Éste es uno de esos años en los que la fecha de mi cumpleaños coincide con el último día de clases.
Comienza a atardecer.
Las nubes hoy se han teñido de un color anaranjado. Me recuerda un poco al cabello de Mizuki. Ella ha decidido teñirlo de un castaño tan claro que parece un poco anaranjado cuando la luz del sol lo ilumina directamente.
Los pasillos del instituto están casi vacíos. Las actividades extracurriculares terminaron hace dos semanas, así que no hay nadie que se quede a las lecciones de artes marciales, al club de drama o a las clases de repostería. Sólo quedamos un par de rezagados que decidimos dejar las tareas más importantes para el último momento. Como hacer estúpidas declaraciones de amor, aprovechando el hecho de que pasarán algunas semanas antes de que esas personas vuelvan a verse. En este día he escuchado siete declaraciones y he visto cuatro noviazgos consolidarse. No los entiendo. ¿Qué tiene eso de especial?
En los vestidores del gimnasio hay un par de chicos de grados inferiores que comentan, emocionados, lo mucho que les ilusiona ser seleccionados para el equipo de futbol soccer recientemente inaugurado por los directivos del colegio.
Yo soy el capitán del equipo.
Si quisiera, podría jugarles una broma pesada a esos chicos. Podría decirles que no tienen oportunidades de entrar o que deben hacer algo vergonzoso para ganar un puesto en el equipo. Pero no lo haré. En este momento sólo me preocupa salir del instituto antes de que Mizuki aparezca. No la he visto desde esta mañana, cuando intentó convencerme de ir con ella a su última práctica con el equipo de gimnasia. Si existiera alguna clase de medalla que premiara a quienes consiguen escapar de Mizuki Hajiwara sin morir en el intento, sin duda yo habría ganado al menos cien de ellas. Tan sólo en este curso.
Parece que Mizuki sigue rondando por aquí. Ha dejado una nota adhesiva sobre mi casillero. Es una hoja de papel que tiene la forma de un corazón.
Te espero debajo del cerezo, en la entrada del colegio.
Mizuki.
¿Por qué a mí?
Touma suele decir que soy un hijo de puta con las mujeres y que es por eso que no tengo novia. En momentos como éste, quisiera que Touma estuviera en lo correcto. Si realmente fuese un hijo de puta, me habría librado de Mizuki hace tiempo.
—¡Akira!
Mierda. El séquito de Mizuki me ha encontrado. Todas ellas son similares a pequeños clones que me recuerdan al grupo de las chicas populares de las teleseries americanas que mi madre suele escuchar mientras hace la lavandería.
Mizuki lidera a un grupo de cuatro chicas en el que se ha ganado cierto distintivo gracias a su cabello teñido. Las otras chicas llevan el cabello oscuro y siempre avanzan colocadas en sus posiciones estratégicas.
En el extremo izquierdo va Yumi Miyake, quien se distingue por su cabello corto que apenas le cubre el cuello. A su lado, en el sitio donde usualmente está Mizuki, se encuentra Ayame Fujimori. Es la chica más baja del cuarteto y tiene una manía por usar pendientes desiguales en las orejas. La siguiente, en el extremo derecho, es Shizuka Utagawa. Candidata a ser la presidenta de la clase durante siete años consecutivos, y constantemente vencida por Mizuki.
Todas ellas llevan cajas con obsequios. Y las tarjetas llevan mi nombre.
—Hola, chicas.
Actúa natural.
Las chicas huelen el miedo.
—Hemos estado buscándote —dice Shizuka—. ¿Dónde te habías metido?
—Hayashi dijo que te encontraríamos aquí —secunda Yumi.
Maldito traidor.
—Tenía un par de cosas que hacer… —Como ocultarme de ustedes…—. ¿Puedo ayudarlas en algo?
—Queríamos invitarte a nuestro día en la playa —dice Ayame—. La próxima semana iremos a la playa de Onjyuku. Mi hermano mayor nos llevará en su auto. Hayashi también está invitado —añade un tanto apresuradamente—. Irás, ¿cierto?
—Lo pensaré. —Espero que mi sonrisa sirva para ocultar el hecho de que esto no es más que una excusa—. Las llamaré, ¿de acuerdo?
Ellas ríen. Es la misma reacción que tienen muchas de mis compañeras de clase cada vez que entablamos una conversación de más de dos palabras.
Shizuka susurra algo al oído de Yumi. Ella pasa el mensaje al oído de Ayame y ambas extienden sus manos para mostrarme mis obsequios de cumpleaños. Tres pequeñas cajas envueltas con papeles de distintos colores.
El violeta es de Shizuka. El celeste es de Ayame. El verde es de Yumi.
—¡Feliz cumpleaños, Akira!
Por favor, no…
—Gracias, chicas. No era necesario que…
—Ábrelos —dice Yumi.
Ellas no se fijan en mi suspiro ni en lo incómodo que me hacen sentir, tan sólo sonríen de oreja a oreja cuando tomo el regalo de Shizuka. Son caramelos de limón. Y yo detesto los caramelos de limón.
En silencio abro el regalo de Yumi. Es un pequeño colgante para el móvil con la forma de un onigiri sonriente. Lo admito. Es lindo.
—Supe que te gustaría en cuanto lo vi —dice Yumi cuando se percata de mi sonrisa.