Quitar lo malo de tu corazón

Primero.

"Lo que tenemos en la mente puede dañar al corazón."

No, esa no es una frase que ya haya existido, si es que se le puede llamar así.

Una nueva vida, me hablaron demasiado de eso, desde como avanzar hasta el poder retroceder en tu proceso. Es difícil poder tener tu mente en el presente cuando sucesos traumantes afectaron tu pasado.

"Tienes que salir adelante"

Es algo que escucho a diario.

¿Todas esas personas que se dedican a dar consejos se ponen en los zapatos de las personas? 

Pregunto eso porque lo dicen tan fácilmente con una sonrisa y una caricia en el hombro. Maldita sea, quisiera ser esa persona que da consejos y no esa que muere por uno.

Es difícil salir adelante cuando necesitas a ese algo que te ayudó en un principio.

O alguien.

—Adivina quién muere por verte de nuevo. —la voz de mi padre me sacó de mis pensamientos que comían mi cabeza cada segundo. Sus ojos miel miraron los míos por el espejo retrovisor.

—¿De qué hablas?

—¿Te acuerdas de Chad?

Entonces, el recuerdo del pelinegro que había hecho mi vida un infierno a mis 10 años de edad volvió a mi mente después de tanto tiempo. Sentí mi cuerpo tensarse y fruncí el ceño mirando a Charlie. 

—Sí, ¿qué tiene? 

—Está en Texas. —sonrió mirando haciá el frente. Mi corazón se encogió y gruñí a lo bajo recordandolo de nuevo. 

—No quiero verlo otra vez. —Me crucé de brazos negando un par de veces. 

—Tendrás, va en la misma preparatoria que ingresarás.

Y era como si no fuera suficiente el hecho de que tener que dejar mi vida en Londres con mi mamá allí. Me había mudado para "rehacer" mi vida en un lugar mejor. Según mi papá dice que, nunca es tarde para cambiar un poco, pero era definitivo que la muerte de mi madre no me haría cambiar para nada. Crecí con ella desde pequeña ya que el trabajo de mi padre lo mantenía ocupado desde que nací. Toda mi vida hasta los 17 años ella fue parte de la mía.

—¿Por qué justamente en su misma prepa? —mi tono de voz ya era más frustrado. 

—Leah, tienes que entender que dejé el trabajo y no tengo el dinero suficiente, me esforcé demasiado para poder lograr que entraras a una preparatoria y agradece que fue una de las mejores. —la voz de mi papá sonaba irritada. 

Y tenía razón. Hace más de 10 meses mi madre había fallecido y él había dejado su trabajo para cuidarme, cosas que agradezco mucho ya que él siempre me mostró preocupación y el querer lo mejor para mí. 

—No quiero verlo, de verdad. —insistí y mis ojos empezaron a arder. 

—Recuerda que eso pasó cuando tu tenias 10 años y el 11. Eran unos niños, también el tenía problemas familiares y por eso te molestaba tanto. Pero sin embargo siempre trató de protegerte como su hermana.-

—Me molesta que lo justifiques. —miré hacía la ventana del auto. 

Él es el hijo de la mejor amiga de mi mamá y lo conocí a mis diez años. A esa edad vivía aquí en Texas pero por el trabajo de mi padre tuvimos que irnos a Londres y la verdad 6 años fueron suficientes para encariñarme con sus bellas ciudades.

Se preguntarán, ¿por qué le tengo tanto rencor? La respuesta es simple. Una inocente niña de 10 años para nada tiene un cuerpo desarrollado y él, para nada lo entendía. Nosé que tipo de traumas tenía en su cabeza para querer hacerme sentir mal. Criticaba cada parte de mi, hasta hacerme llorar. 

Pero nunca iba a negar que si alguien más me molestaba era asegurado que sería lo último que harían. 

—No lo hago, Leah, se que el estuvo mal pero cambió, lo prometo, así como tu también.

—Solo fisicamente cambió, de seguro. —murmuré y me llevé un gruñido de mi padre como respuesta. 

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Después de un largo rato en viaje de camioneta llegamos a nuestro hogar. Una linda casa de dos pisos con colores cafés. Mi padre me dió primero el paso y tragué saliva al apreciar cada detalle. Sus paredes estaban pintadas de un color beige. 

Entre más caminaba, mis ojos suplicaban botar las primeras lágrimas.

Las manos de mi papá se posaron sobre mis hombros, me giré para verlo y envolví mis brazos en su torso. —Tranquila, mi niña.

Mi madre había muerto de cáncer en la sangre, leucemia. Verla todos los días sufrir por esa maldita enfermedad me partía el corazón y siempre tendré un coraje con la vida por quitarme a lo más bonito de mi vida.

Emily Walker, ese era su nombre.

Los brazos de mi padre me rodearon y hundí mi rostro en su pecho. Me había preguntado meses antes si se me hacía buena idea volver a esta casa y la verdad fue lo mejor, prometí siempre tener viva a mi madre en mis pensamientos hasta el día en que mi cerebro dejara de funcionar y los recuerdos se vayan a un lugar mejor.

El lunes comenzaba la prepa y era algo que me atormentaba todos los días desde que me dieron la noticia de que ese hombre tan odioso estaría conmigo. 

Estaba dedicandome a organizar mi escritorio en mi habitación. 

Esta estaba pintada de colores morados en las paredes y decidí dejarla así. El color favorito de mi madre era ese y el mió lo era igual. 

—¿Cómo vas? —la voz de mi papá me hizo alzar la vista y sonreir. 

—Bien, ya casi termino. —dije mientras agarraba la caja que contenía mi cámara fotografica. La miré con nostalgia y un nudo en mi garganta se hizo presente. 

—¿No haz tomado fotos? -preguntó. Negué como respuesta. —¿Por qué?

—Desde que mamá se fue dejé lo que más me gustaba, como ella al dejarme para siempre.—murmuré y un fuerte dolor en mi pecho no me permitió seguir.

Mi papá se acercó a mi y tomó la caja para dejarla sobre la cama y abrazarme. 

—A tu madre no sabes lo que le encantaría que siguieras tus sueños. —acarició mi cabeza.

—Mis sueños se fueron con ella. —sollocé y escondí mi rostro en el pecho de mi padre como si eso fuera mi refugio. 

—No, no se fueron, siguen ahí pero enterrados. -me separó y tomo mi rostro entre sus manos. —Es momento de quitar la arena y empezar a ver los tesoros que esconde tu corazón.




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