Quimera l Libro 3

Capítulo 6

Luego de ver la película, mamá subió con mi padre a su cuarto para arreglarse e ir a dormir, mientras que yo fui a la cocina para lavar la bajilla sucia de la cena, sobre todo porque quería que ya se durmieran los dos.

Pero mi madre volvió y se ofreció para hacerlo.

—Deberías ir a dormir ya, yo me encargaré de los platos sucios.

—¿Estás segura de que no necesitas ayuda? —pregunté, intentando camuflajear mi tono ansioso de voz.

Mamá me abrazó y me dio un beso en la frente.

—Claro, tú ve a descansar.

Sólo asentí, me despedí. Mientras iba de camino a mi cuarto, consideré que sería una buena idea prepararme antes de que lleguen Anthony y todas sus complicaciones. Entré a mi cuarto luego de asomarme por la puerta para revisar que no me diera un susto de aquellos que a Anthony parecían fascinarle. Pero sólo encontré a André en el piso, sospechosamente sentado sobre sus patitas traseras, con el hocico en mi dirección, como si estuviera esperando pacientemente por mí.

—¿Qué haces ahí? —le pregunté a mi cachorro al entrar a mi cuarto.

Cerré la puerta atrás de mí y encendí la lámpara de mi mesita de noche que estaba junto a la cama. André se limitó a sacar la lengua y a jadear.

—¿No vendrás a dormir? —enarqué una ceja, señalando mi cama, pero él ni se inmutó, no se volvió hacia mí ni siquiera cuando palmeé el colchón. Finalmente me di por vencida—. Iré a cepillarme. Si no estás sobre la cama para cuando vuelva entonces se quedará a dormir en el piso, señorito. 

Fui hasta mi baño y me miré en el espejo entre tanto me cepillaba los dientes. A veces olvidaba que tenía los ojos azules, era lo que más destacaba de mi físico a causa de mi palidez. Y luego estaban mis labios, ellos casi siempre estaban pálidos también, pero desde que salí del hospital, estaban rosados.  

Sin embargo, seguía siendo una chica flacucha, torpe y muy mala para casi cualquier cosa en la que mis pies y manos tuvieran que hacer trabajo en equipo. Realmente parecía una ardilla enfermiza. Boté el agua de mi boca y suspiré desanimadamente. ¿Qué podía ver Anthony en mí como para que yo le atrajera de la forma en que Nicole me aseguró? Estos pensamientos sólo se sumaban en torno al recuerdo de su rechazo en el hospital.

Antes de salir del baño me eché un vistazo en el espejo de cuerpo completo colgado sobre la puerta; casi entré en pánico cuando me di cuenta de que estaba usando un short de pijama y una blusa de color rosado, casi tan pálidos como mi piel. No podía dejar que Anthony me encontrara así. Infelizmente, al salí del baño mis planes se derrumbaron porque Anthony ya había llegado, se encontraba de rodillas sobre el piso mientras le hacía cariño debajo del hocico a mi perro. Quizá no me asusté como debió ser porque estuve pensando en él desde que salí de la escuela, pero sí me paralicé un poco.

Anthony me dedicó una inteligente sonrisa, a la par de su mirada deslizándola por todo mi cuerpo. Sentí como si me hubiera desnudado sin esfuerzo. Mi pijama probablemente le daría risa, sobre todo porque mi cuerpo se asemejaba más al de una pajilla que a un cuerpo femenino.

—Buenas noches—me saludó casualmente, levantándose del piso.

Parpadeé avergonzada, todavía preocupada por mi atuendo.

—¿Podrías salir un momento?

Frunció el ceño.

—¿Por qué?

Miré hacia mi perro, quien permanecía felizmente junto a Anthony.

—Quería cambiar mi ropa.

—¿Por qué quieres cambiarte? —inquirió, observándome atentamente.

—Creo que no me veo bien.

Cuando levanté mi rostro para mirarlo, Anthony desapareció. Sin embargo, un segundo después apareció frente a mí, sujetó mi rostro entre sus manos y acercó sus labios a los míos, pero como siempre, permitiendo que ese par de milímetros nos separaban.

—¿Qué podría estar mal en ti?

Quedé impactada por la rapidez, por lo que mi pulso se aceleró.  

—Creo que… usted me matará de un infarto—contesté, sujetándome de sus antebrazos.

Sonrió pícaramente.

—No te preocupes por eso cuando estés conmigo.

Cuando me di cuenta de que estábamos nuevamente muy cerca, me molesté un poco, él lograba hacer conmigo lo que quería y no era justo. Lo empujé y me eché un poco hacia atrás para rodearlo y caminar hacia mi cama.

—Deje de hacer esas cosas, usted no me quiere de esa forma. Así que, sólo dígame lo que vino a decir.

Anthony volvió a fruncir el ceño.

—¿Por qué dices eso?

—Usted… ya sabe—lo miré con reproche, no quería tener que terminar esta vergonzosa historia, una vez más—. En el hospital me dijo que no sentía lo mismo por mí.

Anthony se acarició el puente de la nariz y sonrió perplejo, como si le sorprendiera lo que le dije.

—Ahora entiendo todo.

Enanqué una ceja.

—¿Ahora lo entiende?

En ese instante volvió a mirarme, con una seriedad implacable.

—Podría explicártelo, pero tienes que querer escucharme.

—¿A parte del rechazo también quiere explicarme por qué lo hizo? No, fueron suficientes vergüenzas para esta ardilla con deficiencia cardiaca. Así que si eso fue lo que vino a decirme…

—Aún no lo comprendes—intervino—. Hoy no tienes otra opción que escucharme.

—¿Me está obligando?

Se cruzó de brazos.

—Espero entiendas que no me iré de aquí, y que, si tengo que atarte a la cama para que me prestes atención, lo haré.

Lo miré de forma desafiante.

—¿Es una amenaza?

—Sí, es una amenaza—sus ojos brillaron de diversión—. Aunque también te advierto que atada no tendrías ninguna oportunidad de escapar como esta tarde. No hay ningún Jack, tampoco un teléfono de por medio o tu madre.

Súbitamente mi pulso se precipitó a correr cuando me imaginé su advertencia como en una película, yo, atada a la cama, completamente a su merced. Respiré un poco para calmar mi ritmo cardiaco. Entonces miré mi cama y decidí que la decisión más madura era la de dejarlo hablar y no ponerme rebelde para descubrir que tan lejos podría llegar el doctor Anthony por mí, así que me senté resignada sobre mi cama.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.