Quimera

Capítulo 2: conexión (parte 2)

—Adem tiene una gran habilidad para controlar sus sueños y al parecer logra tener sueños vívidos a diario. —Logró escuchar que les decían a sus padres. Habían dejado la puerta de la habitación de hospital entreabierta—. Sin embargo, como es natural a su edad, ha desarrollado una obsesión por estar en sus sueños. Tengo entendido que este año eligió la mayoría de sus asignaturas enfocadas al desarrollo de sus habilidades mentales y espirituales de la Quimera.

—Sí… Pero creímos que era algo positivo para su desarrollo —dijo la señora Leila con preocupación—, Adem siempre ha sido un joven muy inclinado al arte, así que lo vimos muy normal que se fuera por esa rama.

—¿Nunca pensaron en inscribirlo en una academia de soñadores? —preguntó el doctor.

—Bueno… es que no queríamos ser de esos padres que obligan a sus hijos, ¿sabe? —explicó el señor Roben—. Adem de pequeño era un niño muy curioso y no sólo se enfocaba en el arte, era imaginativo, pero no se concentraba en una sola cosa. Pensamos que, si terminaría siendo un soñador nato, de grande mostraría su don.

—¿Cree que hicimos mal? —preguntó Leila entre un sollozo.

—No, no hicieron mal. Es que Adem en este momento parece que no sabe cómo controlar el nivel mental que está teniendo. Sin duda, en este momento, donde Adem desea tanto aprender a controlarse, le habría venido muy bien la ayuda de soñadores especializados. El colegio, por más que ayude y asesore a su hijo, tiene ciertas limitaciones, como el explicarle a Adem que es un soñador puro; ya saben, los estudiantes son quienes deben elegir qué especialidad para sus vidas y no verse forzados por factores externos.

—Pero ¿y qué pasaría si Adem no es capaz de decidirse y decide enfocarse a otra cosa? —preguntó la mujer.

—Normalmente eso no ocurre, señora, así que puede estar tranquila. —Calmó el doctor—. Únicamente les estoy comentando que habría sido de mucha ayuda que soñadores natos estuvieran en este momento asesorando a su hijo. De esa forma Adem no estaría en la situación en la que se encuentra actualmente. Él se siente perdido, está pasando por una crisis existencial bastante aguda. 

Adem entendió que el doctor había dejado la puerta entreabierta a propósito, ya que era su única forma de darle a entender qué era lo que le estaba sucediendo y las raíces de sus males.

No es como si él anteriormente no se hubiera dado cuenta, por dentro siempre supo la razón para que se sintiera con tanta inconformidad consigo mismo y la realidad terrenal. Pero el escuchar las palabras del doctor se lo hicieron demasiado real y le produjo un gran miedo.

Era un soñador.

 

 

Volvió a encontrarse en su habitación, pero ahora sin el controlador en su nuca que le ayudara a viajar entre las dimensiones y con sus padres teniendo claro que era un soñador nato que pronto debería hacer el examen de admisión al cual él tanto le tenía miedo.

Mientras se sentaba en el centro de la cama con las piernas cruzadas, veía a su padre observarlo con ojos de preocupación desde el marco de la puerta. Podía sentir la decepción pasearse por toda la habitación, casi como si le tocase el hombro y le dijera que se acababa de convertir en un fracasado.

—Adem —llamó el señor Roben.

El joven volteó a verlo y encontró los ojos de su padre tristes.

—¿Cómo te sientes? —preguntó el hombre mientras se acercaba a la cama y se sentaba en un bordillo de la piecera.

Adem frunció el entrecejo, pensativo.

—Papá, ¿en el Hospital Pediátrico Central había una niña grande con la que yo jugaba? —preguntó.

—Había muchas niñas grandes con las que jugabas, Adem —respondió Roben.

Pero Adem pudo ver a través de los ojos de su padre y supo que él sabía a quién se refería.

—Hablo de ella, papá, la niña morena de cabello liso que le llegaba hasta las caderas —insistió el joven—. Yo siempre corría a ella cuando la veía y ella me cargaba. Debía tener unos diez años o nueve.

Roben tensó la espalda y limpió su garganta antes de hablar.

—Habían dicho que no lo recordarías, te bloquearon esos recuerdos —dijo el hombre con voz preocupada—. Por favor, no le hables de esto a tu madre, vivirá preocupada.

—¿Por qué? —preguntó Adem.

—No fue una buena época para nosotros, por un momento llegaron a separarnos de ti, tuvimos que cambiarte de hospital pediátrico para que todo volviera a la normalidad después que te bloquearon los recuerdos.

—No estoy entendiendo… —soltó Adem confundido y con los ojos llenos de lágrimas.

Hubo un momento de silencio en la habitación, después el señor decidió hablar:

—Cuando naciste en el Hospital Pediátrico Central había una niña no común que asistía también allí. —Soltó un suspiro y bajó la mirada a sus manos—. Aunque tenía tan corta edad, era Soñadora Oficial. Le gustaba pasearse por la sala de recién nacidos y examinarlos, las enfermeras la dejaban, cargaba a los bebés y por esa misma razón no nos pareció extraño cuando la encontramos contigo, cargándote en un sillón, te veías tan cómodo en su regazo que nos pareció tierno. Por años siempre estuviste a su lado, llegaron hasta dormir juntos en el hospital, siempre la buscabas y a nosotros nos parecía bueno que tuvieras esa influencia cerca, ella es Soñadora Oficial y de un rango muy alto, creímos que eso haría que tomaras ese camino.




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