Quiero su amor

Capítulo 6

Lady Wilton aferró su bolsito mientras caminaba por el sendero de su desgracia, como llamaba a ese camino del parque.

Siete días. Siete paseos clandestinos por Hyde Park. Esa mañana era el octavo y cada vez los esperaba con más ansias.

Desde aquella mañana en que rompió las ilusiones de lady Charlotte, se había encontrado con Aidan en ese lugar. La atracción entre ambos era tan evidente que mentirse a sí misma sería una tontería. Le gustaba. El rufián descarado le gustaba mucho. Y bien sabía que ella no le era indiferente. Aidan no hacía el mínimo esfuerzo por ocultar lo atraído que se sentía por ella.

Estaba jugando con fuego, lo sabía.

Cada noche se acostaba con el firme propósito de no regresar más al parque, al menos no a esas horas en que toda dama que se preciara de serlo estaría tumbada en su cama, reponiéndose de la última velada. No obstante, a la mañana siguiente tiraba por la ventana toda su determinación y se subía a un carruaje que él le enviaba. Sola.

Esa era otra tontería más que agregar a la lista. Andaba por las calles de Londres en el carruaje de un delincuente sin más compañía que el cochero de dudosa reputación que lo conducía.

Agitó la cabeza, oculta por la capucha de su capa; el rocío de la noche mojaba el bajo de su falda y la neblina apenas la dejaba ver delante de ella.

Fue un error. No debió acceder a que la llevara a casa de su tía. Debió ser más firme. ¿Pero cómo resistirse a su aplastante lógica?

—A mí ver, tienes dos opciones —le dijo aquella mañana, dejando de lado por completo el trato formal—. Caminas todo el trayecto hasta la mansión de lady Bristol, jugándote la vida de tus delicados zapatitos… y tu reputación —agregó segundos después—, o permites que te lleve en mi carruaje hasta la puerta de tu casa y tu reputación seguirá intacta.

—Imposible. Si alguien nos viera…

—Cada minuto que permanecemos aquí parados nos exponemos a que eso suceda, milady.

—Entonces aléjese, no me comprometa.

—¿Y perderme la oportunidad de ser su caballero de brillante armadura? —se mofó.

Para angustia de lady Wilton, un carruaje entró en ese momento al sendero destinado para tal efecto. Señor, si era algún conocido estaría acabada. Miró a su alrededor en busca de algún lugar donde ocultarse.

—Venga.

Aidan la tomó de la mano y la llevó a un lado del camino, alejándose todo lo que pudieron del lugar por donde pasaría el vehículo. La cubrió con su cuerpo para que los ocupantes del carruaje descubierto no pudieran verla. Ella quiso hundir la cara en el pecho de él, pero ya no sabía si era para evitar que miraran su rostro o porque la cercanía de Aidan la hacía desear cosas que una dama decente no debía.

En aquel momento no paró de temblar hasta que el vehículo pasó junto a ellos y continuó su camino por el sendero.

—¿Vendrá conmigo o esperará a que alguno de sus conocidos aparezca por aquí?

La lady Wilton del presente bufó para sí.

Tonta.

Pero ¿qué otra cosa podría haber hecho? No podía arruinar su reputación. El problema era que, con cada escapada para reunirse con él, se exponía precisamente a eso que quiso evitar aquella mañana que abordó por primera vez su carruaje; uno lujoso, además.

Le era imposible resistirse a la curiosidad y atracción que él le inspiraba. Le intrigaba todo sobre él. Quién era, de dónde venía, quiénes eran sus padres… de dónde provenían sus medios económicos. Si bien no se vestía como un caballero, sus prendas eran de calidad. Unas botas como las suyas debían costar una pequeña fortuna.

¿Era realmente un ladrón? ¿Un delincuente? Si era así, ¿qué hacía ella reuniéndose con él?

Ya le había asegurado que esa noche en casa de los marqueses de Winchester no estaba allí para robar. Sin embargo, cuando le preguntó el motivo, la miró con descaro y sonrió.

¿Qué debía entender?, ¿que estaba allí por ella? Pero si ni siquiera se conocían —el breve encuentro frente a las puertas de la iglesia no contaba—. Era un desconocido para ella. Ambos lo eran.

O tal vez… agitó la cabeza para desestimar la estupidez que estaba a punto de plantearse.

—¿Qué maquina esa mente suya esta mañana, milady? —La voz baja de él envió una oleada de calor a través de su cuello, justo donde su aliento caliente tocó su piel.

—Nada en especial —replicó, esforzándose por demostrarle que su cercanía no la afectaba. Ilusa.

—¿Se divirtió anoche? —preguntó como cada mañana, pero ella percibió un matiz diferente en su tono, algo peligroso.

—Igual que siempre.

—Lord Hereford asegura lo contrario.

Lady Wilton palideció.

El recuerdo de lo sucedido la noche anterior, en la terraza de la mansión de los condes Spencer, apareció en su mente como un fogonazo. El vizconde insistía en hablar con ella por lo que se valió de lady Warwick para concertar una cita clandestina en un rincón alejado de la terraza. Ella todavía se sentía culpable por haberle mentido a su amiga sobre el supuesto compromiso de lord Grafton —a quien gracias al Señor no había visto en ninguna tertulia pues no sabía qué haría si a lady Charlotte se le ocurriera felicitarlo en su presencia—; fue debido a ese cargo de conciencia que accedió a reunirse con lord Hereford.




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