—No, mamá no iré—impuso Atlas.
Aun temprano por la mañana, Atlas había tenido que dejar su desayuno de lado al escuchar la noticia que tenía su madre.
La familia de Vanessa había pedido perdón por sus acciones porque querían conocer a Mario, aparentemente, además de invitarlos a pasar un fin de semana con ellos. Lo curioso de todo es que no era la primera vez que pasaba algo como esto, cuando Atlas tenía unos 14 años, el primer perdón había llegado, esa vez habían convencido a Vanessa para que ellos se quedaran en su casa, una casa pequeña para al menos quince personas, todo tuvo un terrible final en donde se volvieron a pelear con ella, por adoptar a Atlas. Ese mismo año conoció a Adira, y Mario fue adoptado.
Ahora el perdón giraba en torno a Mario, ya que querían conocerlo. ¿Cómo se enteraron? Lo más seguro era que una de las hermanas de Vanessa había venido a ver -después de tanto tiempo- a la señora que vivía en la esquina, para comprar quién-sabe-qué y a la vieja chismosa de su hija se le había soltado la lengua.
—Vas a ir—ordenó Vanessa—. Te guste o no, irás, porque es tu familia.
—Mi familia se reduce a ti y a Mario—dijo Atlas manteniendo la calma.
—También tienes tíos y primos que no conoces—le aseguró Vanessa.
—¡Ya los conocí y todos me odiaron!—levantó la voz.
—¡No me grites!—dijo Vanessa de vuelta— En mi casa nadie va a gritarme. Si tan solo dejaras que tu propia familia te conociera sería diferente—culminó.
Atlas se levantó enojado de la silla, le parecía increíble que Vanessa pudiera creerle a esa gente.
—Ni mi propia hermana quiso hablarme, imagínate si ellos llegaran a descubrir mi historia—mencionó Atlas antes de tomar su mochila y salir de la casa para ir a la escuela.
Mario que recién llegaba y solo había escuchado lo último tomó una manzana después de despedirse de su madre y seguirá su hermano.
El camino fue silencioso, Mario caminaba unos metros detrás de Atlas. Jamás había escuchado a Atlas hablar sobre una hermana, apenas hace unos días pudo observar una foto de su familia, —a escondidas porque estaba oculta en su closet—, detrás del marco llevaba escrito el nombre de Atlas, el de sus padres y el de la niña.
Llegando al salón de clases, Atlas observó cómo unos estúpidos humanos estaban sentados en el asiento que el siempre ocupaba. Sin ánimo de meterse con humanos tomó asiento en otra parte.
Su humor no estaba cerca de ser bueno, ese día le había resultado una bomba de las que no tenía hace mucho tiempo. Adira no estaba desde hace unos días, por lo tanto no podía entrenar en un lugar apropiado. Encima la familia comenzaba a manifestarte y eso era algo que mucho menos le agradaba, y por último tenía que convivir con la humanidad.
Aunque por años los había soportado, no significaba que los humanos le agradaban, fuera de Vanessa y Mario no era ni seria amigo de cualquier humano, tampoco saldría con ninguna de las adolescentes hormonales a las que les gustaba, aunque a los humanos les pareciera raro.
No tenía nada que ver con su procedencia—aunque desde pequeño le inculcaron el rechazo hacia los humanos—, se trataba de la forma en la que muchos se creían superiores, tenían prácticas, totalmente diferentes a las suyas y a la vez no se habían portado tan bien con él.
Desde que comenzó a estudiar en escuelas humanas—en México, el país de Vanessa—por ahí de quinto de primaria, su aspecto era muy diferente a todos, siempre es mucho más alto que todos, incluso su cabello era unos tonos más claros que los de todos los demás, por la región la mayoría de las personas tenía ojos de color café y el los tenía de color azul, aunque no era el único, también, gracias a la genética y sus entrenamientos era mucho más corpulento que el resto. Tanta era la diferencia que precisamente en la preparatoria le llamaban "Príncipito"
La clase pasó lenta y pesada, pero ya había pasado y eso era genial. La clase en realidad se había desviado a hablar de la mitología, y después de escuchar por una hora los argumentos de la estúpida humana que se cree sabelotodo sobre "por qué es imposible que exista Atlantis" estaba dispuesto a comerse todo la comida de el intento de la cafetería si era posible.
—Hola—Saludó una chica, de esas que se alzaban la falda más de lo apropiado y se creían la gran cosa, se sentó en la silla frente a él. —. Necesito hablar contigo sobre algo.
Un suspiro largo fue la respuesta de Atlas.
—Mi ex—apuntó con un leve movimiento de barbilla hacia atrás. Él no se molestó en mirar hacia donde le apuntaba—, yo, quería pedirte que fingieras ser mi novio, para darle celos.
El semblante de Atlas, que hasta ahora se había mantenido serio, cambio a uno de burla.
—Yo no estoy para jueguitos de niñas inmaduras—le contestó de manera grosera y se levantó para irse de allí.
Su humor no estaba para soportar idioteces.
Las siguientes horas fueron lentas y aburridas, pero al fin terminaban, eso era lo único bueno que había pasado durante el día.
Comenzando a emprender el viaje a casa, Mario se atrevió a hablar.
—¿Tu hermana se llama Aurea?—preguntó con un poco de duda.
—¿Cómo sabes eso?—preguntó de vuelta Atlas con aparente calma.
—Vi una foto que encontré escondida—confesó.
—No hurgues en mis cosas, Mario—recriminó.
—¡Oye tú!—una tercera voz los interrumpió—¡Príncipito!—volvió a llamar, la voz se oía furiosa.
Atlas, cansado del día que tuvo se voltio para ver quién lo llamaba. Un chico considerablemente más bajo que él, lo miraba furioso.
—¿¡Qué hacías con mi novia!?—cuestionó dándole un empujón que apenas logro moverlo un centímetro. — ¿¡No vas a contestarme!
Atlas, cansado de todo y todos, explotó, lo tomó del cuello de la camisa y lo alzó, logrando apoyarlo en uno de los muros de la propia escuela.
—No me das miedo—dijo a pesar de no estar respirando correctamente debido al firme agarre al que Atlas lo tenía sometido.