Quiero su amor

Capítulo 3

Marazion, costas de Cornualles.
Verano de 1721, año de Nuestro Señor.

Lady Amelie Wilton aferró la mano de su hermana mayor. La despedida era inminente, sin embargo, todavía guardaba la esperanza de que lady Isobel, su hermana y mejor amiga, viniera también.

La marquesa de Bristol —su tía por parte de padre—, había enviado una carta semanas atrás, informando a su madre sobre sus intenciones de apadrinar la presentación en sociedad de lady Isobel. Su hermana acababa de cumplir diecisiete años y, según su tía, estaban a tiempo de prepararse para la próxima temporada social, no obstante, la falta de dote de lady Isobel se presentó como un tremendo obstáculo que no pudieron sortear.

Lady Bristol entonces puso su atención en ella, la hermana menor. La hermana con dote. Tenía apenas quince años, lo cual la marquesa vio con buenos ojos puesto que, como le expresó a lady Emily —su madre y condesa viuda—, tenían el tiempo suficiente para pulirla y convertirla en una distinguida dama.

—Con su belleza, podrá conseguir incluso un duque —dijo lady Bristol después de examinarla a su llegada; apreció su ensortijado cabello caoba, sus vivaces y expresivos ojos verdes, su llamativa boca y esbelta figura.

Ella se había sentido intimidada por el escrutinio al que fue sometida y por la fuerte presencia de la marquesa, a quien no veía desde el funeral de su padre —el antiguo conde de Pembroke—, hacía varios años ya. Lady Bristol era una mujer enérgica, exudaba autoridad en cada movimiento y mirada. Por eso, cuando la dama y su madre decidieron que sería ella quien partiría a la residencia de los marqueses, sugirió que lady Isobel también fuera. Y cuando su sugerencia no fue escuchada, suplicó.

—Por favor, madre. Permite que Isobel venga también.

—Eso no depende de mí, hija. Lady Bristol está siendo muy generosa con nosotras al hacerse cargo de los gastos que generará tu presentación, no puedo pedirle que se haga cargo también de tu hermana.

—Pero ella iba a hacerlo de todos modos.

—Amelie, por favor —intervino lady Isobel—, no insistas.

Estaban en la habitación de la joven, preparando sus baúles. Lady Isobel se mantenía callada, con el rostro sereno, sin demostrar si le dolía o no la situación en la que el despilfarro de su madre la había colocado.

—Pero, Issie, no es justo que tú no puedas venir solo porque no tienes dote —replicó lady Amelie.

—La vida no siempre es justa, Melie —respondió con una sonrisa que lady Amelie catalogó de tristeza.

Miró a su madre con ojos suplicantes. No quería irse. No sin su hermana. Isobel quería casarse, tener una familia. Su más grande anhelo era que lord Grafton se le declarara, pero ¿cómo lo haría si su hermana estaba acá, languideciendo en un pueblo pesquero mientras el duque viajaba por el continente?
También estaba el hecho de que lord Grafton no mostraba interés romántico en lady Isobel, pero lady Amelie tenía fe en que, si este la veía en un entorno diferente, su hermana podría despertar en él otra clase de sentimientos. Además, un poco de competencia no le vendría mal. Por eso era imperativo que lady Isobel tuviera su puesta de largo.

—Podemos dividir la dote —dijo de repente, sus ojos verdes brillaban emocionados, su rostro exhibía una enorme sonrisa.

—Amelie, por favor…

—Piénselo, madre. ¡Puede tener dos hijas casadas por el precio de una! —exclamó exaltada, soltó el vestido que desde hacía rato intentaba doblar y fue hasta donde su madre ordenaba las pocas joyas que conservaban.

—No haremos eso. —La negativa no vino de lady Emily, sino de lady Isobel.

—Hermana…

—No, Amelie —replicó lady Isobel, interrumpiéndola—. Ese dinero es tuyo, no voy a permitir que disminuyas tus posibilidades en vano.

—Por supuesto que no sería en vano. Estoy segura de que tendrás a más de un caballero rendido a tus pies apenas te presentes al primer baile.

—Amelie, no insistas, por favor —susurró lady Emily, corroída por la culpa. Era a causa de ella y su despilfarro que su hija mayor no tenía la oportunidad de ir a Londres también.

—Isobel también tiene derecho a ser presentada —apuntó la joven, no dispuesta a abandonar su causa.

—Ya hemos hablado de esto, Melie. Por favor, no insistas. —A pesar de la firmeza de su tono y el temple que mostraba, lady Amelie conocía a lady Isobel lo suficiente para saber que estaba a punto de desmoronarse.

—Está bien, Issie —claudicó en ese momento, pero se dijo que no cejaría en su empeño de lograr que ella tuviera también la oportunidad de ir a Londres.

Y ahora estaba en el vestíbulo de su pequeña casa, esperando a que los baúles fueran cargados en el carruaje de la marquesa.

—Te escribiré cada semana —le susurró lady Isobel tras darle un ligero apretón en la mano con que la sostenía.

—No te olvides de mencionar las travesuras del pequeño Harry —apuntó lady Amelie, refiriéndose a uno de los niños del orfanato de St. Michaels Mount, una isla ubicada frente a las costas de Marazion.

—No me olvidaré, pero tú tampoco debes olvidarte de contarme hasta el último detalle de cada velada a la que asistas, ¿lo prometes?




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