Quiero su amor

Capítulo 5

La noticia de que un ladrón se coló en la propiedad de los marqueses de Winchester —durante su baile anual—, fue el tema principal durante el desayuno en la mayoría de las casas nobles de Londres.

El incidente era lo más interesante que había ocurrido esa noche, por encima del deplorable estado en que el vizconde de Hereford fue visto horas después, mientras salía de un club de caballeros de dudosa reputación. Ese tipo de comportamientos era común entre los aristócratas, en cambio, que un vulgar plebeyo tuviera los arrestos para intentar robar a un par del reino no ocurría todos los días.

Al plebeyo en cuestión no le interesaban en absoluto los chismes de la nobleza londinense, al menos no los que no tuvieran que ver con la damita Wilton. Aun así, escuchó paciente el reporte que uno de sus hombres hacía sobre los últimos acontecimientos, eso hasta que este comenzó a divagar sobre hacer un relato sobre su hazaña.

—Al grano, Bardo. Tus mentiras sobre mí pueden esperar —lo interrumpió tras dar una calada al puro que tenía en la mano.

Sentado tras un enorme escritorio de madera oscura, con las piernas y botas sobre este, esperaba el reporte del hombre.

El Bardo era uno de sus hombres de mayor confianza, pirata igual que él, con una inclinación a adornar cualquier suceso del que hablara. Escribía cuentos y leyendas sobre sus correrías en altamar, aumentando con eso el mito sobre Hades, el sanguinario capitán del Gehena. El único motivo por el que permitía que lo hiciera era porque la imagen que plasmaba de él hacía que, la mayoría de las veces, su bandera fuera suficiente para que los galeones españoles y franceses se rindieran. Pero en ese momento no tenía tiempo ni ganas para sus arranques de inspiración.

Estaban en su casa de Londres, una mansión que acababa de comprarle a un noble empobrecido necesitado de recursos. La descuidada construcción evidenciaba que hacía tiempo que al dueño anterior le escaseaban los fondos. La mayoría de las habitaciones estaban desprovistas de muebles, el tapiz de las paredes hacía mucho que perdió el color e incluso se despegaba en algunas zonas. La única habitación libre de vergüenza era la biblioteca, lo cual sospechaba era para guardar las apariencias. Sin embargo, eso tampoco le interesaba en ese instante.

—Lady Wilton salió a su paseo por Hyde Park como todos los días, solo que esta vez lo hizo más temprano —informó el Bardo a regañadientes.

—¿El vizconde fue con ella?

El Bardo no respondió enseguida, su mente seguía puesta en la idea que acababa de tener para su siguiente cuento.

—¡Jodido infierno, Bardo! —bramó irritado y bajó los pies al suelo con un golpe seco—. No tengo tiempo para tus desvaríos. —Dejó su cómodo sillón y caminó hacia la puerta de la biblioteca—. Dile a Sombra que me alcance en Hyde Park —ordenó cuando pasó junto a él.

El Bardo asintió, el arranque de su capitán no era tan importante como escribir ese cuento antes de que se le fuera de la cabeza.

Lady Wilton bajó del carruaje en compañía de lady Warwick. Ambas tenían algo que contarse y el parque era el único lugar donde podían hablar sin temor a ser escuchadas por sus respectivas familias.

Caminaron por el sendero, seguidas por la dama de compañía de lady Charlotte. Ese día, la dama Warwick fue quien la recogió y prescindieron de la doncella de lady Amelie, pues su dama de compañía podía arreglárselas con las dos.

La realidad era que necesitaba que lady Wilton entretuviera a su dama de compañía.

—¿A dónde fuiste anoche? —preguntó lady Charlotte en voz baja.

Tras la pregunta de lady Warwick, lady Wilton recordó su encuentro con el desconocido en el jardín de la marquesa. Indecisa sobre qué tanto podía revelarle a su amiga, no respondió enseguida.

—Cuando corrió la noticia de que un ladrón estaba en los jardines, comencé a buscarte por todo el salón.

—Estaba en el jardín —confesó porque necesitaba decírselo a alguien.

—¡Dios, Amelie! —exclamó demasiado alto—. ¿Qué estabas haciendo allí? ¿Estabas sola? Señor, dime que no tuviste una cita clandestina con algún caballero —continuó la dama sin apenas respirar.

—No tuve ninguna cita clandestina con un caballero.

Lady Charlotte se tranquilizó con su respuesta, pero solo un segundo porque luego lady Amelie dijo:

—Fue con un rufián desconocido.

Para mérito de lady Warwick tomó la declaración con mucho temple, no sufrió un vahído ni necesitó las sales tras escucharla. Sin embargo, la conmoción que le causó la confesión estaba escrita en todo su rostro y en sus ojos a punto de salírsele de las cuencas.

—Amelie, por amor al Señor, ¿qué estás diciendo? —cuchicheó lady Charlotte tomándola del brazo para caminar más rápido—. Sarah —se dirigió a su dama de compañía—, por favor quédate más atrás.

Sarah aceptó con un movimiento de la cabeza y disminuyó sus pasos hasta que la distancia entre ella y su señora fue de varios pies.

—¿Estás loca? —Le recriminó en susurros.

—No lo planeé, yo estaba en la fuente y…

—¡Señor mío, la fuente! —exclamó lady Warwick, interrumpiéndola—. ¿Qué hacías tan lejos de la casa?




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