Quiero su amor

Capítulo 4

Lord Hereford oteó entre la multitud que se hacinaba en el baile anual de los marqueses de Winchester. Sus ojos buscaban ansiosos el delicado perfil de lady Wilton. Desde aquella mañana en Hyde Park, lady Amelie se mostraba cortés, pero un tanto distante con él. Hecho que lo preocupaba. Tenía intenciones de hacer una propuesta antes de que terminara la temporada y hasta hacía unos días estaba seguro de que obtendría una respuesta positiva, sin embargo, a la luz del cambio en el trato que lady Wilton le dispensaba, ya no se sentía tan seguro.

Sabía por el hijo de los anfitriones que la marquesa de Bristol se disculpó por no poder asistir, pero aseguró que su sobrina, lady Amelie, lo haría en compañía de los condes de Warwick. Circunstancia que lo alentó. Buscaría la complicidad de lady Charlotte para tener un momento a solas con lady Amelie y se declararía esa noche. Ya no soportaba más la incertidumbre. Si ella le correspondía sería el hombre más feliz de Inglaterra, si no…

No quiso pensar en lo contrario.

Su mirada la encontró conversando con un grupo de damas en el que también había algunos caballeros. Lady Amelie sonreía y pestañeaba con coquetería. Un ramalazo de celos ardió en su pecho, no obstante, no podía reclamarle nada; todavía.

Atravesó el salón deteniéndose cada tanto para saludar, hecho que lo retrasó. Cuando logró acercarse al grupo de damas y caballeros, lady Wilton se alejaba del brazo del primogénito del conde de Ross. Saludó a los demás miembros del grupo, disimulando su deseo frustrado de estar junto a la dama.

Lady Amelie contuvo el suspiro de alivio que pugnaba por escapar de sus labios. En cuanto vio que lord Hereford se dirigía hacia ellos, alegó sentirse sedienta; lord Robert se ofreció a llevarle una bebida, pero declinó la cortesía y en cambio le pidió que la escoltara hasta la mesa de bebidas; quería ver la variedad antes de decidir qué iba a tomar.

Por supuesto que esto último era una excusa. Hacía días que trataba de evitar la compañía de lord Hereford sin tener que mostrarse descortés. Aunque lady Bristol le «sugirió» que no lo desalentara por completo, sabía que su tía no aceptaría una propuesta de su parte, no cuando apenas había pasado un mes de su debut y cabía la posibilidad de que algún otro caballero se interesara en ella.

Se sentía mal por el vizconde. Al recibir sus atenciones con agrado le dio esperanzas, mismas que ahora se veía obligada a quitarle. No podía ir en contra de los deseos de la marquesa, primero porque le debía su lealtad; era gracias a ella que tenía la oportunidad de estar en ese lugar. Pese a ello, ese no era el motivo principal. La verdadera razón era su segundo motivo: no lo amaba. Le tenía aprecio, cariño tal vez, pero no amor. Ni siquiera sabía cómo se sentía estar enamorada. Salvo por las descripciones que hacía Isobel sobre las mariposas y palpitaciones que aseguraba sentir cuando recibía una carta de lord Grafton.

Tomó el vaso de limonada que lord Ross le ofrecía, sus ojos y labios sonreían. Era el efecto que evocar el recuerdo de su hermana provocaba en ella. La extrañaba tanto. Fiel a su palabra le escribía cada semana contándole sobre sus progresos y actividades en la mansión Bristol. Y ahora sobre las veladas y cotilleos de la nobleza. Sin embargo, deseaba que estuviera ahí con ella, participando en cada tertulia y baile. A esas alturas ya tendría una larga fila de pretendientes rogando por atención.

Bebió de su vaso para ocultar la risita que la imagen le causó. Lady Isobel era tímida, callada, pero poseía un aura que te envolvía y te hacía desear permanecer junto a ella, ser digno de su mirada.

Muchas veces se sintió intimidada por la personalidad de ella, que no necesitaba elevar la voz ni hacer una rabieta para obtener lo que deseaba. No como ella. En más de una ocasión lady Isobel cedió en su favor, pero esas victorias en las que obtenía lo que deseaba le sabían mal. Los remordimientos no la dejaban disfrutar de su logro y terminaba compartiéndolo con ella, ya fuera un postre, un sombrero o cualquier otra nimiedad. Y lady Isobel hacía lo mismo. Siempre compartía todo con ella. No había nada que se guardara para sí misma. Era amable, desinteresada, dadivosa; tenía un montón de cualidades naturales que ella, en cambio, tenía que esforzarse para mostrarlas a los demás.

Suspiró con desgana. Su hermana era un modelo muy difícil de imitar, pero estaba decidida a hacerlo, quería que se sintiera orgullosa de ella.

—¿Tan aburrida le parece la velada, milady? —La voz de lord Robert, primogénito del conde de Ross, llamó su atención.

Un ligero rubor se extendió por sus mejillas, a pesar de que el reclamo fue hecho en un tono ligero. Probablemente la intención del lord era parecer desenfadado, aduciendo a la fiesta y no al hecho de que estaba ignorándolo, pero ella fue consciente del malestar de este.

—¿Cómo podría aburrirme en compañía de un caballero como usted, milord? —bajó los párpados con recato, una sonrisa avergonzada adornaba sus labios.

«Irresistible». La palabra casi salió de boca de lord Robert, pero la contuvo a tiempo. La dama era el interés amoroso de su amigo —el vizconde de Hereford—, no era leal pensar en ella en términos que no fueran otra cosa que amistad. Pero, Señor Misericordioso, era muy difícil resistirse al encanto de lady Wilton.

—¿Volvemos con los demás, milady? —Le ofreció su brazo para escoltarla de vuelta al grupo con que departían, antes de que sus pensamientos siguieran traicionándolo y él terminara traicionando a su amigo.




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