Realeza Retorcida [+18]

CAPÍTULO 8

Asentí y arreglé mi vestido, con pasos lentos bajé a la mesa y en toda la cena estuve en silencio, solo escuchando como Bart contaba un poco de Francia y algunas cosas con la reina, cosas que no lo hacían personal y hablaban de su personalidad, más bien lo sentí alguien superficial.

Al terminar nos reunimos en el vestíbulo las mujeres a hablar de las últimas novedades, mientras los hombres se fueron a fumar y beber un poco al despacho privado de papá.

—Lady Eugenia y yo estamos planeando hacer una cena el día de mañana para presentar a Bartholomew con Victoria.

—¿Es esa chica que no se casó jamás?

—Podría tener 25 años, pero es alguien correcta para su hermano, elegante, ama de casa, buena mujer de principios y valores, la indicada para un gran Duque.

—Yo considero que es fea —opinó Cindy, arrugando el gesto.

—Si, pudiera tener un defecto con su gran nariz y ser demasiado alta para ser considerada bella y despampanante, pero sigue siendo distinguida, algo que muchos hombres no ven. Merecen ese tipo de mujeres, no cortesanas que no los respetarán. Ese tipo de mujeres dan asco a esta sociedad.

—No tuvo ningún pretendiente desde que fue presentada en sociedad.

—Algo que Aurora no tuvo problemas, ¿recuerdas hija? Hubo demasiados presentes que hice devolver para que te consideraran como alguien inalcanzable, algo que hace a los hombres desesperarse por tenerte. Estaban tan hechizados por tu belleza que no les importó ser rechazados una y otra vez.

—Considero que eso hizo a Lord Alfonse luchar por mi hasta el final.

—El pasado quedó atrás, elegimos buen hombre para ti.

—Pero madre, Victoria no es la indicada para Bartholomew, ¿no debería estar con una chica bonita, elegante? Digna de un Duque...

—Será la indicada, de eso me encargaré yo.

—No considero que Bartholomew quiera casarse.

—Lo considerará —apuntó, severa.

Me desperté en la madrugada, me senté sobre mi cama y busqué un vaso de agua, pero la jarra estaba vacía. Virginia había olvidado llenarla, fruncí las cejas con disgusto y me coloqué una bata para bajar por agua a la cocina, todos dormían ya, mis pasos por la madera hicieron un poco de eco en la solitaria y gran casa. Entré a la cocina, las velas siempre estaban encendidas así que encontré rápido el agua y me serví un poco, me di la vuelta para salir y al empujar la puerta choqué con un pecho duro, pero el problema no fue chocar, sino que mi bebida se derramó sobre los dos.

—Oh Dios —susurré dando un paso atrás, sobresaltada.

Bartholomew estaba frente a mí arrugando el gesto por lo que acababa de pasar.

—Gracias, pero no tenía sed.

—Lo siento, no te he visto —dije rápidamente.

Llevó su mano a su pecho mojado.

—No, está bien... considero que un poco de agua no le hará mal a nadie.

—Déjame ayudarte.

Fui por un paño y me acerqué rápidamente a él y pasé la tela por su pecho, me di cuenta de que el agua había logrado que su camisa blanca se le pegase a su piel como segunda piel provocando que los pectorales se le marcasen. Me congelé en mi lugar ante la escena y Bartholomew se dio cuenta que mis ojos se habían quedado fijos sobre su pecho, rápidamente reaccioné y di un paso hacia atrás, pero al momento de moverme me di cuenta de que sus ojos estaban sobre mi pecho donde el agua había humecido también mi bata blanca. Ambos nos habíamos quedado petrificados. Sentía mi boca demasiado húmeda y tuve que humedecer mis labios, tratando de mantenerlos fuera de una sensación agrietada, las pupilas de Bartholomew se agrandaron y por instinto recorrieron a mis labios húmedos, algo que me hizo respirar con más rapidez.

Volví a mordérmelos, no sé porque hice algo así, y Bart también se mordió los suyos.

Di un paso hacia adelante hacia él y me di cuenta de que una mano mía se había quedado sobre su pecho, donde advertí la humedad de mis dedos por la tela de su ropa y sentí como los latidos acelerados de su corazón agitaba mis dedos hacia arriba y hacia abajo.

Mi hermano apartó la mirada de mis labios para dirigirla a mi mano sobre su piel, lentamente recorrió su mano sobre la mía y por un momento creí que iba acariciarla, pero rápidamente salió del hechizo en que nos encontramos y la quitó, como si mi piel le quemase.

—Lo lamento, ha sido mi culpa.

Se dio la vuelta para salir de la cocina. Yo fui tras él.

—No tienes que disculparte —le dije.

—Puedes quedarte, yo subiré a mi habitación.

—Ya he terminado, puedes entrar.

—No hace falta, pero te agradezco.

—Ha sido mi culpa, no es digno de una señorita pasear a estas horas.

Se quedó tieso en su camino y yo aproveché de ello para estar cerca.

—Mamá planea una reunión para ti el día de mañana.

—Gracias por decírmelo, pero no es algo que me interese escuchar.

—Madre planea...

—En serio: no me interesa. No me gusta estar en chismorreos.

—Pero antes...

—¿Antes qué?

—Bueno, antes solíamos contarnos cosas, chismorreos de los sirvientes, de la nobleza, de...

—No me interesan ahora. Éramos niños.

—Pero...

—¿Por qué no puedes olvidar el pasado?

—Yo...

—Mantente serena en tus asuntos, querida hermana. No te metas en mi camino. Mantente apartada.

—¿Por qué me odias? —solté, sintiéndome herida.

Se detuvo de caminar y por los movimientos de sus músculos me di cuenta de que frunció el entrecejo.

—¿Qué te hace pensar que hago algo así?

—¡Por tu forma despectiva de tratarme, por ignorarme, por hacerme sentir como un bicho raro a tu lado, por no ser el Bartholomew que solía conocer! ¡Por no decir nada al respecto de mi matrimonio!

—¿Qué esperabas que dijera? ¿No contraigas nupcias?

—¡Una vez prometiste que me salvarías de cualquier cosa!

—¿Consideras que ese matrimonio es una condena para ti, pese a jurar que era lo que querías? ¿A qué estás jugando Aurora?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.