Quiero amarte así

Capítulo 1

Alborada

Finales de 1864, año de Nuestro Señor.

El crepitar del fuego era lo único que se escuchaba en la habitación después de que la doncella avivara las ascuas. Era de madrugada y una de sus funciones dentro del castillo era mantener caldeada la habitación ducal. Nunca se sabía cuándo iba a aparecer su excelencia y ese era el motivo por el que cada noche se encargaba de que estuviera preparada para su llegada.

Tenía dos inviernos haciendo la tarea y solo una vez su excelencia ocupó la habitación. En esa ocasión llegó al atardecer y se fue al día siguiente, antes de que rompiera el alba. Ni siquiera lo vio, pues fue el mayordomo quien lo asistió durante su corta estadía en la propiedad.

Echó una mirada a la estancia, verificando que todo estuviera tal y como se lo encargó la señora Miller, el ama de llaves del castillo. Jofaina llena, el decantador de whisky un cuarto arriba de la mitad y un vaso junto a este. La cortina de la cama abierta por el lado izquierdo y el candelabro de tres velas encendido sobre el buró junto a la cama. Miró a la ventana, a la cerrada oscuridad que precedía al amanecer; frunció el ceño, no debería poder ver hacia afuera.

Las cortinas, estaba olvidando cerrarlas.

Fue hasta la ventana y desató las borlas que las mantenían abiertas. Luego salió de la habitación con el mismo sigilo que acostumbraba.

Era pasado mediodía cuando entró a la cocina a comer algo. Puesto que se quedaba despierta la mayor parte de la noche, hasta que la actividad del castillo comenzaba al amanecer, sus tareas diarias comenzaban más tarde. Mantener el funcionamiento de la propiedad a punto requería que una parte de los sirvientes trabajaran por la noche y ella era de ese último grupo. Por eso fue hasta ese momento que supo que su excelencia, el séptimo duque de Grafton, se hallaba en la fortaleza.

—Llegó al alba —le dijo Mary, la joven que se encargaba de lavar los platos.

—Debió ser poco después de que revisé el fuego de la chimenea —comentó ella mientras cortaba un trozo de pan para untarlo con nata.

—La señora Miller dice que se quedará una semana completa.

—Una semana —repitió ella.

Si Rupert, el mayordomo, se encargaba de atenderlo como la última vez, tendría una semana para dormir de tirón por las noches. La perspectiva la hizo sonreír, hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una buena noche de descanso. Dormía por las mañanas, sin embargo, su sueño no era ni la mitad de reparador que cuando lo hacía por la noche como todo el mundo.

Después de comer se dirigió a realizar sus labores. Mantener la habitación ducal preparada era solo una de sus funciones, durante la tarde se encargaba de limpiar las habitaciones en el ala familiar del castillo. Según sabía, el duque era hijo único y salvo por un tío por parte de padre, no tenía más familia. Su madre murió de unas fiebres cuando este apenas tenía trece años. Su padre en un accidente de caza poco después. Ante tales circunstancias, le parecía un desperdicio de energía y de recursos esmerarse en mantener unas habitaciones que tal vez nunca serían usadas.

Estaba encendiendo los candelabros de uno de los pasillos cuando la señora Miller se paró junto a ella.

—¿Terminaste de asear las habitaciones? —preguntó con ese rictus severo que siempre la acompañaba.

—Sí, iba a comenzar a encender las luces.

—Deja eso, Abby lo hará.

—Como ordene. —Tomó el cubo y los utensilios con que fregaba los suelos y limpiaba los muebles para dirigirse al cuarto junto al establo donde los guardaban.

—Ve a preparar la habitación de su excelencia —le dijo la mujer cuando se disponía a retirarse—, pero debes terminar antes de que suba. No quiere ver a nadie ahí cuando llegue.

Asintió obediente, sin embargo, el nerviosismo se apoderó de su cuerpo. Todos sabían lo malhumorado y estricto que era el duque, si algo no se realizaba como lo ordenaba, eras despedido sin contemplaciones. Había guardado la esperanza de no tener que ocuparse de la habitación ducal, pero no logró librarse de la tarea, en cambio, tenía que darse prisa si quería cumplir la orden del ama de llaves al pie de la letra.

***

Esa misma noche, mientras cenaba en la cocina, la señora Miller le informó que debía realizar sus tareas nocturnas con normalidad puesto que su excelencia no viajó con su ayuda de cámara.

—En cuanto avives el fuego sales de la habitación. A su excelencia no le gusta ser molestado cuando está en sus aposentos —dijo el ama de llaves

—¿Por qué no lo hace Rupert? —se atrevió a preguntar, le aterraba hacer algo que pudiera costarle el puesto.

—No es de tu incumbencia —espetó la mujer antes de salir de la cocina.

—Su excelencia le ha prohibido que se fatigue más de la cuenta —comentó Mary. Estaba sentada junto a ella engullendo un trozo de pan bañado con el guiso de ternera que cocinaron para la comida de ese día.

—Entiendo —comentó cabizbaja.

Rupert entraba ya en la categoría de anciano, caminaba encorvado y sus pasos eran cada vez más lentos, sin embargo, el viejo mayordomo se negaba a abandonar sus deberes a pesar de que en ocasiones se perdía dentro la fortaleza.



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En el texto hay: duques, amor, amor miedos secretos

Editado: 21.07.2021

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