El enigma de la Quimera [libro 1]

Sombras

El examen de ascensión de Adem se preparó un mes antes, midiendo milimétricamente cada fase del mismo. Entre los decanos se rumoraba muchas cosas, era habitual debatir los puntajes que obtendría el muchacho una vez finalizado el examen y también cuánto tiempo le costaría llegar a entrar al selecto grupo de la Élite Internacional.

Jara podía escuchar en los pasillos alguna de estas conversaciones, también cómo muchos, como el decano Marcow intentaba desacreditarlo en un desesperado acto de irritación al ver cómo un adolescente se habría paso entre los más altos mandos del CCI en tan poco tiempo. Y comprendía lo que generaba la envidia en las personas que en tantos años no pudieron lograr ni la mitad de lo que hasta ese momento estaba logrando Adem, seguramente pensaban, ¿cómo es posible que este niñito mimado por el CCI esté en una mejor posición que yo?

Adem se estaba convirtiendo en una mosca molestosa para muchos decanos, comenzando con el decano Marcow que por momentos lo observaba de lejos con una mirada de odio y rencor.

—¿Cómo te llevas con el decano Marcow? —preguntó Jara a Adem una tarde.

Adquirieron la costumbre esa semana de pasar las tardes juntos, tomando como excusa las terapias de relajación, así nadie sospecharía de sus encuentros.

El joven estaba cambiado con una de las pijamas blancas, sentado sobre el mueble con las piernas subidas y entrelazadas (una de sus costumbres culposas). Tomaba el té caliente de caléndula que había preparado Jara y escuchaba el canto de los grillos cerca al lago.

Su compañera le había aplicado una crema debajo de sus ojos, para quitar las ojeras que le creaba el cansancio acumulado. Ella también se había aplicado un poco e indirectamente los encuentros le estaban beneficiando porque descansaba y sus niveles de estrés en esos días comenzaron a bajar considerablemente.

Estaba sentada al lado del muchacho, acomodada lateralmente para poder verlo a la cara, también tomaba té y le gustaba la sensación caliente en las palmas de sus manos.

—Él no me oculta que me odia —contestó Adem—. Intenta ridiculizarme cuando estamos en el mismo lugar, sobre todo cuando hay personas presentes. Creo que el CCI lo sobrevalora, no es tan fuerte.

—Debes tener cuidado, Adem —comentó Jara—. Marcow no es fuerte mentalmente, pero tiene muy buenas relaciones y es allí donde radica su poder, por eso ha estado por tanto tiempo en su puesto sin tener algún tipo de ascensión en la jerarquía. Se hace pasar por un viejo indefenso, pero realmente es más joven y astuto de lo que aparenta.

—Sí, lo he notado, por eso nunca le replico cuando me humilla —explicó Adem—, sé que lo hace a propósito para hacerme caer.

Bajó la mirada a las largas piernas de la decana, estaban al descubierto porque llevaba un pantalón de algodón corto. Aunque en esas semanas se controlaba cuando se encontraban juntos y dormían en la misma cama, entre más tiempo pasaban en intimidad, se le hacía mucho más difícil el controlar sus instintos carnales.

Ella terminó de beber su té y dejó el pocillo en la mesita de cristal que se encontraba frente al mueble. Estiró sus brazos y piernas para relajar sus músculos entumecidos.

Sintió una mirada encima suya y notó que su compañero la observaba muy fijamente con las mejillas hinchadas de rubor.

—Adem… —balbuceó.

Lo vio voltear el rostro y cerrar los ojos. Tenía una vena sobresaliéndole del cuello y su respiración era pesada, tomaba grandes inhalaciones, seguramente para controlar su cuerpo.

—Adem… —volvió a llamar y acercó su rostro a él.

—No se me acerque, por favor —pidió Adem y llevó una mano a su boca.

Al estar tan cerca de la mujer lograba inhalar su aroma dulce, tan característico de ella y que lo embriagaba de sobremanera.

—¿Por qué? —preguntó inocentemente la profesora—, ¿es el controlador? —Acercó su rostro detrás de la nuca del joven.

La mano de Adem empezó a temblar y dejó caer el pocillo del té al suelo, haciendo un ruido sordo al romperse en varios pedazos y derramar todo el líquido.

Jara volteó a ver con sorpresa las ahora esquirlas del pocillo en el piso y después al muchacho.

—¿Estás bien? —preguntó.

Él volteó a verla y no pudo soportarlo más, tomó el rostro de Jara con sus manos y le besó los labios con toda la pasión recluida dentro de su ser.

—No puedo soportarlo más, no puedo —susurró el joven al oído de Jara.

La respiración de la mujer se agitó por el estupor del momento. Sintió que las manos de Adem bajaron hasta su cintura y la atraían, estrechándola cada vez más. Y su piel se erizó por completo cuando los labios del joven bajaron hasta su cuello, besándolo lentamente.

De repente, Adem se apartó y la tiró al mueble con fuerza, algo que la desconcertó. Sus ojos se pasmaron cuando vieron aquel rostro. Había cambiado por completo, parecía una fiera a punto de comerse a su presa.

Él se quitó la camisa blanca y notó el rostro de sorpresa de su ahora víctima.

—Adem… ¿qué…? —intentó hablar la joven.

Le cubrió la boca con una mano.

—No, no —dijo—. No digas nada.




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