• Mark Kiev era un estudiante brillante de la Academia Imperial de Moscú, una de las instituciones más prestigiosas de toda Rusia. Con solo 17 años, ya destacaba en materias como lógica, historia y resolución de enigmas. Nunca pensó que su intelecto lo llevaría más allá de las competencias escolares, mucho menos a un lugar donde cada decisión marcaría la diferencia entre vivir… o desaparecer.
• Todo comenzó un viernes por la noche. Mark salía de la biblioteca cuando una extraña niebla lo envolvió. No tuvo tiempo de reaccionar. Un mareo lo dejó inconsciente y, al despertar, se encontró en una habitación lujosa pero antigua, con paredes de madera oscura y un candelabro de cristal oscilando sobre su cabeza. No estaba solo. A su alrededor, diez jóvenes más, de distintos países, también despertaban confundidos.
• Una pantalla antigua se encendió en una de las paredes. Una voz robótica, distorsionada, resonó: “Bienvenidos a la Mansión Alfheim. Han sido elegidos por su intelecto, habilidades y potencial. Su objetivo: descubrir qué ocurre en esta mansión y por qué quienes entran… nunca vuelven a salir. La salida solo se revelará si resuelven el misterio antes de que todos desaparezcan. Suerte.”
• Los once desconocidos intercambiaron miradas de miedo y desconfianza. Entre ellos había una chica japonesa, un muchacho brasileño, una alemana alta y seria, y un chico francés de actitud arrogante. Nadie sabía qué estaba pasando, pero una cosa estaba clara: estaban atrapados.
• La mansión era enorme, con pasillos interminables, puertas cerradas, relojes que se detenían sin explicación y retratos cuyos ojos parecían moverse. Mark rápidamente se posicionó como líder, proponiendo explorar en grupos. “Tenemos que ser racionales, pensar como en un juego de lógica. Solo saldremos si descubrimos el patrón de desapariciones,” dijo, intentando sonar más seguro de lo que se sentía.
• En la primera noche, uno de los estudiantes, un estadounidense llamado Travis, desapareció sin dejar rastro. Se había ido solo al baño. Cuando fueron a buscarlo, solo encontraron su reloj tirado en el suelo. La tensión aumentó. Nadie quería estar solo.
• Mark comenzó a anotar cada evento en una libreta que había encontrado en un escritorio polvoriento. Registraba los movimientos de todos, las horas, los lugares visitados. Buscaba patrones, repeticiones, algo que explicara las desapariciones.
• Al tercer día, otra chica, Inés de España, desapareció en la biblioteca. Los que estaban con ella afirmaron que simplemente se desvaneció cuando hojeaba un libro extraño con símbolos rúnicos. El grupo comenzó a dividirse: algunos querían quedarse en una habitación y no moverse; otros, como Mark, sabían que detenerse era igual a rendirse.
• La mansión parecía viva. Las puertas cambiaban de lugar. Las escaleras llevaban a cuartos que no existían el día anterior. Había sonidos por las noches: susurros, pasos, llantos lejanos. Mark empezó a sospechar que la mansión no solo los quería adentro, sino que se alimentaba de ellos.
• En su investigación, descubrió una carta antigua, escrita por un tal “Erik Alfheim”, el supuesto dueño original de la mansión. En ella hablaba de un “experimento para revelar el alma humana”, donde la casa se adaptaba al miedo, la culpa y los secretos de sus visitantes. La mansión era una prueba… o una trampa.
• Con esa información, Mark reunió a los demás. Les explicó que quizás las desapariciones no eran aleatorias, sino provocadas por sus propios miedos. “Tal vez la mansión los toma cuando bajan la guardia, cuando dejan de luchar.” Algunos creyeron, otros pensaron que ya estaban condenados.
• Cada día, alguien más desaparecía. El grupo se reducía. Mark, junto a una chica india llamada Anjali y un noruego llamado Lars, descubrieron una sala oculta detrás del piano de la entrada. Dentro, un mural mostraba once figuras rodeadas de sombras, y una puerta cerrada con once cerraduras, cada una con un símbolo distinto.
• Comprendieron que cada desaparición activaba una cerradura. Pero no era una puerta de salida… sino de entrada. “La mansión quiere completarse. No quiere dejarnos ir. Quiere atraparnos a todos para… renacer,” dedujo Mark.
• Con solo cuatro sobrevivientes, Mark decidió arriesgarse. Usó su conocimiento de simbología, lógica y las pistas que había reunido para intentar romper el ciclo. En el sótano, encontró una habitación sellada con espejos. Cada uno mostraba un futuro diferente… excepto uno que estaba en blanco. Entró.
• Cuando abrió los ojos, estaba solo. Fuera de la mansión. Los árboles cubiertos de nieve, el cielo gris de Rusia. Solo llevaba su libreta. Nadie más salió. Mark entendió que no resolvió el misterio… fue elegido por la mansión para ser su testigo. La libreta en su mano era ahora su condena y su advertencia. Porque, cada vez que alguien la lee… la Mansión Alfheim elige nuevos visitantes.
• Durante semanas, Mark intentó advertir al mundo sobre lo que había vivido, pero nadie le creyó. La historia sonaba absurda, y la libreta —a pesar de estar llena de notas, croquis, nombres y símbolos— parecía en blanco a los ojos de los demás. Solo Mark podía leerla. Era como si la mansión hubiese dejado una marca invisible en él, un vínculo que lo mantenía conectado a su interior.
• Empezó a tener pesadillas recurrentes. Veía los rostros de los que desaparecieron: Travis, Inés, la alemana Emilia, el francés Louis… todos lo miraban con ojos vacíos desde habitaciones oscuras. Sus voces lo llamaban, no con rencor, sino con resignación. “Vuelve,” decían. “La puerta no está cerrada. Solo olvidaste cómo abrirla.”
• Decidido a no rendirse, Mark contactó a expertos en fenómenos paranormales, historiadores y hasta hackers para rastrear el origen de la Mansión Alfheim. Finalmente, encontró una referencia en una carta escrita en 1865 por un explorador sueco: hablaba de una propiedad que aparecía y desaparecía en distintas partes del mundo, ligada a la desaparición de jóvenes brillantes de distintas épocas.