—¡Voy tardísima!
Bera tropezó con su propia mochila mientras intentaba atarse los cordones con una mano y sostener una tostada en la otra. El reloj digital de la cocina marcaba 7:56. La clase empezaba a las 8. Y sí, otra vez iba a entrar corriendo como alma que lleva el diablo.
Desde el sillón, su hermana menor, con el pelo hecho un lío y la cara medio hundida en la almohada, la miró sin mucha compasión.
—Te dije que no pusieras cinco alarmas. Te confiaste.
—¡No me confié! ¡Me quedé dormida, que no es lo mismo!
Con un salto improvisado se calzó las zapatillas, se colgó la mochila en un hombro y, comouna acróbata mal entrenada, logró agarrar el celular, las llaves y una banana antes de salir disparada por la puerta.
Bera —o Beranice, como le decían sus profesores cuando pasaban lista con formalidad innecesaria— tenía 23 años, vivía en Buenos Aires y cursaba el último año de Literatura. Le gustaba el café con leche, los cuadernos prolijamente organizadosy, sobre todo, el K-pop. O más bien, él.
Porque si alguien le preguntaba qué era lo que más la emocionaba últimamente, no era el título universitario, ni el trabajo part-time en la cafetería, ni siquiera el hecho de que estaba por terminar una etapa importante de su vida. Era Bae.
Bae, el vocalista de la banda surcoreana Bad Boys, el chico de sonrisa tranquila y mirada profunda. Su obsesión, su motivación secreta, su escapatoria emocional cuando todo lo demás se volvía demasiado. Había pasado noches enteras viendo entrevistas, editando fanvideos, aprendiendo frases en coreano y soñando con el imposible: conocerlo.
Y ahora, por primera vez, ese sueño no parecía tan imposible.
Después de un año entero de ahorro meticuloso —vendiendo ropa usada, trabajando horas extra, y recortando gastos al nivel de convertirse en una experta en fideos instantáneos—Bera tenía su vuelo reservado. Iba a viajar a Corea del Sur. Iba a asistir al último conciertode Bad Boys antes de que Bae entrara al servicio militar. Iba, finalmente, a ver de cerca alchico que había ocupado sus pensamientos por tanto tiempo.
Aunque nadie más lo supiera, ese viaje no era un simple capricho de fan. Era una despedida. Un capítulo que quería cerrar en persona. O tal vez... empezar.
El aire fresco de la mañana la golpeó de lleno al salir. El cielo estaba cubierto de nubes bajas, pero todavía no llovía. Cruzó la calle con el nudo de la mochila apretándole un hombro y la banana medio aplastada en la mano. Mientras trotaba hasta la parada, pensó en lo irónico que era vivir tantas emociones y, al mismo tiempo, seguir en piloto automático.
Ese lunes no era especial para el mundo. Pero para Bera sí. Porque estaba un lunes más cerca de su viaje
Se subió al colectivo justo a tiempo, apoyó la tarjeta SUBE y se aferró al caño con una mano mientras, con la otra, sacaba su celular. Automáticamente, se puso los auriculares y buscó una canción conocida. Algo que le anclara la cabeza al corazón.
Midnight Rain, de Bad Boys, empezó a sonar.
Y ahí estaba él otra vez. Bae. Como si su voz pudiera acompañarla en cada trayecto, en cada espera, en cada día gris.
Bera miró por la ventana y se imaginó lo que vendría: los carteles con hangul que todavía no entendía del todo, las luces de las tiendas en Hongdae, el aroma de las calles de Seúl.Aún no lo creía del todo. Pero lo sentía. El viaje estaba tan cerca que le costaba respirar solo de pensarlo.
Se había prometido no hacerse falsas ilusiones. "Solo voy como turista, a un recital, como cualquier otra fan." Pero por dentro, en lo más íntimo, había una parte suya que soñaba más fuerte. ¿Y si el destino jugaba a su favor? ¿Y si sucedía lo improbable?
Pero entonces, el colectivo frenó de golpe. Y Bera casi se cayó arriba de un hombre con auriculares naranjas. Se disculpó apurada, con las mejillas encendidas, y se recordó a símisma que el presente seguía siendo este: una chica común, camino a la universidad, con las ideas por las nubes y los pies sobre un colectivo lleno.
La facultad era un edificio antiguo con pasillos eternamente fríos, incluso en verano. Bera entró al aula justo cuando la profesora comenzaba a hablar. El murmullo de los estudiantesse apagó apenas cruzó la puerta, y por un segundo sintió el peso de todos los ojos sobreella.
—Beranice, otra vez tarde —dijo la profesora con una ceja levantada, sin levantar la voz.
—Perdón... el colectivo —respondió ella, bajando la vista.
La profesora no insistió. Solo la señaló con la mano para que tomara asiento. Bera avanzó en silencio y se dejó caer en una silla libre del medio. Sacó su cuaderno, pero su cabeza ya no estaba allí.
Mientras la clase avanzaba entre teorías, modelos y ejemplos que había leído mil veces,ella garabateaba en los márgenes. Dibujitos. Letras. El nombre de Bae escrito una y otra vez, en diferentes estilos. Era su manera de canalizar el nerviosismo. Nadie lo notaba, o si lo hacían, fingían no verlo. Después de todo, cada uno en esa aula tenía sus propias obsesiones secretas.
Cuando la clase terminó, se encontró con Clara en la cafetería. Su mejor amiga desde el primer año. Clara era de esas personas que hablaban sin filtro, pero con una calidez que la hacía imposible de odiar. Estaban sentadas con sus cafés humeantes cuando Bera abrió su agenda y sacó su lista de cosas pendientes
—¿Reservaste el alojamiento? —preguntó Clara sin rodeos.
—Todavía no. Me falta decidir si me quedo en Hongdae o en Itaewon. Todos dicen cosas distintas.
—Yo digo que vas a conocer a tu novio coreano en la cafetería de al lado, y que te vas a mudar con él —bromeó.
Bera rió, aunque algo en su pecho se apretó. Ojalá.
—Vos decís todo muy suelto, pero yo estoy que no duermo. Me da miedo que salga mal. O que nada pase.
—¿Y si todo sale bien? —replicó Clara—. ¿Y si te cambia la vida?
Bera bajó la mirada. No quería decirlo en voz alta, pero ya lo sentía: este viaje iba a marcar un antes y un después.
Editado: 04.05.2025