo una vergüenza, aunque todos lo negasen. Y ahí estaba él, tan pálido, tan sereno como siempre. Vestía ese traje negro habitual que resaltaba en su tez, no más que su pelo azabache y esos profundos ojos rojos carmesí. Ni hablar de su musculatura que, por donde pasara, robaba suspiros de hombres y mujeres por igual.
— Sebastián, ¿qué haces aquí? — murmuré apenas pude, mirando su capa oscura como la noche, ondearse con el viento, haciéndolo parecer un tanto más peligroso de lo que ya imponía.
— Debemos hablar — dijo como un hecho más que una pregunta. Yo no quise contradecirlo, solo asentí y entré a la habitación.
Dentro, lo miré con una mirada expectante mientras él me escudriñaba con su penetrante mirada. Era como si estuviera intentando entenderme, descifrarme, pero en realidad, mis pensamientos estaban demasiado confusos como para que yo misma los comprendiera.
— Te he dado tiempo, Ana. Lo sabes. Me he esforzado por no presionarte, pero sabes que es lo único que no tenemos, el tiempo.
— Lo sé, y hoy planeaba comunicarte mi decisión — respondí sorprendida por lo serena que sonaba mi voz.
Él me miró como si estuviera tratando de descifrar mi mente. — Espera, tengo que mostrarte algo antes de que me des tu respuesta — comunicó, extendiéndome un sobre que no había visto hasta ese momento.
Con cautela, lo tomé, preparándome para abrirlo — No quería que vieras esto, Ana, pero… no puedo permitir que tomes una decisión sin tener toda la información — con esas palabras frías y viendo de reojo cómo Sebastián apretaba las manos, hasta que sus nudillos quedaron blancos, decidí abrir el sobre.
Al hacerlo, lo primero que vi fueron fotos, fotos de… Federico. Él no estaba solo, en todas ellas estaba con una chica. Lamentablemente, no me resultaba extraña. Con el aliento faltándome en la garganta, apreté las fotos contra mi escritorio, sin querer ver más.
— Lo siento, no quería que las vieras, pero hay demasiado en juego como para que lo consideres por ese, sukin syn — respondió guturalmente en un tono cargado de ira en ese idioma, tan idílico como lo es el ruso, uno de los muchos que hablaba Sebastián. — Lo mandé a investigar en cuanto empezó a actuar extraño, no quería que volviera a lastimarte — musitó lo último más como una confesión en un tono suave.
Con un suspiro, levanté la mirada hacia él — Ya lo sabía.
— ¿Qué? — preguntó, pareciendo confundido.
Solo sonreí — No soy tonta, apasionada sí. Supongo que ese ha sido mi error, amar con tanta pasión. Pero créeme, nunca he sido tonta.
— Entonces, ¿por qué no has hecho nada al respecto? No he acabado con él por su conexión como tu cantante, pero si así lo quieres, lo destruiré — aseveró en un tono tan frío que me hizo erizarme — Tendrá la muerte más lenta y dolorosa que puedas imaginar.
De tan solo pensarlo, sentía escalofríos recorrerme, porque su voz era sin duda una promesa — No, no quiero eso. Él no debe ser más parte de la ecuación, no con mi respuesta a tu pregunta — sus ojos parecieron centellear con algo desconocido.
— Acepto. Seré tuya, Sebastián Aldric Cambridge Forside — murmuré sin saber aun lo que eso significaba…