Quiero su amor

Capítulo 1

Londres, finales de febrero de 1726, año de nuestro Señor.

Con gran regocijo le informo que, con la Gracia del Señor, el pasado día de San Valentín proporcioné a su ducado un heredero sano.
Lady Grafton.

Leyó August FitzRoy, duque de Grafton, en la escueta carta que acababa de entregarle su mayordomo.

—San Valentín —repitió en voz alta.

Su hijo. Su hijo tenía varios días de nacido y él no lo sabía. No estuvo el día de su nacimiento apoyando a su esposa. También le había fallado a Amelie en esto. La mano le temblaba mientras ponía el papel sobre la mesa de su escritorio.

El fuego ardía en la chimenea, un vaso con una sombra de whisky en el fondo reposaba junto a su mano derecha. Había ingerido todo el contenido antes de romper el sello de la misiva; sabía que lo necesitaría para enfrentarse a lo que encontraría escrito ahí.

Su mirada, del color del cielo diurno, recayó en la penúltima palabra que escribiera su esposa en el papel.

—Heredero —susurró.

A su mente llegaron otras palabras, las dichas por su esposa meses atrás cuando se enteraron de que estaba encinta.

«Ruegue al Señor que sea un niño, excelencia».

—Señor. —La palabra brotó de sus labios en medio de un apesadumbrado suspiro.

«Porque no tendrá otra oportunidad de tener un heredero». La sentencia de Amelie retumbó en sus pensamientos.

No, él no rogó por un heredero.

Tenía puestas todas sus esperanzas en que, llegado el momento, el médico le anunciara que su esposa había dado a luz una preciosa niñita. Una linda y delicada bebé con el cabello caoba de su madre y sus hermosos ojos verdes. Lo deseaba más que a nada, sin importar que no tuviera un heredero propio para su título. Poco o nada le importaba que los hijos de Aidan heredaran el ducado.

Y, sin embargo, tenía un hijo. Un heredero.

Tomó el decantador para servirse otra medida de whisky. Tenía el borde del vaso en los labios cuando la puerta se abrió. Gimió para sí. Solo había una persona en todo el reino que era capaz de entrar a su despacho sin llamar.

—Escuché que llegaron noticias de Cornualles. —Oyó que le dijo, pero no se molestó en responderle.

Estaba ocupado sirviéndose otro chorro de escocés—. ¿Ahora te ha dado por pegarle a la botella, hermano? —le preguntó con ese dejo de burla que tan bien conocía.

—¿A qué has venido, Aidan? —cuestionó sin hacer caso a su pulla.

Traía el cabello húmedo, por lo que supuso que acababa de tomar un baño; probablemente para quitarse el hedor de la mazmorra en la que el capitán Anson lo recluyó a mediodía; acusado de piratería, nada menos. El conde de Euston un vulgar pirata. Bebió otro sorbo, pensando en lo mucho que había cambiado la relación entre ellos durante las últimas semanas. Si bien no podía afirmar que eran cercanos, por lo menos ya no existía esa tensión que los hacía querer irse a los golpes cada vez que se veían.

—Isobel quiere saber si hay noticias sobre lady Emily y la duquesa —respondió este sentándose en uno de los sillones frente al escritorio. El cuerpo echado hacia atrás, las piernas estiradas sin ningún cuidado.

Lord Grafton elevó el vaso en dirección a Aidan antes de decir:

—Enhorabuena, hermano, eres tío de un niño sano.

Aidan FitzRoy, actual conde de Euston —otrora el pirata Hades «el ejecutor de los mares»—, observó los rasgos de su hermano. Lo conocía lo suficiente para saber que la noticia, lejos de suponerle la alegría lógica que todo noble debía experimentar al tener por fin su preciado heredero, había sido un revés que no esperaba. Lo miró con los ojos entrecerrados unos segundos, pero luego desechó el pensamiento. No era asunto suyo.

—No soy experto en estas lides, ¿pero no debería ser yo el que te felicite? —cuestionó burlón, la ceja izquierda levantada en un gesto irónico.

—Probablemente.

—¿Cómo está la madre? —preguntó por obligación, su esposa querría saber todos los detalles.

—No es asunto tuyo. —La mirada de lord Grafton se volvió helada.

Aidan entrecerró los ojos.

—No pienses estupideces —replicó en un tono glacial que rivalizaba con la mirada del duque—. Lo he preguntado porque Isobel querrá saberlo. No olvides que se trata de su hermana.

Lord Grafton apretó la mandíbula. La herida de la supuesta traición todavía le escocía.

—No dice nada sobre ella, pero asumo que está bien o lo habría mencionado. —Agarró la botella y vertió otro chorro de licor en su vaso.

—¿Cuándo planeas partir? —inquirió Aidan, tragándose lo que pensaba sobre la cantidad de alcohol que el duque ingería en ese momento.

—¿A dónde? —Lord Grafton elevó ambas cejas, su mirada sorprendida puesta en Aidan.

—A Grafton Castle, ¿dónde más? —Aidan lo miró como si fuera retrasado—. ¿O es que no piensas ir a conocer a tu heredero?

La pregunta de Aidan atravesó la bruma etílica en la que comenzaba a envolverse. Su heredero. Debía ir a Grafton Castle y realizar los arreglos pertinentes para que su heredero fuera reconocido como tal. Tenía que hacerlo, aun así, no encontraba el coraje para enfrentarse a lady Amelie. No se sentía capaz de soportar la frialdad con que siempre lo trataba, de ver en su mirada cuánto lo despreciaba. No mientras él siguiera anhelándola, consumiéndose de amor por ella. Se pasó una mano por el cabello, topándose con la maldita peluca ensortijada. Resopló hastiado.




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